Hace algún tiempo, la Alcaldía de Mauricio Rodas presentó el documento Visión de Quito al 2040. El valor de la iniciativa radica en comprender la ciudad como región, con sus áreas urbanas y rurales; y, al mismo tiempo, plantear una mayor participación de la ciudadanía en los procesos de diseño de proyectos.
El documento comprende desde temas de zonificación y vialidad hasta programas de salud, seguridad, cultura, entre otros. Sin embargo, muchas cuestiones se encuentran a nivel de aspiración. Por ejemplo, el enunciado de que hacia 2040 la ciudad debe ser inclusiva y abierta para todos, global y competitiva, ambientalmente responsable, diseñada para la vida, que valora su historia y su cultura, resume principios que tienen todas las ciudades del mundo.
No es tarea desdeñable juntar un cúmulo de enunciados, pero las declaraciones de principios de ninguna manera pueden ser tomadas como un plan. Además, llama la atención que un documento que intenta tener las características de lo que se conoce como plan integral fije el 2040 como plazo para el cumplimiento de las metas. Usualmente esto se proyecta a unos 20 años. Quizá, con una visión más general, pudo haber sido concebido a cincuenta años.
Englobar a la ciudad como región, con la incorporación de sus áreas urbanas y aledañas, es lo más destacado del documento; también es relevante el propósito de involucrar a la gente en la definición de proyectos, porque hasta ahora la llamada socialización (en Quito y el resto del país) se ha manejado de una manera expiatoria, como decir “presentamos un plan a la comunidad para que sepa que estamos trabajando”.
En todo caso, el documento es un paso, aunque incipiente, de un camino a seguir. Ahora lo importante es desarrollar estrategias que permitan alcanzar los objetivos planteados. El desafío es cómo hacerlo. En mi opinión, cabe fijar objetivos medibles en los diferentes niveles; esos parámetros deberían definir las intervenciones en los distintos sectores.
En la actualidad, un grave problema de Quito es la movilidad. Para contrarrestarlo, el Municipio ejecuta el proyecto del Metro que, según los planes municipales, interactuará con los sistemas de Trole, Metrobus y Ecovía existentes. No obstante, el proyecto está diseñado en la concepción de una ciudad lineal. Pero ese es un criterio arcaico, que no toma en cuenta a los valles de Tumbaco y los Chillos, de ahí que la interconexión con el Metro tendrá que ramificarse para incluir a esas zonas.
La capital ecuatoriana se ha convertido en una ciudad obesa. La mancha urbana abarca 40.000 hectáreas, exactamente la misma superficie de Bogotá, de acuerdo a una comparación realizada por el secretario de Territorio, Hábitat y Vivienda, del distrito, Jacobo Herdoíza, en el Foro de la Ciudad efectuado hace pocos días en el Colegio de Arquitectos. La gran diferencia es que la capital colombiana tiene 8 millones de habitantes, mientras en Quito viven 2,5 millones.
El parque Bicentenario es el ejemplo perfecto de la visión que debemos cambiar. Antes del Metro, desarrollar la zona del antiguo aeropuerto era el proyecto que salvaría a la ciudad. Se aprobaron normativas para construir edificios de 20 o 30 pisos. Sin embargo hasta la fecha no hay un proyecto inmobiliario que se atreva a apostarle a esa densidad.
Bajo esas condiciones, los planeadores de la ciudad deben calcular los metros lineales de tubería de agua potable por ciudadano o los metros de vías pavimentadas. A fin de cuentas, nuestra infraestructura es cuatro veces más cara que la de Bogotá.
Cada región de la ciudad tiene un contexto propio, por eso hay que interconectarlas. Hoy la atención no solo debe enfocarse en el eje norte-sur-valle de Quito, sino en cómo influir en la interacción entre el valle de Quito y los otros valles: Los Chillos y Tumbaco. Ahí está el problema inmediato a ser resuelto.
El eje norte-sur ha sido engullido por el hipercentro, lo que ha provocado una concentración de usos de suelos y de actividades, al punto que si un residente de Cumbayá desea acudir a un parque público tiene que trasladarse hacia La Carolina.
Esto, como ejemplo de que la movilidad en sí no es un problema urbano, sino un síntoma que se genera ante la ausencia de una distribución equitativa de las actividades alrededor de los diferentes sectores de una ciudad.
En el extremo norte, el parque Bicentenario es el ejemplo perfecto de la visión que debemos cambiar. Antes del Metro, se vendió la idea de que desarrollar la zona del antiguo aeropuerto era el proyecto que salvaría a la ciudad. Enseguida se aprobaron normativas que darían paso a la construcción de edificios de 20 o 30 pisos. Sin embargo, desde que empezó el proceso, con un concurso realizado en 2007, hasta la fecha no hay un proyecto inmobiliario que se atreva a apostarle a esa densidad.
Lo sucedido deja como lección que en lugar de pensar en proyectos estáticos, inamovibles, la estrategia urbana debería enfocarse en condicionantes; es decir, en diferentes escenarios. De ese modo, si una propuesta es aceptada se puede trabajar en ella, caso contrario se puede desarrollar un plan de contingencia. Esta posibilidad todavía no existe en el ámbito de la gestión municipal.
En lo económico, la capital todavía mantiene un remanente del crecimiento generado por el segundo boom petrolero que tuvo el país, y que fue tan mal administrado por el gobierno anterior. No obstante la actividad solo podrá restablecerse del todo, cuando se anule la Ley de Plusvalía, a través de la consulta popular, convocada por el presidente Lenín Moreno. En la estructura económica de Quito, la construcción equivale a la actividad industrial en una economía desarrollada.
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