“¡Cámara escondida!, ¡Sonría!”. El descaro usual y obsceno. La diversión de masas embrutecedora. Son los que ayer, mentirosos, defendían su “honra” personal cuando algún insulto les llegaba en el oficio público. Delicadeza fingida, caritas de chicos indignados. Puro teatro montado, vergonzosamente, en los tribunales de justicia… manipulados por teléfono o con simples correitos electrónicos.
¡Ah!, el buen vivir socialista. La buena vida que se han dado. Sibaritas revolucionarios. Toda una alegre banda de cantantes y bailarines en la tarima. O sea, unos farsantes. Porque en las sombras del “backstage” cambiaban de oficio. Se hacían de la Checa, de la NKDV, de la GPU, de la KGB, de la STASI, del G2 cubano. Es decir de su versión partidista, la SENAIN.
“Pedir prestado y regalar” decía Marx de la ciencia financiera del estatismo lumpenburgués. Lo hemos constatado. Pero este es el lado libidinoso, vividor, hasta lujurioso de nuestros socialistas. Son simples raterías en grande…
No hay que llamar a eso “policía política”. La política es otra cosa que las conspiraciones partidistas. Se trata de policía secreta y partidista. Defienden al gobierno, no importa el medio. Van del chantaje a la paliza. Luego sería cárcel, desaparición, muerte.
Estamos impresionados por la corrupción de la “mesa servida”. Y claro que da repugnancia la hipocresía de la izquierda en el poder defendiendo, por “lealtad”, el saqueo. Oigamos sus razones: el dinero, a fin de fines, es para la causa. Los jefes sabrán manejarlo. Ellos además tiene necesidades “extraordinarias”, etc, etc. El pueblo llano, y oportunista, simplemente se niega a creer que sus líderes lo hayan hecho. Lo cierto es que tuvieron bono, beca, sueldo de inspector y archivista, entradas gratis, préstamos y el circo de insultos a los ricos. Esto último no tiene precio. ¿Quién va a pagar la mesa servida y el espectáculo? “Yo no”, piensa el pueblo ingenuo.
Los demagogos caudillistas no creen en el progreso. Entienden la historia como un ciclo infernal, una repetición maníaco depresiva.
“Pedir prestado y regalar” decía Marx de la ciencia financiera del estatismo lumpenburgués. Lo hemos constatado. Pero este es el lado libidinoso, vividor, hasta lujurioso de nuestros socialistas. Son simples raterías en grande, estafas hollywoodenses, “hoguera de vanidades”. Lo que importa es el mecanismo que ha hecho fácil el saqueo. Se llama concentración de poder, hiperpresidencialismo, democracia “participativa” (manipulada por la propaganda), caudillismo.
El caudillismo conduce a un destino. No sólo el despilfarro de bienes materiales, sino la esclavitud y el sacrificio de las conciencias, que en “una manipulación concertada de las imágenes y de las pasiones… darán lugar a nuevos abusos de poder” (Jacques Lacan, la Psiquiatría inglesa y la guerra). Los demagogos caudillistas no creen en el progreso. Entienden la historia como un ciclo infernal, una repetición maníaco depresiva. Si a la fiesta totémica sigue un recogimiento realista para pagar las deudas, ya llegará otra vez la hora del triunfalismo agresivo y violento.
La demagogia es una falta moral. Lacan, en “Televisión”, explica esta falta como un rechazo del bien decir, rechazo que conduce siempre a una excitación maníaca mortal. ¿Después de un tiempo de tristezas y frustraciones volverá el momento de los incitadores del odio y la lucha, la hora de los consumidores de almas?
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