Dos nuevos libros de Andrea Camilleri llegan a las librerías. Uno tiene ocho nuevos relatos del detective Salvo Montalbano y el aliciente de descubrir al personaje en sus primeras aventuras, en los años 80 (Muerte en mar abierto, editado por Salamandra). El otro es una recopilación de 33 semblanzas, retratos y pequeñas memorias de Camilleri (Mis momentos, Duomo Nefelibata).
En Mis momentos se retrata la vida adulta de Camilleri entre escritores y artistas, destaca diario El Mundo. Ahí aparece Pier Paolo Pasolini. Son cuatro páginas en las que relata que lo conoció por mediación de la actriz Laura Betti, la actriz que tenía la categoría de musa oficial del poeta y cineasta. No les fue bien. Camilleri, en esa época, militaba en el Partido Comunista; Pasolini, en cambio, ya había salido de su disciplina de un portazo.
Después, hubo una segunda cita confusa y absurda entre los dos escritores, que terminó en un conato de pelea. Y una tercera más propicia: Camilleri había aceptado el encargo de dirigir una obra sobre Pilade, un texto de Pasolini. Autor y director se encontraron para comentar su manera de ver la obra.
Milagro: los dos sintonizaron en seguida, descubrieron que hablaban el mismo idioma. Hasta que Pasolini preguntó por el reparto. Camilleri nombró a un actor de primera categoría para el papel principal y explicó que pensaba buscar estudiantes de Arte Dramático para el resto de personajes.
Pasolini se burló de él. Nada de actores: Pilade debía de ser interpretada por muchachos del arrabal. No puede ser; sí puede ser; no… Nadie entendería nada; no sólo puede ser, ¡tiene que ser! Camilleri y Pasolini se despidieron con malas caras con la idea de reencontrarse en 10 días y, entonces, intentar convencerse mutuamente. No hubo tiempo. En una semana, Pasolini apareció muerto. En un arrabal, claro.
En cambio, lo teatral está en Muerte en mar abierto como un método, más que como un tema. En Vigàta, el pueblo de Montalbano, aparecen muertos los soldados de la mafia, las prostitutas y los pobres hombres. Sus crímenes parecen indescifrables para cualquiera que no aplique la lógica del teatro: la representación, la simulación, el juego de fintas y cortesías, los pasos de ballet… «Estamos en la tierra de Pirandello, ¿verdad?», le dice Montalbano a uno de sus colaboradores en un momento en el que su investigación parece estancada. Montalbano nunca consigue hacer justicia en sus historias, pero, al menos, entiende la función y se mantiene en la escena.
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