El grupo terrorista Estado Islámico (también conocido como Isis o Daesh) parece haber adoptado la modalidad de atropellar gente indefensa. Con el atentado perpetrado el pasado jueves, cuando una furgoneta embistió a las personas que paseaban por la Rambla de Barcelona, una de las zonas más concurridas del centro de esa ciudad española, suman ocho los ataques cometidos con el mismo esquema.
Durante el último año, Londres, París, Estocolmo, Berlín, Niza han sufrido atentados con vehículos utilizados por los terroristas para arrollar transeúntes que caminan por lugares emblemáticos. El golpe más mortífero de este estilo, lo dio en Niza un terrorista con un camión que mató a 85 personas y causó heridas a otras 300. Ahora le tocó el turno a Barcelona, con un saldo, por el momento, de 20 fallecidos y alrededor de un centenar de heridos.
Como su nombre lo indica, el terrorismo persigue sembrar el terror en las personas, con la intención de que sientan pavor de acudir a lugares públicos porque no se encuentran seguros ni en paz en ningún sitio debido al pánico de ser blanco de un ataque, que puede ocurrir cualquier momento.
El efecto propagandístico es otro de los fines que persigue el autodenominado Estado Islámico con estas acciones sangrientas. No en vano, los líderes de la organización reivindican los atentados que realizan e incluso colocan en sus redes sociales videos con imágenes perturbadoras de sus actos violentos.
Otro problema que Europa aún no logra resolver es el ingreso irregular de personas en oleadas masivas. Los extremistas pueden mezclarse fácilmente con la gente que llega en busca de refugio.
Surgida de un rompimiento con Al-Qaeda por el control del ámbito yihadista, el grupo terrorista se ha propuesto llevar el horror a varias ciudades de Europa supuestamente en venganza contra los bombardeos a los que está sometido desde mediados de 2014 por una coalición liderada por Estados Unidos, en la que participan los principales países europeos.
Entre la gran comunidad musulmana asentada desde hace décadas en el Viejo Continente, cientos de descendientes de los migrantes son admiradores del Estado Islámico y han conformado células operativas, con milicias entrenadas, que acatan las órdenes de la organización, “con las armas disponibles”. Así, sin más, con lo que tengan a mano.
Aunque es difícil ensayar una explicación sobre las causas que los conduce al extremismo, algunas tendrían que ver con una ausencia de identidad cultural o la imposibilidad de adaptarse a los valores que promueve la civilización occidental. Solo así tendrían explicación los atentados realizados por ciudadanos europeos de ascendencia musulmana. Los servicios estatales de inteligencia deben afinar sus alertas y destruir las células extremistas radicadas en los países europeos antes de que causen más daños.
Otro problema que Europa aún no logra resolver es el ingreso irregular de personas en oleadas masivas. Los extremistas pueden mezclarse fácilmente con la gente que llega en busca de refugio.
Naciones como Canadá, Nueva Zelanda, Australia utilizan un sistema migratorio ordenado por puntos, en base a méritos. Quizá la Unión Europea y los Estados Unidos deberían aplicar este método para filtrar de mejor forma a los recién llegados.
Una de las pretensiones del Estado Islámico es instalar un califato que comprenda todas regiones que antes estuvieron bajo dominio árabe. Con el horror, la agrupación extremista se ha convertido en una amenaza global.
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