La decisión de Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Paraguay y Perú de suspender su participación en la Unión Suramericana de Naciones (Unasur) en demanda de resultados concretos que garanticen el funcionamiento adecuado de la organización, pone en riesgo de disolución el ente impulsado hace una década por el expresidente venezolano Hugo Chávez.
El punto de quiebre, que deja al bloque sin la mitad de sus integrantes, estriba en que la institución ha sido monopolizada por el grupo de países vinculado al Foro de Sao Paulo, que al mismo tiempo integran la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), especialmente quienes constituyen su piedra angular: Venezuela y Bolivia, además Ecuador, Uruguay, Guyana y Suriman.
Los países que ahora se apartan expresaron, en un comunicado enviado al canciller de Bolivia, Fernando Huanacuni, que ejerce la presidencia temporal de la Unión, su extrema disconformidad con la situación que atraviesa el organismo, que está en acefalía desde enero de 2017 cuando finalizó el periodo del colombiano Ernesto Samper en la función de secretario General. A partir de entonces, las naciones no han podido ponerse de acuerdo en la designación de su reemplazo.
Desde sus inicios, algunos recelamos de la efectividad que tendría el organismo como instancia de integración regional. En mi caso, la bauticé como ‘Uñasur’ pues la avizoraba como un instrumento para concretar negocios entre algunos países corruptos que han hecho de la institucionalidad pública un instrumento para sus negociados.
Creada en pleno auge del chavismo y del llamado socialismo del siglo XXI en la región, el organismo se creó con el fin de contrarrestar la influencia de Estados Unidos en Latinoamerica. El mismo credo justificó la fundación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), un ente más grande que la misma Unasur y que tampoco funciona como es debido.
Hoy ambas instituciones navegan al garete, sin poder conciliar una actitud armónica con el sentido que les dio origen debido a sus propias contradicciones. Esto pasa porque, parafraseando al presidente Lenín Moreno, “a cualquier pendejada le llaman revolución” y en nombre de una supuesta transformación quieren hacer lo que les da la gana, sobre todo asaltar los fondos públicos.
De llegar a concretarse la disolución de Unasur, el costoso edificio ubicado en la Mitad del Mundo ($45 millones financiados por Ecuador) debería servir para albergar un centro de estudios políticos para capacitar a las nuevas generaciones.
Pero las cosas han empezado a cambiar. Lo hemos visto los últimos días en las movilizaciones de Nicaragua, cuya represión ordenada por el gobierno de Daniel Ortega ya contabiliza 39 muertos. Ahí el mensaje no puede ser más claro: el incremento de las pensiones de la Seguridad Social únicamente es el agente catalítico para el desborde de algo que estaba contenido desde hace tiempo; el propio gobernante lo ha reconocido. En la región hay desencanto motivado por un discurso que va absolutamente en contra de lo que se propone, y la gente se desilusiona.
A fin de evitar que el alejamiento temporal de los seis países se convierta en definitivo, el canciller boliviano ha convocado de urgencia a sus homólogos a una reunión para la segunda quincena de mayo, con la idea de superar los desacuerdos en torno a la designación del nuevo secretario.
De alcanzarse el acuerdo, Unasur debería comenzar por limpiar sus pasillos devolviendo a Argentina la estatua del expresidente Néstor Kirchner (primer secretario General) porque no debería estar en la sede una efigie que reivindica la corrupción como forma de gobernar.
Hay que poner las cosas en su punto, en forma drástica, para no dar lugar a operetas y farsas que hacen daño porque todo lo desvirtúan. El continente sabe que Kirchner no fue precisamente un paradigma de honradez, pese a lo cual tiene un monumento. Eso no puede ser, la gente joven puede pensar erradamente que para ser político y convertirse en héroe nacional solo hace falta tener un poco de audacia y lanzarse a asaltar los fondos públicos.
El fracaso del bloque pone de manifiesto la agonía del sentimiento integracionista continental, lo que se confirma con la puesta en marcha de una mecánica de relaciones bilaterales (país por país) con los bloques mundiales. Esta práctica incuba la desventaja de no tener un cuerpo de conjunto para comerciar con los grandes bloques; la región no tiene un grupo de cancilleres con el liderazgo necesario para liderar esas acciones.
En consecuencia, estamos supeditados a ver cómo nos va, país por país, a la hora de negociar con los grandes bloques. Un absurdo provocado por la ideologización de varios países de América Latina en nombre de estas revoluciones que han intentado imponer un ideario marxistoide producto de una mezcla populista-marxista-cristiana que, en en el fondo, solo es una gavilla de asaltantes de los dineros del pueblo.
En caso de llegar a concretarse la disolución de Unasur, el costoso edificio ubicado en la Mitad del Mundo ($45 millones financiados por Ecuador) debería servir para albergar un centro de estudios políticos para capacitar a las nuevas generaciones. Esta labor es inaplazable, porque la región necesita tener políticos bien formados.
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