El psicoanálisis tiene una política. Sólo una. Puede variar en sus estrategias transferenciales y es muy flexible en sus tácticas de interpretación. Esto se refiere tanto a la práctica del psicoanálisis puro, como a sus aplicaciones en las instituciones sociales. Pero, ¿cómo los analistas sostendrán una política en el debate de una colectividad concreta acerca del régimen de gobierno más apropiado? Si la ética es la práctica de la teoría, esto también se puede decir para juzgar la política.
Sin sustento estadístico puedo dar una impresión, una conjetura. Muchos lacanianos han tenido antecedente en las izquierdas. Sí, con plural. Las izquierdas diversas , antagónicas y enemigas. Jacques Alain Miller lo declara abiertamente: es un marxista, un ex-maoista, pasado por la experiencia del psicoanálisis. Ya no será el mismo aunque queden restos. En cambio Freud no era ni marxista ni progresista. Era más bien un tanto escéptico frente a la utopía bolchevique. La doctrina soviética hacía del psicoanálisis una ideología burguesa, elitista, idealista e individualista. Algunos psicólogos de esa tendencia reconocían que Freud había distinguido una problemática: el inconsciente y sus síntomas.
En Lacan no se podrán hallar rastros de una simpatía, menos un apoyo, por las causas de las izquierdas. Denunciaba a la URSS, no le impresionaba el maoismo, y a los “rabiosos” anarquistas de Mayo del 68 les dijo que sólo buscaban un amo. Y que lo conseguirían. Prefería ser considerado un liberal “como todo el mundo”. De paso no se paró en descifrar el discurso del capitalismo como uno que excluye las dimensiones del deseo sustituyéndolo por la demanda. Por eso el capitalismo era contemporáneo del surgimiento del psicoanálisis.
En Lacan no se podrán hallar rastros de una simpatía, menos un apoyo, por las causas de las izquierdas. Denunciaba a la URSS, no le impresionaba el maoismo, y a los “rabiosos” anarquistas de Mayo del 68 les dijo que sólo buscaban un amo. Y que lo conseguirían. Prefería ser considerado un liberal “como todo el mundo”.
Que tantos izquierdistas, a partir de los años 60, devinieran lacanianos, es por sí solo una refutación, de hecho, a la condena estalinista contra Freud y Lacan. El psicoanálisis no es una ideología. Althusser, al igual que Foucault (en Las Palabras y las Cosas, al menos), le daban un lugar eminente entre las ciencias humanas. En Francia esa fue la historia, también en España e Italia. América Latina ofreció una legión numerosa de izquierdistas. Los argentinos gustan de presumir que la Argentina es el país del psicoanálisis. Tienen motivos de peso para sentirlo. Lacan vino a América Latina en 1980, a Caracas, habló en el Ateneo de Caracas, ahora expropiado por el caudillo de izquierda Chávez.
Creer en la coalición del marxismo y el psicoanálisis no es nuevo. Empezando por Trotski, que asumía como un materialismo el énfasis sobre la libido que hacía la teoría freudiana. W. Reich hizo otro esfuerzo para interpretar el movimiento nazi con claves del imaginario erótico. La Escuela de Frankfurt inició una línea donde se inscribieron valiosas contribuciones para una teoría crítica. Allí se pensaba, por ejemplo, el psicoanálisis como el reverso de la publicidad. Argentina desde los años 40 fue el país donde se reunirían psicoanalistas provenientes del Partido Comunista y de la izquierda: Marie Langer, Angel Garma, E. Pichon-Riviére, el rebelde José Bleger, son algunos nombres recordados. Completar una teoría de la producción económica y de la política con una que daba la clave de la economía sexual del individuo era un proyecto atractivo. La revolución llegaría desde la calle hasta la vida íntima. O siguiendo la ruta contraria.
Para Lacan había un abismo incolmable entre Marx y Freud, pues “el marxismo fracasa en dar cuenta de un poder cada vez más desmesurado y loco en cuanto a lo político” (Preámbulo del Acta de la Escuela Freudiana de París de 1964). Lo que Lacan no podía anticipar era el giro ocurrido a partir de la segunda mitad de los 80, y en el contexto próximo del final de la URSS y de la caída del muro de Berlín: las izquierdas se volverían populistas y las nociones lacanianas, instrumentadas por el filósofo Ernesto Laclau, aportarían sentido a esa renovada esperanza, ahora nombrada “emancipatoria”.
La ambición en ruta de la “izquierda lacaniana” es separar a Lacan del psicoanálisis. Convertirlo en un autor- junto a otros de la parafernalia teórica “emancipatoria”- para la nueva formación política de la izquierda populista. La práctica psicoanalítica queda como un zombi inofensivo.
Muchos lacanianos, que se habían desencantado de la revolución en los 70, se reconocieron en los argumentos de Ernesto Laclau. El populismo electoral era la vía. No se prestaba atención a que la consumada dictadura militar de los Castro, un caballo de batalla de la desaparecida URSS, era la asesora del Foro de Sao Paolo. La historia continuó así para lo que se quería llamar “izquierda lacaniana”. Un flamante Ideal del Yo . Se apoyaba los movimientos populistas en América Latina y los gobiernos de esa tendencia. También hubo, escasamente, argumentos de lacanianos que mostraban la lógica totalitaria y anti-psicoanalítica del populismo. Luego llegó el desastre de Venezuela.
La ambición en ruta de la “izquierda lacaniana” es separar a Lacan del psicoanálisis. Convertirlo en un autor- junto a otros de la parafernalia teórica “emancipatoria”- para la nueva formación política de la izquierda populista. La práctica psicoanalítica queda como un zombi inofensivo: proclamado su fin, ya muerto, superado, sigue deambulando, como un ejercicio menor, intrascendente.
9.
ZADIG, Zero Abjection Democratic International Group, iniciativa lanzada por el psicoanalista Jacques Alain Miller, tendría como objetivo recuperar el campo de la intervención política para los principios auténticos del psicoanálisis. Ha empezado oponiéndose a Marine Le Pen y el fascistoide FN de Francia. Hoy lo hace contra la lumpendictadura militar de Nicolás Maduro. El psicoanálisis no participa de los prejuicios de las derechas, tampoco de los de las izquierdas. Tiene sus propios conceptos, también su ética, y los aplica al estudio de cada régimen. Los tres imposibles de Freud -gobernar, educar y curar-, son lugares precisamente del síntoma. Los psicoanalistas no pueden eludir sus responsabilidades en cada uno de ellos. Las asumirán con escrupulosidad, moderación y apertura, tal como lo recomendaba Lacan cuando se refería a la clínica.
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