La historia los puso en unos caminos cruzados. En las promesas. El fundador de WikiLeaks, Julian Assange, festejó la decisión del presidente saliente Barack Obama de conmutar la sentencia de Chelsea Manning, encarcelado por filtrar documentos clasificados de Estados Unidos puesto a la luz pública por Wikileaks, pero nada ha dicho de su promesa.
El pasado 12 de enero, WikiLeaks había informado en su cuenta de Twitter que Assange estaría de acuerdo con ser extraditado a Estados Unidos si Obama concedía la libertad a Manning. Cinco días más tarde Obama ha decidido conmutar la sentencia de Mannig, ante el estupor de los republicanos.
“Celebro la decisión del presidente Obama de conmutar la sentencia de la Chelsea Manning de 35 años en prisión”, ha dicho Assange en un comunicado divulgado por la cuenta de Wikileaks. Pero nada de la promesa hecha la semana pasada.
Obama también ha conmutado la pena que cumplía Óscar López Rivera, encarcelado desde 1981 por cargos de terrorismo en movimientos por la independencia de Puerto Rico. Será liberado el próximo 17 de mayo. En esta historia aparece el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.
El heredero del chavismo había ofrecido indultar al opositor Leopoldo López, preso desde 2014, si López Rivera era liberado. Lo había dicho el 4 de enero de 2015, al responder a las peticiones de Estados Unidos de liberar a uno de los líderes de la oposición venezolana.
“La única forma que yo usara las facultades presidenciales que tengo (para indultar a López) es para montarlo en un avión que vaya a Estados Unidos, lo deje allá y me entreguen a Óscar López Rivera, pelo a pelo, hombre a hombre”, había dicho.
Tras el perdón de Obama, Maduro solo se ha limitado a decir: “Thank you, very much, mister president Obama. Gracias, gracias, gracias, tres veces gracias”.
Los políticos, más que la política, han degradado la palabra. Si Assange no acepta la extradición, tal cual fue su promesa, y Maduro no libera a Leopoldo López significará que para ellos la palabra es un simple acto de mover los labios y emitir sonidos sin sentido. ¿Qué tanto importó Chelsea Manning a Assange? ¿Qué tanto importó Óscar López Rivera a Maduro?
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