Si es posible, siempre y cuando todos los ecuatorianos y ecuatorianas, de forma conjunta, dejen a un lado -lo que muchas veces sucede, sobre todo entre quienes integran los partidos y movimientos políticos- el odio y la venganza que, generalmente, anteponen los intereses personales o de grupos específicos a los intereses de toda una nación.
Una nación que posee un conjunto grande de potencialidades humanas y materiales, en la que, por años, sus habitantes están esperando -cada vez, lamentablemente, con menos niveles de esperanza personal y colectiva- una serie de cambios económicos, sociales y políticos que, sistémicamente, al interactuar se puedan convertir en la base de esa transformación nacional. Una nación en donde el bienestar general sea la constante, gracias a que hay empleo digno, seguridad integrada, educación de calidad, salud amplia y de primer nivel, vivienda con facilidades de acceso y una infraestructura básica de gran cobertura y funcionamiento óptimo pro excelencia -dentro de la cual, ahora en el siglo XXI, está también la conectividad digital-.
Para todo lo anterior, es vital que, quien sea la persona elegida como Presidente de la República, vea a los 18 y más millones de ecuatorianos como esos mandantes que, por el ejercicio democrático del voto, le eligieron para que, ya posesionado en el cargo, deje a un lado favoritismos o focos de atención direccionados únicamente hacia los que, supuestamente, votaron por él.
Ya que, cuando estén sentados desde el 24 de mayo en Carondolet, deben tener claro que el Ecuador es uno solo y, por lo tanto, necesita una visión compartida única de país que, como faro referencial, se convierta en la luz para llegar a ser ese territorio nacional que, sobre la base de gente buena -que es la mayoría-, se posicione en la región y en el mundo como esa nación capaz de lograr lo que se propone y, así, la bandera ecuatoriana recorra el planeta como sinónimo de excelencia gracias a la calidad humana de su gente, acompañada, por supuesto, de la calidad e innovación de sus productos que, por sus características de excelencia, sean capaces de ser escogidos en los cinco continentes como sinónimo de que son el resultado del accionar positivo de esos seres humanos que, desde sus ocupaciones al interior del Ecuador, realizan bien sus tareas tanto en el sector público como en el privado.
Aquí, la academia, mediante sus tres funciones misionales básicas -docencia, investigación y vinculación con la sociedad-, puede jugar un rol clave dentro del proceso de transformación sistémica del país.
Finalmente, poniéndonos la tricolor en el corazón y, principalmente, en la actitud por actuar positivamente, primero, desear a quien, este 13 de abril, resulte electo Presidente ¡que le vaya bien!; ya que, si al Presidente le va bien, también nos irá bien a todos a los ecuatorianos.
Ahora, claro, este deseo positivo, como reciprocidad patriótica hay que esperar que la persona elegida y los que le rodean para gobernar piensen, como valor colectivo máximo, en el nosotros, llevado a la acción para que viabilice la consolidación del bienestar de todos los ecuatorianos y, así, ir creando el camino para que, ese Ecuador mejor, sea posible lo más rápido.
Vamos adelante, porque cuando se piensa y actúa positiva y sinérgicamente todo se puede alcanzar. Está en las manos resilientes de los 18 y más millones de ecuatorianos tener un país más próspero; en donde, eso sí, nadie se quede fuera del desarrollo productivo e inclusivo al que se piense llegar en medio de un mundo que, terminando el primer cuarto del siglo XXI, evoluciona a pasos cada vez más rápidos y desafiantes para la adaptación continua y creativa de toda una nación.
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