El acecho al que ha sido sometido el presidente Lenín Moreno, a través de una cámara oculta alojada en una pared de su despacho, en el Palacio de Gobierno, constituye un comportamiento típicamente mafioso que viola la seguridad del Estado.
Aunque todavía no existen suficientes elementos para afirmar que se trate de un caso de espionaje, el asunto genera muchas interrogantes. Si el artefacto fue colocado hace seis meses, esto es antes de la llegada de Moreno, ¿para qué lo instalaron?, ¿acaso hubo la intención de registrar en video a las personas que acudían al despacho, para evitar una negativa a posteriori de que estuvieron allí?, ¿por qué nadie avisó al nuevo mandatario sobre la presencia del artefacto?
No tiene sentido que un gobernante en funciones (Rafael Correa) ordene poner una cámara en su oficina para filmarse a sí mismo. Quién sabe si un motivo fue tener pruebas que permitiesen sostener a futuro: “el video no muestra que haya recibido plata, por tanto eso jamás ocurrió”. Como si no fuera de dominio público que en la habitación de un lujoso hotel de Quito se recibían sobornos.
Que el aparato haya sido instalado con suficiente antelación muestra que hubo tiempo para realizar las pruebas y los ajustes necesarios para asegurar su buen funcionamiento. Así, resulta obvio el afán de vigilar lo que ocurriera en el despacho del nuevo mandatario. Una intromisión escandalosa y detestable.
La práctica de espiar con cámaras ocultas muestra la clase de gente que detentó el poder. Este comportamiento parece adscribir a ley de la Omerta, el infame código de “honor” siciliano que prohíbe, a sus miembros, consiglieres y padrinos, so pena de muerte, informar sobre los delitos cometidos por alguien de la “familia”; y los incriminados permanecen en silencio por temor a represalias o por proteger a otros culpables.
Las denuncias documentadas que están saliendo a la luz sobre la corrupción de la última década, dan cuenta que el país estuvo gobernado por un grupo que se promocionó con un discurso de cambio y honradez pero en realidad era una tropa de asalto a los fondos públicos, que llegó al poder a través del voto popular. A su vez, las actitudes exhibidas por presuntos autores, cómplices y encubridores dejan ver que la podredumbre continúa rampante en el país.
Mis cuestionamientos vienen desde la época en que ocurrieron las cosas; no se inscriben en el flamante anticorreísmo que está de moda por estos días. Hasta hace poco, mucha gente no se atrevía a decir nada. En todo caso es saludable que el país unifique una postura ante lo sucedido.
La sensación de que soplan vientos nuevos, no basta para curar los males que tiene la República. Ante el actual estado de cosas, lo único que cabe es esperar que el pueblo salga a las calles a manifestar su repudio.
Por todo lo que hemos visto y conocido, es doloroso saber que los organismos de control representan al gobierno anterior que impuso un sistema judicial obediente a sus designios. Por eso no hay que descartar que el desenlace de los juicios e investigaciones quede en la nada.
Volviendo al episodio de la cámara oculta, fiel a su estilo, el presidente Lenín Moreno lo ha calificado de “indelicadeza”, un término suave para un caso de posible violación a la seguridad del Estado. Tengo la impresión que Moreno ha convertido la famosa canción “Despacito” en su nuevo himno nacional, porque sus idas y venidas, una de cal y de tres de arena, son desconcertantes.
Por mencionar un hecho, causa desazón que el presidente que aseguró no haber encontrado la “mesa servida” en materia económica, como proclamaba su antecesor, no haya tenido reparo en enviarle a Bélgica el séquito de secretarias que tenía en Quito, ahora convertidas en funcionarias del servicio exterior.
También llama la atención que el mandatario haya expresado públicamente que en el país ha existido una administración de justicia independiente. No entiendo si lo dijo con intención humorística o en serio, pero fue un pésimo chiste.
El nuevo discurso se agotó en los primeros 100 días de gobierno. La sensación de que soplan vientos nuevos, no basta para curar los males que tiene la República. Ante el actual estado de cosas, lo único que cabe es esperar que el pueblo salga a las calles a manifestar su repudio.
Lenín Moreno ha anunciado una consulta popular, cuyas preguntas estarán listas en octubre. Pero los problemas no se arreglan solo con preguntar a la gente sobre una u otra cosa. Eso solo sirve para contentan a los gobiernos de turno, cuando la mayoría responde Sí.
Una democracia robusta se garantiza con la participación constante del pueblo. Hoy por hoy, tenemos que deshacer el entuerto y arreglar todo lo que destruyó y estar atentos para evitar que se repita. Para conseguirlo hay que salir a la calle, el único sitio donde no pueden prohibir lo que tenemos que decir.
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