El consumo de drogas es tan antiguo como la historia de la humanidad. En tiempos remotos y en los actuales grupos étnicos, esta actividad se cumplía durante rituales sagrados, incluyendo las intervenciones de los sabios curanderos, con el objetivo de poder manejarse de la mejor manera con los poderes sagrados de los ciclos naturales y humanos. Entonces, el consumo regulado de las sustancias poseía una compleja red de significaciones míticas que le daban sentido.
Hoy en día el mundo está desmitificado, los nombres del padre (función paterna) aparejados a las grandes ideologías, soluciones políticas y religiosas, se han debilitado considerablemente. El mundo pierde sentido. Toda forma de autoridad también se ha visto afectada. Tal resultado se origina en la elevación al altar de los dioses de los productos de consumo masivo que la expansión del discurso llamado capitalista ha producido. Giles Lipovetsky lo planteó como un individualismo de masas.
El agente que comanda en la época actual es el objeto de consumo, cualquiera que este sea. El sistema busca que todos gocemos al máximo del consumo, que nos convirtamos en adictos a las compras y así vender hasta el hartazgo, sin ningún sentido o significación. Estas son las condiciones que permiten la elaboración, comercialización y consumo de todo tipo de sustancias llamadas drogas.
Hay que aclarar que una cosa es utilizar dosis recetadas con fines médicos, o el consumo ocasional y moderado de alguna sustancia para obtener algo de placer (tomar un viernes con los amigos), y muy distinto, en cambio, es el consumo descontrolado e ilimitado cuyo éxtasis disfraza un destino mortal. Esto es la adicción.
Desde el punto de vista del psicoanálisis lacaniano, la adicción es una satisfacción excesiva, auto-erótica y solitaria, donde el vínculo social queda seriamente excluido. Es un goce mortífero. Es una respuesta a la angustia de la época donde la sustancia opera como un taponamiento de las faltas subjetivas del sujeto hipermoderno, pero termina produciendo más angustia en un ciclo sin fin donde predomina la pulsión de muerte.
Este funcionamiento de la subjetividad de la época permite que las organizaciones que trafican estas sustancias oferten al mercado, y encuentran una creciente demanda, convirtiéndose en uno de los negocios más rentables del mundo.
Una cosa es utilizar dosis recetadas con fines médicos, o el consumo ocasional y moderado de alguna sustancia para obtener algo de placer (tomar un viernes con los amigos), y muy distinto, en cambio, es el consumo descontrolado e ilimitado cuyo éxtasis disfraza un destino mortal. Esto es la adicción.
En la actualidad se desarrolla un debate global alrededor de la legalización de algunas sustancias psicotrópicas y estupefacientes. En algunos países, por ejemplo Uruguay, ahora es legítimo consumir marihuana. El Estado la produce y distribuye en los establecimientos autorizados y el consumidor tiene que registrarse. En otros lugares se exige, en el caso de los adictos, su participación en algún tipo de terapéutica. Creo que estos modelos, y otros, deben considerarse en el debate sobre el tema.
No soy partidario de la liberalización total ni del control excesivo, pues aunque parezca extraño, esto último se torna en la adicción propia del aparato del estado, con la aplicación superyoica de la ley de manera irrefrenable e ilimitada. Por tanto, la mejor opción es implantar una política moderada que tome en consideración todas las aristas del síntoma social.
Como parte de su llamado al diálogo nacional, el presidente Lenín Moreno se ha reunido con varios excandidatos presidenciales con el fin de elaborar una propuesta de lucha contra las drogas. A la par, la Secretaría Técnica de Drogas ha conformado una comisión para analizar la tabla de consumo y microtráfico que rige en el país desde hace pocos años, impulsada por el partido gobernante.
En mi opinión, el problema de las adicciones no se resuelve únicamente con aumentar o rebajar las cantidades que se puedan consumir legalmente. Una política más seria para afrontar el tema debería diseñarse desde una perspectiva múltiple, con la participación de distintos actores, tanto del Estado como de la sociedad civil, lo cual requiere de un tiempo para su comprensión, sin apresuramientos. Esto incluye especialistas en diferentes campos. Sin embargo, la participación de las organizaciones de la sociedad civil está restringida por la permanencia del decreto 16 que constituye una camisa de fuerza.
Por las razones antedichas, hoy en día las adicciones son muy diversas. No sólo a sustancias químicas, sino a otros objetos y acciones, como las compras compulsivas, los video juegos, los celulares, el trabajo excesivo, entre otros. El adicto ha sustituido el síntoma parlanchín por el síntoma mudo. La rehabilitación o reeducación puede ayudar, pero lo principal es permitir que el sujeto hable y sea escuchado de buena manera. Aquí los medios pueden cumplir una función. ¿En los medios se entrevistan a los consumidores, adictos y, por qué no, a los traficantes? ¿Qué tienen que decir ellos? El esfuerzo debería apuntar a que el afectado tramite su goce del objeto droga al goce de la palabra, para así desprenderse, en buena medida, de la adicción y saber tolerar los goces que restan. De esto debería debatirse y no tanto de las tablas.
Las tablas son un abordaje cuantitativo que no permite subjetivar el problema y no es difícil evadirlas. Además, algunos señalan que es una medida inconstitucional porque se criminaliza el consumo y la adicción. Hay que preguntarse ¿qué sucede en aquellos sectores más pobres (también los llaman vulnerables), donde la destructiva droga H tiene más consumo? ¿Hay alguna investigación multidisciplinar al respecto?
No sólo se trata del combate judicial y policial al narcotráfico y microtráfico. Puede incluso haber traficantes que se cuestionen su accionar en algún momento. Tienen también derecho a la palabra y decir lo que les aqueja. La libertad de expresión en fundamental en todo este abanico de asuntos sobre el tema. Pero, con regulaciones como la ley mordaza vigente, es más difícil implementarlo.
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