Alrededor del mundo, el 8 de marzo es un día de huelga en el que se espera que las mujeres hagan ver lo necesarias que son, faltando a su trabajo formal o de casa. Por supuesto, esto es más factible si ese día los hombres entienden y apoyan, sea cubriendo un turno en la oficina o haciendo el doble de esfuerzo con los niños, por ejemplo. No es fácil en un país como Ecuador, donde la fecha pasa más o menos desapercibida, porque además el trabajo escasea y las mujeres que sí lo tienen no sentirán que pueden darse ese lujo.
Posiblemente, tendremos que esperar hasta el II Encuentro de Mujeres de América Latina y el Caribe, que tendrá lugar del 28 al 30 de septiembre en Quito, para visibilizar de mejor manera el rol de la mujer en la protección de derechos de las poblaciones más desfavorecidas, en la sostenibilidad ambiental, y en la educación y el desarrollo de nuestros países. En esos días, estaremos discutiendo sobre lo que afecta a la mujer -y desde la mujer a toda la sociedad- en áreas como salud, comunicación, cultura, ciencia y tecnología, asuntos urbanos y campesinos.
Aunque la lucha de las mujeres ha alcanzado grandes logros y más bien los hombres sienten que ahora ellos están siendo dejados atrás, nos queda mucho por lograr en materia de equidad profesional, índices de violencia, nutrición y bienestar materno infantil, tráfico y prostitución de mujeres y niñas. Aunque en la clase media es sabido que muchos hombres trabajan hombro a hombro dentro y fuera de la casa, a veces en tareas y de modos diferentes, en el resto del país las dolorosas inequidades sociales actúan en detrimento de quienes conformamos la mitad de la población.
Es difícil que los hombres comprendan algo que las mismas mujeres a veces no pueden o quieren entender. Por ejemplo, hay quien se aburre de escucharme decir que una película de niños como Tadeo Jones 2 no debe sexualizar gratuitamente a uno de sus personajes femeninos (a quien además raptan como quien lleva un saco de arroz ligero) y al otro volverle inofensivo con un par de lentes -no vaya a aparecer más inteligente que el personaje (masculino) principal-.
En tiempos en que, con toda justicia, un número de hombres reclaman mejores derechos parentales, la lucha de las mujeres se tergiversa, como si estuviera concentrada en combatir la relación de los padres con sus hijos. El movimiento #MeToo sacó a la luz el acoso sistemático y abuso sexual contra un grupo en particular -muchas actrices y algunos actores de Hollywood- pero lamentablemente no logró resaltar la violencia de género permanente que afecta a mujeres de todo el planeta y de toda condición social.
Una de mis hijas me cuenta que cuando escucha a un compañero decirle a otro que “patea como niña”, ella sale rauda y veloz a denunciarlo en la inspección del colegio. Me dice que los niños no parecen entender cuando ella les explica por qué está mal -muchas patean mejor y por tanto tal vez ni siquiera es un buen insulto. Denigrar al otro comparándolo con quien es diferente o considerado socialmente inferior, no permite a los hombres desarrollar actitudes positivas con quienes al mismo tiempo querrán en su momento tener una relación.
Contamos con los hombres tanto para ponerse nuestra camiseta el 8 de marzo como para tomar como suyos los asuntos de mujeres, porque estos asuntos son tan suyos como nuestros.
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