Una de las apuestas fuertes del Gobierno anterior fue el control absoluto de la información. La idea primigenia de ese proyecto partía de la premisa de que información era solo lo que producía Carondelet. Fuera de ahí solo se podían producir mentiras o engaños o montajes o tergiversaciones perversas y de mala fe construidas para dañar la imagen de una legión de ángeles que llegaban del cielo a salvar el país primero y después el mundo.
Y cómo información era solo que lo salía de Carondelet quién mejor para informar que el mandatario de turno, el antecesor del actual Presidente.
La escuela de esa idea estaba a la vuelta de la esquina, en la Venezuela de Hugo Chávez que logró consolidar un proyecto dictatorial gracias a la anulación completa de los medios de comunicación que no servían a sus intereses. Al agua contaminada no se podía llamar agua contaminada; el pronombre él debía estar acompañado del pronombre y la pronombre ella. Los presos ya no era presos. No había perseguidos políticos. La oposición pasó a ser una tarea de escuálidos. No había exceso de gasto porque todo eran necesidades para cumplir un fin superior. El dictador ya no era dictador sino la representación misma del pueblo, una vida que no era su vida.
El cuadro completo de la Venezuela chavista comenzó a ser pintado en Quito. Las palabras comenzaron a ser proscritas. Los viejos ya no eran viejos, pese a que no podían demostrar lo contrario. Hablar de corrupción en el Gobierno era simplemente impensable porque todos eran funcionarios honestos, probos, de manos limpias y corazones ardientes que solo pensaban en el bienestar de la Patria con choferes que los esperaban en las puertas de cualquier lugar y caravanas de autos de seguridad a sus espaldas; en una Patria, desde su particular punto de vista, incolora, inodora e insípida.
Una Patria dedicada a cantar loas y pronunciar epitalamios al líder máximo, al ser supremo que encarnaba todos los poderes de un Estado, como si de Corea del Norte se tratara.
Las denuncias de corrupción no podían alcanzar a los funcionarios del Gobierno porque todas fueron reducidas a acuerdos entre privados. El mayor caso de corrupción en Petroecuador fue una simple traición a la confianza de los líderes. Así se fue banalizando la corrupción, al igual que la crisis económica, al igual que el honor del exgobernante tasado en millones de dólares mientras el ecuatoriano promedio sufría y sufre para alcanzar a cubrir parte de la canasta básica.
El anterior Gobierno de Ecuador quiso mirarse en el espejo de Venezuela para banalizar la corrupción. Para dejar entrever que el despilfarro de fondos públicos era un pelo de cochino frente a la gran obra.
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