En medio del inmenso océano Pacífico sur, existen dos islas que permanecen aisladas del mundo moderno: Napuka y Tepoto, conocidas como las “Islas de la Decepción”. Estas tierras forman parte del archipiélago de Tuamotu, el grupo más grande de atolones de coral del planeta. Aunque en su día fueron transitadas, hoy en día nadie las visita.
Han pasado 72 años sin que un visitante externo haya llegado a ellas, lo que las ha sumido en el misterio y el aislamiento. Su lejanía, la ausencia de infraestructura y el difícil acceso han mantenido a estos dos pequeños puntos del mapa casi intactos, donde la vida sigue el ritmo de la naturaleza y el mar.
La travesía hacia las islas no es sencilla. Ubicadas a más de mil kilómetros de Papeete, la capital de Tahití, Napuka y Tepoto no cuentan con hoteles ni restaurantes, y su población es pequeña y menguante. La escasez de transporte y la falta de servicios básicos las mantienen desconectadas del mundo. Sin embargo, su historia está marcada por su rica cultura polinesia y una naturaleza que ha recuperado su espacio con la ausencia humana.
Napuka, la más grande de las dos, tiene aproximadamente ocho kilómetros cuadrados. Sus orígenes se remontan a siglos atrás, como parte de las últimas áreas del planeta en ser colonizadas por el ser humano. Es considerada una de las islas más remotas de la Polinesia Francesa y una parada rápida en una ruta aérea circular más amplia por los atolones de Tuamotu.
Llegar hasta aquí implica un largo viaje de vuelo desde el extranjero y luego abordar una avioneta, donde la inmensidad del océano se manifiesta en todos sus tonos de azul. Este viaje termina en un pequeño aeropuerto que recibe solo unos pocos vuelos al mes. La llegada de cualquier avión es un acontecimiento para la comunidad local, que se reúne para recibir a los viajeros, como si fuera un evento único.
Cuando uno pone pie en Napuka, lo que encuentra es una isla de unos pocos caminos de tierra, tejados de metal brillando al sol y el sonido de la campana de una iglesia local. La atmósfera es cálida y densa, y el aire, cargado de humedad, recuerda la lejanía del lugar.
La isla es gobernada por una figura central, la alcaldesa o tavana, encargada de supervisar el bienestar de los 300 habitantes. Esta comunidad se caracteriza por su sencillez y autosuficiencia, pero también por su reserva con los pocos visitantes que llegan sin previo aviso. La alcaldesa controla todo lo que sucede, incluyendo cada vuelo que aterriza en el aeropuerto.
Por otro lado, se encuentra Tepoto, una pequeña isla a 16 kilómetros de Napuka. Este atolón mide 2,6 kilómetros de largo y 800 metros de ancho, con una superficie total de cuatro kilómetros cuadrados. Aunque geográficamente es un atolón, Tepoto no cuenta con la típica laguna de otras islas de la región. Su población disminuyó en los últimos años, pasando de 61 habitantes en 2012 a apenas 40 en 2020, incluyendo 13 niños menores de 12 años.
La villa principal, Tehekega, se compone de un conjunto de casas y una estrecha carretera de cinco metros de ancho que rodea toda la isla. A diferencia de Napuka, Tepoto se encuentra aún más aislada y solo se puede acceder a ella por barco desde la isla principal.
La vida en Tepoto es aún más tranquila y solitaria. No hay agua corriente ni internet, y la electricidad es un lujo reciente gracias a la instalación de paneles solares en 1995. La isla recibió su primera torre de telefonía móvil en los últimos cinco años, lo que permitió una conexión limitada con el exterior.
La comunidad se sostiene con la pesca y se dedica a mantener su estilo de vida tradicional. No obstante, el futuro de Tepoto es incierto, ya que muchos jóvenes abandonan la isla para buscar oportunidades de educación y trabajo en otros atolones o en Tahití, debido a la falta de opciones locales.
Las “islas de la Decepción”, con su nombre que evoca el desamparo de siglos pasados, siguen siendo rincones del planeta donde el tiempo parece haberse detenido. Mientras el mundo moderno sigue avanzando, Napuka y Tepoto permanecen como baluartes de una simplicidad que ya no se encuentra en muchos otros lugares. Estas islas representan la resistencia de una cultura y una naturaleza que se han mantenido al margen de la influencia externa durante más de 72 años, esperando quizás a que alguien vuelva a descubrirlas, sin alterar su soledad y su encanto silencioso.
Texto original de Infobae
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