Universidad, reconstrucción y nuevos sueños colectivos
¿Dónde ha estado la universidad en estos últimos años? ¿Ha generado ideas que se quedan en los claustros? ¿Ha vivido los años recientes cumpliendo requisitos y llenando formularios? ¿Hay universidades que se han consagrado a fabricar evidencias para la retórica de los poderes políticos y económicos? ¿Hay otras concentradas en el fetiche del ranking?
Para bien, estas preguntas nos remiten a escenarios no deseables y ajenos a la razón de ser de una universidad que mire a su sociedad como una comunidad de aprendizajes colaborativos y educación permanente. Y no obstante hay una deuda que honrar.
Por fuera de los campus, esa sociedad no deja de ensayar respuestas a inquietudes capitales para un país en el siglo XXI: ¿el Estado es el todo? ¿para cuándo la garantía efectiva de derechos de las diversidades? ¿cómo saldremos del extractivismo con más extractivismo? ¿cuánta patria necesita un artista para su proceso intelectual?, ¿por qué negar fórmulas mixtas que privilegien la innovación? ¿cómo se enseña y se aprende en un mundo en el cual la intercreatividad es la clave?
Aquella sociedad afina sus respuestas en algunos casos desde la emotividad de su activismo. Por eso, cuando regrese a ver a la academia en busca de refuerzos conceptuales para sus dinámicas, no podrá encontrar cátedras y laboratorios convertidos en escenarios de autorreferencialidad o razón instrumental. Si eso ocurriese, las pesadas puertas del claustro volverían a encapsular a la universidad en sus legítimas angustias.
Aquella universidad endógena no habría cometido, sin embargo, pecado original alguno. Sería apenas un reflejo de cómo estamos como proyecto de nación: sindicalizados. Sindicalizado el conocimiento. Sindicalizadas las reivindicaciones. Y corporativizados, cada vez más, los modelos de producción.
¿Universidades que son la excepción? Las hay y por decenas. Valientes en su misión de recrear los referentes conceptuales, tecnológicos y estéticos del país sin depender de una matriz en Power Point. Y tercas en su tarea de suscitar confluencia y debate entre el Estado, el sector privado, los gremios, las juventudes diversas, los colectivos ciudadanos. Para ellas la vinculación con la comunidad no se da desde que entró en vigencia la LOES. Ese nexo es parte de su ADN. Un nexo que a ratos juega a ser el espejo que nos fuerza a confrontar nuestras limitaciones. Pero también un nexo que se constituye en el hangar del cual parten nuevas sinergias.
Con esas universidades empieza a caminar LA CONVERSACIÓN. Un proyecto que pretende ser una interfaz entre academia y periodismo, porque entiende que la universidad es por naturaleza espacio de diálogo y pluralidad. Y porque admite que el periodismo, en tanto acción humana, no está exento de diletancias y certidumbres.
Por ello esta convergencia para reencontrarnos como comunidad. Y más ahora que el país en su conjunto tiene el reto de la reconstrucción de las zonas devastadas tras el terremoto. De la universidad ecuatoriana, libre y solidaria, no solo han salido 350 toneladas de donaciones y miles de manos dispuestas a levantar la vida en Esmeraldas y Manabí. De sus aulas también saldrán la contención, la resiliencia, los nuevos materiales, los proyectos. Los nuevos sueños colectivos. LA CONVERSACIÓN quiere unirse a ese camino.
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