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El arte de Cara Delevingne para regresar al lente y pensar más a lo grande

miércoles, agosto 10, 2016
En agosto de 2015, en la cima de su carrera como modelo, Cara Delevingne (Londres, 1992) decidió salirse voluntariamente de la fotografía. La chica de las cejas tupidas dijo basta, según diario El País, y anunció su retirada de las pasarelas para centrarse en su incipiente carrera como actriz y rompió con su agencia, Storm. Tras […]
Tiempo de lectura: 2 minutos

En agosto de 2015, en la cima de su carrera como modelo, Cara Delevingne (Londres, 1992) decidió salirse voluntariamente de la fotografía. La chica de las cejas tupidas dijo basta, según diario El País, y anunció su retirada de las pasarelas para centrarse en su incipiente carrera como actriz y rompió con su agencia, Storm.

Tras un año fuera del radar, y a punto de cumplir los 24 años, ahora está de vuelta. En plena promoción mundial de Escuadrón suicida (uno de los estrenos más esperados, donde interpreta a la doctora Moone y su alter ego malvado, Enchantress), protagoniza hasta cuatro portadas: el número de otoño de la revista Love y los números de septiembre de Vogue UK, Esquire UK y Elle USA.

En las cuidadas fotografías de interior, la británica demuestra que su poder camaleónico sigue intacto. Pero son las entrevistas que las acompañan las que están copando todos los titulares. Delevingne responde cada pregunta con la misma sinceridad que demuestra en las redes sociales: sin filtros.

En Love aborda su vida sexual y en Vogue, su relación con la cantante Annie Clark —aka St. Vincent—. Pero es en Esquire donde más se expone, y no solo porque en varias de las imágenes pose totalmente desnuda; en ella habla abiertamente de la adicción a la heroína contra la que batalló su madre, de la depresión que como consecuencia de aquello sufrió en su adolescencia, de sus tendencias suicidas (“Quería morirme, que cada molécula de mi cuerpo se desintegrara”) o de cuando se autolesionaba (“Me golpeaba la cabeza contra un árbol lo más fuerte que podía para noquearme”).

Cara Delevingne nació en una familia de clase alta y bien conectada. Su padre, Charles, es promotor inmobiliario; su madre, Pandora, trabaja de personal shopper en los lujosos almacenes Selfridges; su abuela era dama de compañía de la princesa Margarita; su bisabuelo, vizconde; su tía, íntima de Churchill.

Desde que Christopher Bailey, de Burberry, la descubrió en 2011, y Karl Lagerfeld la consagró un año más tarde, Delevingne vivió un ascenso meteórico. Pero tras la fachada glamurosa de party girl, lidiaba con no pocos demonios. Y el mundo de la moda resultó ser un mal ambiente para exorcizarlos. “Me gustaba la persona que los demás creían que era, pero me odiaba a mí misma”.

Pionera de la generación selfie, tiene una relación más honesta con las redes sociales que el sinnúmero de famosas que solo postean ensaladas de quinoa y atardeceres. En su cuenta hay vídeos en los que se ríe de sí misma, looks desastrados y frases motivacionales como el “no te preocupes, sé feliz” que también lleva tatuado en inglés bajo el pecho.

Consciente de su poder de influencia (en Instagram suma 32 millones de seguidores), Delevingne ha decidido hacer públicos sus problemas para hacer sentir que hay salida a cualquier joven que esté pasando por lo mismo. Ya en octubre del año pasado, en la cumbre Women in the World, respondió así a la pregunta de qué consejo le daría a una chica que quiera ser modelo: “Piensa más a lo grande. Intenta ser presidente, astronauta, cualquier otra cosa”. Ella ya lo está haciendo.

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