Los resultados de las elecciones municipales realizadas el pasado domingo 10 de diciembre en Venezuela demostraron una vez más el gran poder del gobierno de Nicolás Maduro y, al mismo tiempo, la debilidad de la oposición que luce arrinconada por la fuerza de la maquinaria chavista que controla todas las funciones del Estado
¿Cuál es la salida política para resolver la crisis que vive Venezuela? La nación caribeña ha tenido varios procesos electorales este año: Asamblea Constituyente, elección de Gobernadores y últimamente de 335 alcaldes. En todas arrasó el oficialismo, en un país cuyo gobierno utiliza al Consejo Nacional Electoral (CNE) para hacerle trampa a una oposición acorralada por el régimen, donde parece que nunca podrá ganar.
En Venezuela, acudir a votar no equivale a elegir porque todas las decisiones pasan por el palacio de Miraflores y por una Asamblea Nacional Constituyente, dominada por el chavismo. Los procesos electorales no son más que una fachada que trata de convencer a la comunidad internacional que el país es un Estado democrático. Pero el mundo no se come el cuento.
Desde adentro es muy fácil juzgar a los movimientos opositores que no llamaron a votar en el pasado proceso electoral y a los personajes políticos que han abandonado un país donde existen presos y persecución por no comulgar con las ideas chavistas, pero es difícil mantenerse en su lugar con un gobierno que persigue, viola los derechos humanos y tiene todos los poderes.
Desde adentro es muy fácil juzgar a los movimientos opositores que no llamaron a votar en el pasado proceso electoral y a los personajes políticos que han abandonado un país donde existen presos y persecución por no comulgar con las ideas chavistas, pero es difícil mantenerse en su lugar con un gobierno que persigue, viola los derechos humanos y tiene todos los poderes.
Los movimientos opositores son valientes, hacen lo que pueden en una situación muy grave cuya salida no será posible a través de las urnas (ya se anuncian las presidenciales del 2018 en las que seguramente ganará Maduro) sino con la intervención de la comunidad internacional.
Una vía para solucionar el problema es la ‘Doctrina Estrada’ expuesta por el ministro de Relaciones Exteriores de México, Gerardo Estrada, según la cual cada pueblo tiene el derecho de establecer su propio gobierno y de cambiarlo libremente. En consecuencia, el pueblo no necesita el reconocimiento de los demás. Para huir de situaciones como la que atraviesa Venezuela -en mi opinión comparable a la tragedia siria- hay que empezar por desconocer el régimen de Maduro.
Es hora de que la comunidad internacional reaccioné y desconozca al madurismo y todo lo que conlleva. Si los gobiernos del mundo reaccionan, la pondrán difícil al tirano porque sin reconocimiento se cae solo.
Lamentablemente los tiempos de la realidad venezolana no son los mismos que los de la diplomacia internacional por los intereses de los distintos estados. La gravedad de la situación con una cantidad de muertos que superan a los causados por el conflicto sirio debería mover a organismos como las Naciones Unidas (ONU), la Organización de Estados Americanos (OEA), la Unión Europea (UE).
No obstante, por los intereses de ciertos estados favorables a Nicolás Maduro, la OEA ni siquiera ha podido aplicar la Carta Democrática. Así, los estados son culpables por no actuar.
Llegó la hora de hacer realidad lo que decía el Libertador Simón Bolívar: que la patria es América. Con esa consigna las demás naciones están obligadas a defender a Venezuela, país hermano, que en el caso del Ecuador comparte los mismos colores de la bandera, una historia común y el mismo idioma.
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