Era un miércoles 27 de junio de 2007. Todos los que han hecho periodismo o pasado por algún medio de comunicación en los inicios de este Gobierno lleva claro en la memoria ese hecho, porque, como diría Borges, solo una cosa no hay, es el olvido. Ese día el presidente de la República saliente cumplía una agenda en Cuenca.
La ciudad estaba fuertemente golpeada por las torrenciales lluvias. El Presidente saliente había llegado a Cuenca ese 27 de junio acompañado por sus ministros más cercanos en ese entonces, como la del Migrante, Lorena Escudero, y el de Gobierno, Gustavo Larrea. Este es el relato de Sandra Ochoa sobre ese momento, reseñado en un tesis de la Universidad de Cuenca, escrita por Angélica Angamarca.
“Llegó a Cuenca una semana después del desbordamiento del río Yanuncay. (…) El presidente no quiso dialogar con los medios de comunicación para hacer una evaluación de su recorrido; sin embargo, la insistencia le molestó y accedió a dialogar. (…) El departamento de comunicación de la presidencia hizo una lista de los periodistas que tenían consulta para el presidente. (…) El presidente descalificó cada una de las preguntas con bastante agresividad; llegó a decir a los compañeros comunicadores que no sabían preguntar, que aprendan hacer bien su trabajo y que lo que le estaban preguntando era algo sin importancia para la gente. Luego me tocó a mí. (…) La verdad es que yo ya no sabía qué preguntar. (…) Replantarme las mismas preguntas era absurdo, (…) así que cuando dijeron mi nombre (…) le dije: ¿Qué quiere que le pregunte?, para que pueda hablar libremente. ¿Qué le gustaría que le pregunte?, porque nada que a usted no le gusta responde. El presidente reaccionó con un poco más de violencia y agresividad; él decía que sí respondió, que éramos nosotros los que no preguntábamos bien, y que debíamos hacer bien nuestro trabajo. Fue un día miércoles. Nadie hizo más preguntas, todos nos retiramos del lugar donde se realizaba la rueda de prensa“.
Todos los que estaban en esa rueda de prensa habían preguntado por las soluciones para la crisis por las fuertes lluvias en Cuenca. Las respuestas del Presidente saliente llegaron de inmediato a todas las redacciones en las que solo reinaba el estupor. Pero fue mayor el estupor tres días después.
Según las palabras de Sandra Ochoa:
“Pasó miércoles, jueves, viernes, sábado; en la cadena sabatina el presidente de la República se fue contra la prensa y entre otras cosas dijo que en Cuenca le volvieron a faltar el respeto, y decía que los periodistas creen que democracia es insultar, agredir al presidente, hacerle malas señas al presidente, escupirle cosas que no sucedieron en ningún momento cuando él estuvo presente. (…) Y me remedó: Que, ¿qué le gustaría que le pregunte, que nada que usted no le gusta responde?”
Ese fue el momento en el que el Gobierno comenzó una campaña para desprestigiar un oficio que tiene como leitmotiv contar cosas, describir la realidad y hasta repetir las palabras incómodas que a veces personajes públicos dicen, sin conocer su alcance. Intentar contar, tal vez no como lo hizo Truman Capote, o como lo hace todavía Gay Talese. Pero contar. No es la prensa contra el Presidente de la República. Es la prensa frente a la sociedad.
El Presidente saliente en ese entonces pidió a los periodistas hacer preguntas sensatas, que son las que han venido haciendo los periodistas de todo el emporio mediático oficial creado para evitar las preguntas incómodas, al que se brindó un almuerzo en Carondelet el pasado lunes. Dos días antes de la muerte de Sandra Ochoa, la periodista que se atrevió a preguntar al poder cuál era la pregunta que al poder le resultaba cómoda. Su nombre y su apellido están intactos, no el de gordita horrorosa que pretendió endilgarle el Presidente saliente, sino el de Sandra Ochoa, la periodista.
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