El escenario fue el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, en La Haya. El exgeneral bosniocroata Slobodan Praljak, de 72 años, escuchaba la lectura de su última sentencia de apelación por sus crímenes de guerra. Prajlak, el militar que ordenó atacar el puente de Mostar, gritó que no era un criminal de guerra y bebió de un frasco. Una escena shakespeariana que solo hizo su muerte más vil, más cobarde, porque intentó borrar sus culpas en un acto que seguramente consideró heroico, pero que solo puso en contexto su vileza
Praljak, ingeniero eléctrico en Zagreb, trabajó como productor de teatro, cine y televisión y como profesor de filosofía y sociología. A principios del verano de 1991, se unió al ejército de la República de Croacia. El 14 de marzo de 1992, se convirtió en Viceministro de Defensa de la República de Croacia. El 10 de septiembre de 1992 fue nombrado miembro del Consejo de Defensa Nacional de la República de Croacia y desempeñó ese cargo hasta el 15 de junio de 1993.
Slobodan Praljak participó en una empresa criminal conjunta entre el 18 de noviembre de 1991 y abril de 1994, con el objetivo de volver a crear, dentro de los límites de la provincia Banovina de Croacia, una Gran Croacia étnicamente pura y para ello recurrió a la instigación del odio político, étnico y religioso; al uso de la fuerza, la intimidación y el terror con detenciones masivas, la deportación forzada y el sometimiento de las poblaciones encarceladas a trabajos forzados.
Como jefe del Consejo Croata de Defensa participó en la limpieza étnica de la ciudad, de la zona Prozor, del Ayuntamiento de Gorjni Vakif, de los pueblos de Sovici y Doljani y del municipio de Mostar. Ejecuciones, violencia sexual, saqueo y ataque contra civiles musulmanes constan en su historial.
El miércoles, cuando el tribunal se disponía a emitir su última sentencia antes de su cierre en diciembre, gritó: Praljak no es un criminal. Un fallido acto de absolución que la historia no le concederá. Su muerte fue tal vez más teatral, pero no menos vil que la de Heinrich Himmler, el siniestro jefe de las SS, uno de los mayores carniceros del Tercer Reich, que traicionó a su Führer y huyó de Berlín con papeles falsos. Fue capturado en la ciudad de Meinstedt.
El coronel Murphy, que iba a encargarse de su custodia, preguntó a los militares si habían revisado bien al prisionero. La respuesta fue que hallaron una una cápsula de cianuro en el bolsillo. “¿Han mirado bien en su boca?”, preguntó. Un objeto crujió entre las mandíbulas de Himmler.
Los organizadores del odio, los que crean sectas a su alrededor nunca podrán escapar a su destino. A veces se creen intocables por todo el poder que logran acumular a costa de sacrificar a amigos, familiares, compañeros; a costa de convertir en enemigos a todos quienes no piensan como ellos o no les profesan idolatría…, pero el tiempo es su mayor enemigo. El tiempo se encarga de arreglar cuentas siempre. Tarde o temprano. A veces más temprano que tarde porque sus victorias siempre fueron pírricas, siempre fueron intrascendentes…
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