Corrían los años ochenta. Los años de los trucutús, carros antimotines, bombas lacrimógenas…, y travestis. Gente con una orientación sexual distinta que trataba de sobrevivir en las calles de Quito, Guayaquil, Cuenca, Esmeraldas… Gente expulsada primero de sus hogares por sus comportamientos antinatura. Que un hombre juegue con muñecas era inconcebible, que una niña juegue a ser superhéroe de la Liga de la Justicia, incomprensible.
En la calles, sin siquiera completar sus estudios primarios, muchos debieron sobrevivir. ¿Cómo? Con la prostitución callejera, en el caso de los travestis, porque era (es) un buen negocio ofrecer sus servicios sexuales a una sociedad falocentrista. Una sociedad que se negaba y niega a mirarse en el espejo.
Los uniformados en esos años, al parecer, no tenían más trabajo que sentarse a esperar la noche para ir a la caza de los travestis en La Mariscal, El Guambra, la Y…; a buscar a los pervertidos y delincuentes, para que la moral de una sociedad falocentrista pudiera dormir en paz.
Pero muchos, hartos de que esa sociedad falocentrista les escupiera en la cara, se levantaron. Sus rostros salieron de la oscuridad y comenzaron a preguntarse por qué no tenían derechos.
El prejuicio de una sociedad falocentrista parecía superada. Ser gay ya no era un lacra, hasta parecía una moda. La convivencia entre distintos era absolutamente normal. Pero de la nada, en pleno siglo XXI, aparece un movimiento que convoca a miles no para reivindicar sus derechos, sino para negar el derecho de los otros a ser distintos.
La protesta contra dos proyectos de ley sobre educación sexual y reproductiva fue el leitmotiv: el Código Orgánico de la Salud y el de Erradicación de la Violencia de Género contra las Mujeres. La convicción regada era que se quería imponer el reconocimiento del género desde las escuelas.
“Nos quitan la libertad de criar a nuestros hijos como nosotros creemos que debe ser la familia”. “Los seres humanos son una creación de Dios por lo que no puede ser violada. Nosotros queremos que nuestros hijos sean mujeres y hombres de bien”. “Dios creó hombre o mujer; no a una mujer para que después sea hombre. No podemos quitarnos lo que el Señor nos ha dado”. “Creemos que la familia debe ser conformada por papá y mamá”.
Esos fueron los argumentos de los que salieron a las calles a protestar, recogidos por diario El Comercio.
Ahora, según esa misma reportería, hay un Frente Nacional por la Familia. Así tal cual. Jorge Bejarano, vocero coordinador del grupo, había dicho que el proyecto de Ley para la erradicación de la violencia contra la mujer sería una puerta abierta para generar toda una regulación en base al enfoque de género como la maternidad subrogada, vientres de alquiler, aborto y distribución de métodos anticonceptivos.
Una sociedad avanza por la conquista de derechos, no por restar derechos y menos derechos civiles. Derechos civiles, tal vez sea necesario recalcarlo, derechos civiles. Derechos a los que todos tienen derecho sin distinción de orientación sexual alguna. Son derechos civiles. Y es esa lucha por los derechos civiles de personas que fueron y son humilladas, marginadas, golpeadas, arrastradas… la que debería convocar. La que debe convocar. A todos.
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