Aunque suene contradictorio, el sentimiento antifujimorista de la izquierda peruana y la cercanía de un probable indulto al expresidente Alberto Fujimori, jugaron a favor de Pedro Pablo Kuczynski (PPK), quien se salvó de ser destituido por el Congreso peruano debido a una supuesta “permanente incapacidad moral” por una relación anterior con la empresa Odebrecht.
En todo el continente, las huellas de la constructora brasileña han tocado de distintas maneras a las esferas más altas del poder. Kuczynski no fue la excepción. Él mismo ha reconocido que hubo un “descuido” de su parte al no revelar que su empresa tuvo negocios con Odebrecht, cuando desempeñó el cargo de ministro de Economía y Finanzas en el gobierno de Alejandro Toledo. Y, aunque PPK no realizó transacciones a título personal, sí lo hizo su consultora.
Con el escándalo servido, la oposición puso en marcha la maquinaria para sacarlo del puesto. La promesa de los dos vicepresidentes de renunciar en caso de declararse la vacancia de Kuczynski, abría paso al presidente del Congreso (del partido fujimorista) tercero en la línea de sucesión a la Presidencia,
Sin embargo, el retiro del bloque de izquierda momentos antes de la votación y la abstención de 10 legisladores gestionada por Kenji, hermano menor de la excandidata presidencial y líder del partido dominante en el Congreso, promotor de la destitución, Keiko Fujimori, socorrieron a PPK.
Lo ocurrido sacó a flote la insatisfacción del pueblo con su gobierno, pues no hubo una respuesta masiva de respaldo popular que se contraponga a la eventual remoción de un hombre, en mi opinión, honorable, a pesar de haber estado en el bando de los empresarios privados que creen que hacer negocios siempre es bueno y más allá de los asuntos éticos les preocupa sus pérdidas o ganancias.
Por más contradictorio que parezca, Kuczynski está tratando de luchar en serio contra la corrupción. De sus antecedentes (siempre es una cuestión a considerar), existe la certeza de su buen comportamiento en general.
No obstante, su desempeño profesional, especialmente en el ámbito tecnocrático, le cobró factura en lo político. PPK no tuvo la perspicacia de robustecer su partido -desde el gobierno- con la finalidad de contar con una base de apoyo político. Por el contrario, designó en los cargos públicos a sus amigos tecnócratas, incluso de otras tiendas políticas. Así faltó poco para que el Congreso se lo lleve por delante.
En América Latina se consolida la preferencia por los gobiernos que van del centro a la derecha, eso sí con un aspecto distinto al mostrado por algunos gobiernos del pasado. Sebastián Piñera es un claro ejemplo de este refrescamiento: el mismo día de su elección hizo saber que no mira a la izquierda como el enemigo sino como un socio potencial.
Aunque logró sortear la remoción, Kuczynski sale debilitado del proceso. En lo inmediato, tendrá que emplearse a fondo en ganarse de nuevo la confianza del país, para lo cual deberá empujar los casos anticorrupción. Pero, ante todo, PPK necesita convencer que la antigua relación de su empresa con Odebrecht no lo compromete.
Y, por supuesto, ha tenido que otorgar el indulto al expresidente Alberto Fujimori, quien se lo merecía por razones humanitarias. Hasta antes del proceso que debió hacer frente en el Congreso, PPK se mostraba ambiguo en relación a este tema: en ocasiones decía “sí”, en otras expresaba “quién sabe”. Pero las circunstancias lo forzaron a tomar una decisión. Ahora toca esperar que el pueblo peruano entienda el gesto.
En este desenlace dramático y, a la par, favorable al mandatario del país vecino, un factor a considerar es la nueva correlación de fuerzas que presenta la región. Luego de que el argentino Mauricio Macri lograra sacar del poder al llamado Socialismo del siglo XXI y la victoria de la centro derecha chilena con la elección de Sebastián Piñera, no cabía una derrota de la tendencia en Perú.
Hoy por hoy, en América Latina se consolida la preferencia por los gobiernos que van del centro a la derecha, eso sí con un aspecto distinto al mostrado por algunos gobiernos del pasado. Sebastián Piñera es un claro ejemplo de este refrescamiento, pues el mismo día de su elección hizo saber que no mira a la izquierda como el enemigo sino como un socio potencial. Sus expresiones cordiales para el candidato perdedor, Alejandro Guillier, y el saludo con la presidenta Michelle Bachelet (esto último es parte de la tradición democrática) denotan que entiende que un país necesita de todos para seguir adelante y no de la voluntad de unos elegidos mesiánicos.
Seguramente este predominio es visto con buenos ojos por el gobierno de Estados Unidos, aunque tal vez su presidente Donald Trump no esté conforme del todo ya que más le gusta la derecha extrema (esa es su manera de entender el mundo, la cual no comparto). La actitud arrogante de la delegada ante la Organización de Naciones Unidas, Nikki Haley, al amenazar a los países que votaron en contra del reconocimiento a Jesuralén como la capital de Israel, no deja lugar a dudas.
Como se menciona al inicio de este artículo, Odebrecht ha tocado a casi todos los países de la región. Para establecer un paralelismo, fue casi un Foro de Sao Paulo ampliado el que se comprometió con la corrupción orquestada por esa empresa, conjuntamente con el entonces presidente Luis Ignacio ‘Lula’ da Silva y el respaldo económico del Banco de Brasil que ponía la plata. Esa unión le dio un carácter presidencial a la corrupción. He ahí la gran tragedia de un sindicalista que, elevado al poder, se convirtió en corruptor de presidentes.
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