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Francisco: el Papa de la esperanza, de los pobres y de las periferias

lunes, abril 21, 2025
Con la muerte del papa Francisco, el mundo despide no solo a un pontífice, sino a un símbolo de cercanía, valentía y compasión. Hijo de migrantes, jesuita austero y pastor incansable, Jorge Mario Bergoglio eligió vivir y morir entre los más humildes, abriendo puertas a los marginados, denunciando injusticias y llevando la Iglesia hasta sus fronteras. Fue el primer Papa latinoamericano, el del “olor a oveja” y la voz firme contra la indiferencia. Su vida y legado, contados en este perfil íntimo y profundo, nos invitan a caminar juntos en la esperanza.
Tiempo de lectura: 7 minutos

El Papa Francisco, Jorge Bergoglio, falleció este lunes en su residencia de la Casa Santa Marta, a los 88 años de edad, tras varios días de enfermedad, según anunció en un vídeo mensaje el camarlengo, el cardenal Kevin Joseph Farrel.  

“Con profundo dolor tengo que anunciar que el papa Francisco ha muerto a las 7:35 a. m. (hora local) de hoy. El obispo de Roma ha vuelto a la casa del padre. Su vida entera ha estado dedicada servicio del Señor y de su Iglesia y nos ha enseñado el valor del evangelio con fidelidad, valor y amor universal y, en manera particular, a favor de los más pobres y marginados”, anunció Farrel.

Perfil del papa Francisco

Las campanas de la Basílica de San Pedro ‘doblan a muerto’. Su repique anuncia el fallecimiento del argentino Jorge Mario Bergoglio, a los 88 años de edad. Fue el primer Papa latinoamericano en la bimilenaria historia de la Iglesia católica. 

El día de su elección como 266.º sucesor de Pedro, aquel 13 de marzo de 2013, sus primeras palabras ante la multitud de fieles que abarrotaban la Plaza de San Pedro fueron: “Ustedes saben que el deber del cónclave era dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo…”.

Para ese momento, el cardenal Bergoglio llevaba 15 años como arzobispo de Buenos Aires y, antes de viajar al cónclave tras la dimisión de Benedicto XVI, adelantaba los preparativos para su retiro de la esfera pública y eclesiástica.

A sus 76 años era consciente de su inminente llegada al grupo de los Eméritos, toda vez que la edad de jubilación para los obispos y cardenales de la Iglesia católica es a los 75 años, según el Código de Derecho Canónico, si bien se le había pedido permanecer dos años más en el cargo luego de presentar su renuncia en diciembre de 2011.

Jorge Mario llegó a Roma el 27 de febrero -un día antes de que la sede petrina quedara vacante tras la salida de Joseph Ratzinger. 

Bergoglio fue elegido Papa en la quinta votación de aquel cónclave. El cardenal brasileño Claúdio Hummes (1934–2022), quien se encontraba a su lado, lo abrazó y le susurró: “No te olvides de los pobres”. Acto seguido, cuando el cardenal Giovanni Battista Re, en nombre del colegio cardenalicio le preguntó a Bergoglio: “¿Con qué nombre quiere ser llamado?”, este respondió: “Me llamaré Francisco”.

Fue el primer Papa latinoamericano, el primer Papa jesuita y el primero en adoptar su nombre en honor a san Francisco de Asís, el místico que impulsó la renovación de la Iglesia en el siglo XII dejando atrás una vida de privilegios y opulencia para tornarse en un poverello (pequeño pobre), servidor de los pobres y hermano de todas las criaturas.

Hijo de migrantes

La sensibilidad y cercanía que Francisco siempre tuvo con los migrantes y, en general, con los más pobres y “descartables” de la sociedad, se remonta a sus orígenes.

Jorge Mario nació en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936. Ocho días después, el 24 de diciembre, fue bautizado en la basílica de María Auxiliadora de Almagro. Hijo de migrantes de la región del Piamonte italiano, fue el mayor de cinco hermanos. Su padre, Mario Bergoglio, ejerció como contador y empleado en el ferrocarril, mientras que su madre, Regina Sívori, se ocupaba de la casa y de la educación de los hijos.

La de Jorge Mario era una vida familiar sencilla y alegre, marcada por el amor, la vivencia de la fe y el regocijo de la mesa compartida, en especial los fines de semana, que abonaron el terreno de su vocación al sacerdocio cultivado desde sus 17 años.

De joven se interesó por el estudio y pasaba el día leyendo, sin que ello limitara su pasión por el fútbol y, de modo particular, por San Lorenzo de Almagro, el más modesto de los equipos de Buenos Aires, fundado en 1907 por el padre salesiano Lorenzo Massa.

Jesuita y pastor

Luego de diplomarse como técnico químico, ingresó primero al seminario diocesano de Villa Devoto, y después, el 11 de marzo de 1958, al noviciado de la Compañía de Jesús. Durante sus primeros años como jesuita completó en Santiago de Chile sus estudios en humanidades -que incluía ciencias clásicas, historia, literatura, latín y griego-. A su regreso a Argentina se licenció en filosofía en 1963, y entre 1964 y 1966 fue profesor de literatura y psicología en el Colegio de la Inmaculada de Santa Fe.

En los años siguientes, de 1967 a 1970, Bergoglio obtuvo la licenciatura en teología en el Colegio Máximo de San José, siendo uno de sus profesores el también jesuita Juan Carlos Scannone (1931–2019), uno de los mayores exponentes de la Teología del pueblo que tanto influyó en el pensamiento y actuar pastoral del futuro Papa argentino, en consonancia con la opción preferencial por los más pobres que ha abanderado la Iglesia latinoamericana desde el siglo pasado.

Una vez ordenado sacerdote, el 13 de diciembre de 1969, Bergoglio continuó su proceso de formación en la Compañía de Jesús. Entre 1970 y 1971 vivió en Alcalá de Henares (España) donde realizó la tercera probación para ser jesuita.

Al regresar a Argentina fue nombrado maestro de novicios en Villa Barilari (1972–1973), en la Provincia de Buenos Aires, responsabilidad que alternó con la docencia en la facultad de teología, entre otros servicios.

Fue provincial de los jesuitas de Argentina entre 1973 y 1979, periodo durante el cual afrontó la cruda dictadura de Jorge Rafael Videla, quien llegó a secuestrar, torturar y asesinar a cientos de personas, incluyendo a numerosos miembros de la Iglesia católica, como los jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics, secuestrados el 23 de mayo de 1976, por cuya liberación abogó Bergoglio. 

A partir de 1980 le fueron confiadas nuevas responsabilidades en la Compañía de Jesús, como rector del Colegio Máximo de San Miguel (1980–1986), que incluía las Facultades de teología y filosofía, mientras que también ejercía como párroco de San Miguel.

En 1986 fue enviado a Alemania para ultimar detalles de su tesis doctoral. A su regreso fue destinado a la ciudad de Córdoba, donde fue director espiritual y confesor entre 1990 y 1992. En aquellos años, su talante espiritual se evidenció en tres obras de su autoría: Meditaciones para religiosos (1982), Reflexiones sobre la vida apostólica (1986) y Reflexiones de esperanza (1992).

‘Lo miró con misericordia y lo eligió’

El 20 de mayo de 1992, Juan Pablo II nombró a Jorge Mario Bergoglio obispo auxiliar de Buenos Aires. Su ordenación episcopal tuvo lugar el 27 de junio de manos del cardenal Antonio Quarracino. El lema que escogió como obispo —presente en su heráldica—, también inspiró su pontificado: Miserando atque eligendo (“lo miró con misericordia y lo eligió”).

Tras el fallecimiento de Quarracino, Bergoglio asumió las riendas de la arquidiócesis de Buenos Aires el 28 de febrero de 1998, tornándose también en arzobispo primado de Argentina y gran canciller de la Universidad Católica Argentina. Luego, el 21 de febrero de 2001 Juan Pablo II lo designó cardenal.

Su rol en la Iglesia argentina y latinoamericano no pasó inadvertido, como presidente de la Conferencia Episcopal Argentina en dos periodos consecutivos, entre 2005 y 2011, y como presidente de la comisión de redacción del Documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano que tuvo lugar en 2007, en la ciudad de Aparecida (Brasil). El ‘Documento de Aparecida’ -como se le conoce- sería fuente de referencia e inspiración en su Magisterio como pontífice.

De igual forma, antes de su elección como sucesor de Pedro, en 2013, el cardenal Bergoglio hacía parte de diversos organismos de la curia romana, como las Congregaciones para el clero, para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, y para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica.

También era miembro del consejo pontificio para la familia y de la comisión pontificia para América Latina. Y participó en el cónclave de 2005, cuando Benedicto XVI fue elegido sucesor de Juan Pablo II.

El Papa de las periferias

El Papa del “fin del mundo” fue también el Papa de las periferias. Desde sus primeros gestos, cuando renunció al lujoso Palacio Pontificio y decidió habitar en la Casa de Santa Marta o cuando marcó el inicio de su pontificado desplazándose hasta la Isla de Lampedusa, al sur de Italia, para solidarizarse con las víctimas del Mediterráneo y abanderar, desde ese momento, las políticas de acogida e integración a favor de los migrantes, aunque la suya fuera como “una voz que clama en el desierto”.

Francisco fue el pastor ‘con olor a oveja’ que lo arriesgó todo para llevar a la Iglesia católica a las fronteras geográficas y existenciales donde la vida clama.

“Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”, apostilló en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, en la que plasmó su Plan programático.

Fue el pontífice de la misericordia que durante más de una década insistió una y otra vez que la Iglesia debía ser “pobre para los pobres”, “hospital de campaña” para sanar las heridas de la gente y una Iglesia abierta a todos, sin distingo alguno. Fue el Papa que le apostó a la paz e hizo todo lo necesario por lograr el fin de la guerra, porque para él “¡toda guerra es una derrota!”.

Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades

Fue el Papa que denunció con vehemencia el crimen socio-ambiental y abogó por el cuidado de la Creación y el cambio climático en su encíclica Laudato si, y en su exhortación apostólica, Laudate Deum. 

Fue el Papa que sostuvo la esperanza en tiempos de la pandemia del covid-19 y recordó a los líderes del mundo que “de una crisis no se sale igual: o salimos mejores o salimos peores”.

Fue el líder espiritual que asumió sin dilación la reforma de la Iglesia y el flagelo de los abusos sexuales, escuchando a las víctimas y pidiéndoles perdón. También fue el Papa que experimentó la oposición al interior de la propia Iglesia y, sin embargo, no escatimó esfuerzos por mantener la unidad y la comunión entre los católicos, sin que eso significara renunciar a sus convicciones.

En su mensaje para la Cuaresma de este año en el que la Iglesia celebra el Jubileo, recordó que “estamos protegidos por la esperanza que no defrauda”, pues “la esperanza es el ‘ancla del alma’, segura y firme”. Esperanza es el título de su autobiografía, publicada hace apenas unas semanas. Quizás sea la clave para comprender su legado. “Caminemos juntos en la esperanza”, fue su invitación para vivir esta Cuaresma. Su mensaje culminaba evocando unos versos de Santa Teresa de Jesús, que bien podrían ser parte de su testamento espiritual: “Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo”.

 

📌Resumen preparado por DIALOGUEMOS a partir del artículo de Óscar Elizalde Prada*, publicado por el diario El Tiempo, de Bogotá.

* Óscar Elizalde Prada, Doctor en comunicación social, Consultor del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano.      

 

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