“Había tuercas y tornillos desparramados por el piso, la gente tenía agujeros en la espalda. No puedo olvidarme de los gritos y del olor… No me gusta decirlo, pero podía oler carne quemada”. Es la historia que contó Chris Parker que duerme en las calles de Manchester desde hace casi un año. Tiene 33 años y estaba en la entrada del estadio donde daba el concierto Ariana Grande y donde explotó la bomba que mató a 22 personas.
The Telegraph recogió su testimonio. Según Parker, cuando todos salían felices por las puertas de vidrio escuchó una explosión y a los pocos segundos vio un flash blanco, humo y escuchó los gritos.
“Cuando logré levantarme, en vez de correr seguí mi instinto y me acerqué para intentar ayudar. Había gente tirada en el piso por todos lados. Encontré a una chica muy jovencita… le faltaban las piernas. La envolví en una de esas camisetas que se venden como souvenir y le pregunté donde estaba su madre. Me dijo papá está en el trabajo y mamá está ahí adentro”.
Luego había tratado de ayuda a una mujer que estaba muy mal herida en las piernas y en la cabeza. “Me dijo que había estado con su familia y murió en mis brazos”. Parker contó que desde entonces no puede parar de llorar.
Y quién podría. ISIS o el llamado Estado Islámico ha reivindicado ese atentado. Un grupo que quiere imponer su verdad a cuenta de sembrar miedo, terror; a cuenta de matar de manera infame. Y hay quienes defienden las verdades únicas a cuenta de revoluciones que solo buscan mantener privilegios de unos pocos que supuestamente representan a mayorías irreconocibles. El poder no solo obnubila la mente, sino también el corazón.
Grupo afines al Gobierno ecuatoriano ahora han propuesto expulsar a los venezolanos que protestan contra Nicolás Maduro, que quiere perpetuarse en el poder para defender una revolución que ha llevado a un país muy rico a una crisis humanitaria de salvajes proporciones. Las protestas en ese país suman ya decenas de muertos. Decenas de muertos.
Si Parker se enterara de esa realidad que vive un país de América Latina de seguro tampoco pararía de llorar. Y tal vez solo pueda ser posible acompañarlo en su llanto, y en su indignación.
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