“No hay tal mesa servida, esa es la pura y neta verdad… creo que se podía haber sido un poquito más mesurado al momento de dejar las cuentas en mejores condiciones”. Con estas afirmaciones, el presidente Lenín Moreno, amplía la brecha con su mentor, Rafael Correa, de quien empezó a desvincularse el mismo día de su investidura.
Esta declaración sobre la difícil condición económica que afecta al país, no solo deja sin piso al antecesor que aseguraba que la mesa estaba “servida” para su heredero, sino también profundiza el alejamiento y acelera la confrontación que se avizora entre ambos.
De partida, en este juego se contraponen sus personalidades: el antecesor es de temperamento autoritario, de palabra incontinente, no permite que otro le haga sombra; en cambio, el sucesor es de talante sereno, no insulta ni alza la voz. ¿El resultado? Diferentes estilos de gobernar.
No es deseable el desencuentro de personajes que formaron equipo durante más de seis años, desde la primera campaña electoral, cuando se presentaron al país como abanderados de una utópica “revolución ciudadana”, que los convirtió en el binomio ganador de dos elecciones consecutivas.
En caso de sellarse la ruptura, sería otra de las tantas que ha sido testigo el país. Basta mirar un poco hacia atrás para comprobar que este tipo de riñas forman parte de nuestra historia republicana.
Es memorable el encono entre los expresidentes José María Velasco Ibarra y Camilo Ponce Enríquez, quien llegó a la Presidencia en 1956 tras haber sido ministro de Gobierno de Velasco, con el auspicio entusiasta y como continuador del tercer velasquismo (hubo cinco).
Otra riña célebre se produjo en los inicios de la actual etapa democrática. En 1979 el expresidente Jaime Roldós y su mentor y tío político, Assad Bucaram, llegaron al poder como adalides del partido Concentración de Fuerzas Populares (CFP). Las rencillas derivaron en división y el mandatario fundó Pueblo Cambio y Democracia. Ambas organizaciones se extinguieron en el tiempo.
No es deseable el desencuentro de personajes que formaron equipo durante más de seis años, desde la primera campaña electoral, cuando se presentaron al país como abanderados de una utópica “revolución ciudadana”, que los convirtió en el binomio ganador de dos elecciones consecutivas.
En el caso presente, llama la atención que Lenín Moreno recién conozca el estado de las cuentas fiscales, porque antes de su posesión, cuando todavía era presidente electo, la administración saliente y la entrante conformaron comisiones para el traspaso de toda la información. Cabe suponer que los delegados del actual jefe de Estado eran personas de su absoluta confianza.
También resulta extraño que, luego de conocer la grave situación económica de la nación, el presidente mantenga en calidad de consejeros suyos a los responsables del pésimo manejo anterior. ¿Por qué que no separa de sus cargos a funcionarios que obraron tan mal? En contrapartida, ¿acaso ellos no sienten un mínimo de vergüenza?, ¿por qué se quedan impunemente como parte del nuevo Gobierno? Por dignidad, esa gente debería renunciar.
Pese a todo, es relevante que el presidente haya captado, a tiempo, la peligrosa crisis económica que tiene el Ecuador, que la denuncie y empiece a actuar en concordancia.
Pero el problema no es únicamente la economía, aunque sea lo prioritario. También habría que revisar la educación, la salud, la política exterior, por mencionar algunas áreas. Como ciudadano, animo al presidente a poner las cifras en blanco y negro.
Moreno ha comprendido que debe realizar cambios de fondo en todos los frentes; caso contrario, fracasará su gestión. La labor de un jefe de Estado se equipara a la del capitán de un barco. Un buen capitán lleva a su nave a buen puerto.
Hasta el momento, Moreno ha dado señales de generar transformaciones; él mismo ha dicho que nuevos vientos soplan en el país. Ojalá que esos cambios no queden en las formas, sino que sean trascendentales para el país.
De su parte, los legisladores de la bancada oficialista, Alianza País, que parecen estar frente a la disyuntiva de tornarse correístas o morenistas deberían aceptar que la realidad del Ecuador no lo que aparecía en la excesiva y costosa publicidad oficial ni en larguísimos programas de televisión que llamaban “sabatinas”. Todos ellos deben ser los primeros en arribar el hombro para resolver la crisis del país.
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