Muchos son los estudios efectuados en los últimos cuatro años mostraron que incluso padecer en forma leve la enfermedad COVID-19 afecta el cerebro de las personas. Entre las dolencias más comunes observadas entre las personas que tuvieron COVID-19, una de ellas fue la pérdida del olfato, también llamada anosmia.
En la mayoría de los casos, el sentido del olfato se recupera después de unas semanas o meses de la infección inicial. Sin embargo, varias investigaciones han descubierto que meses después de recuperarse del coronavirus, algunas personas continuaron experimentando efectos neurológicos y cognitivos.
Si bien los síntomas cognitivos persistentes se relacionan con alteraciones cerebrales, los pacientes que se recuperaron de enfermedad leve sin síntomas cognitivos también presentan alteraciones del grosor cortical y cambios en la integridad de la materia blanca. Estas alteraciones pueden derivar en cambios de conducta o comportamiento, como mayor impulsividad.
Cambios de conducta y pérdida de olfato por COVID
Ahora, un pequeño estudio realizado en Chile que reclutó a 73 adultos con COVID-19 leve a moderado sin signos de insuficiencia respiratoria y a 27 personas sin antecedentes de COVID-19, mostró que aquellos con la enfermedad y que sufrieron pérdida del olfato, presentaron cambios conductuales, funcionales y estructurales en el cerebro.
“A pesar de la creciente cantidad de evidencia, los factores clínicos específicos asociados con las alteraciones cerebrales siguen siendo esquivos, lo que presenta desafíos para identificar poblaciones en riesgo de desarrollar deterioro cerebral y cognitivo a largo plazo después de la infección por SARS-CoV-2″, explicaron los expertos en el trabajo científico.
Y agregaron: “La gravedad de la infección aguda es el factor clínico más estudiado que conduce a la alteración cerebral y cognitiva. Este estudio de cohorte longitudinal ha revelado que la gravedad del episodio agudo se correlaciona con el deterioro cognitivo en el seguimiento a largo plazo. Además, los pacientes que experimentaron un episodio grave y exhibieron síntomas neurológicos durante la infección mostraron deterioro cognitivo y alteraciones cerebrales un año después de la infección. Incluso los pacientes con COVID-19 leve también presentan alteraciones cerebrales sutiles”, explicaron los expertos en el trabajo científico”.
El estudio publicado en la revista Scientific Reports, evaluó a los participantes con COVID-19 y el grupo de control que fueron sometidos a un cribado cognitivo, una tarea de toma de decisiones y evaluaciones mediante resonancia magnética. El equipo utilizó la pérdida del olfato y la necesidad de hospitalización como indicadores potenciales de afectación neurológica y gravedad de la enfermedad, respectivamente.
“Nunca antes, una pandemia ocasionada por un virus, había afectado de manera tan estratégica distintos órganos del cuerpo, causando un caos y un desorden utilizando al propio sistema inmunológico para atacar a nuestro organismo. Con ningún otro virus se había observado que la coagulación ocasionara micro trombosis y con ello una inflamación severa en los riñones, el páncreas, e hígado. Y de ahí, que las secuelas sean diversas, según el órgano afectado, precisó en un comunicado de divulgación de la Universidad Autónoma de México (UNAM), el doctor Sergio Alberto Mendoza Álvarez, experto de la Facultad de Medicina.
Y su colega de la misma casa de estudios, la doctora Isabel Pérez Solís, agregó: “Desde el punto de vista neurológico, pueden darse otro tipo de secuelas como la anosmia, esto es, la pérdida del olfato por una molestia directa del virus a nivel del sistema nervioso central, donde una parte de este se inflama y ocasiona una disminución o pérdida del olfato”.
“Esta secuela puede durar de dos a cuatro semanas y en ocasiones, permanece durante meses. Es importante destacar que las secuelas de COVID-19, suelen depender de la edad del paciente, enfermedades concomitantes, y de la intensidad del daño del virus a distintos órganos”, precisó la experta.
El perfil de los pacientes estudiados y qué se halló
Los 73 participantes que tenían COVID-19 y que fueron reclutados para el estudio tenían una media de 9 meses desde el diagnóstico y habían sufrieron infecciones leves a moderadas por SARS-CoV-2 sin fallo respiratorio, comparándolos con 27 personas con infecciones por otros agentes y sin historial de COVID-19.
La investigación incluyó pruebas cognitivas, tareas de toma de decisiones y evaluaciones por imagen de resonancia magnética (MRI). Según el artículo de Scientific Reports, se analizó la presencia de anosmia y la necesidad de hospitalización como factores de riesgo asociados.
“Uno de los hallazgos más destacados es que los pacientes con anosmia mostraron cambios más impulsivos al enfrentarse a cambios de probabilidades en las tareas. Además, se correlacionó la anosmia con una disminución de la actividad funcional durante las tareas de toma de decisiones, una disminución del grosor cortical en regiones parietales y una pérdida de la integridad de la materia blanca, informó la misma fuente”, sostuvieron los evaluadores médicos.
Por otro lado, los pacientes que requirieron hospitalización exhibieron una tendencia a elecciones perseverantes, sugiriendo diferentes formas de afectación cerebral y comportamental. La investigación subraya la importancia de identificar estos factores de riesgo para priorizar el cuidado de seguimiento de los pacientes recuperados de COVID-19.
Cabe destacar que no se encontraron diferencias significativas en cuanto a edad o rendimiento cognitivo entre los grupos comparados, según reveló el equipo de investigación, destacando que otros factores, como el historial clínico de cada paciente, pueden influir en el resultado observado.
En este contexto, la aparición de anosmia durante la fase aguda del COVID-19 se presenta como un marcador posible de alteraciones neurológicas persistentes, lo cual podría ser crucial para el diseño de estrategias de rehabilitación y monitoreo a largo plazo para los afectados.
La importancia de este estudio, según el trabajo publicado, radica en su potencial para modificar la forma en que se aborda la recuperación de los pacientes post-COVID-19, con un enfoque especial en aquellos que presentan síntomas neuropsiquiátricos. La integración de evaluaciones neurológicas en la rutina de seguimiento de estos pacientes podría ayudar a desarrollar intervenciones más efectivas y a mejorar su calidad de vida.
La investigación fue realizada en el contexto de la pandemia que ha afectado a millones de personas alrededor del mundo, subrayando la necesidad de seguir explorando los efectos a largo plazo del COVID-19 en diferentes sistemas del organismo, incluyendo el sistema nervioso central.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud, antes de la pandemia de COVID-19, el 5 % de la población era anósmica, y entre el 15 % y 20 % tenía alteraciones olfatorias.
“Hoy en día se desconocen cuáles son estos porcentajes. Pero se sabe que el número aumentó, aunque aún no se conoce con exactitud cuánto, sino que los números y/o porcentajes son aproximados. Un último nuevo estudio científico internacional detectó que cerca del 5 % de los pacientes a quienes se les confirmó el diagnóstico de COVID-19, es decir, unos 27 millones de personas en el mundo, sufrieron la pérdida del olfato, aumentando de esta manera la cifra”, precisó en una columna para Infobae la doctora Stella Maris Cuevas (MN: 81701), médica otorrinolaringóloga y experta en olfato.
La doctora Olga Sabido Ramos, del Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana en Azcapotzalco, México, explicó en un comunicado de esa institución académica, que la pandemia no sólo ha implicado la pérdida del olfato y el gusto como uno de los posibles síntomas y secuelas de la enfermedad, sino también, toda una reorganización sensorial de nuestra vida cotidiana.
La experta fue aún más allá de la propia infección por COVID y también incluyó al confinamiento durante la pandemia la consecuencia de la afectación de los cuerpos y sus sentidos, como el olfato y el gusto en las personas.
“La pérdida del olfato nos obliga a reconocer que los olores son recursos de sentido que activan memorias sensoriales asociadas a nuestros vínculos con los otros, tanto humanos como no humanos. Ciertos olores activan recuerdos que nos permiten entender cómo ciertas situaciones, personas, lugares y artefactos, afectaron al cuerpo y sus sentidos”, sostuvo.
“Es decir, los olores y sus significados son vías para entender cómo la sociedad se encarna y cómo los saberes son también saberes sensoriales, por ello la pérdida de la capacidad de oler, nos abre un horizonte para indagar la relevancia de este sentido otrora marginado, pues como bien dice el dicho “nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido”, concluyó.
Recuperación del olfato
Si bien la anosmia pos COVID suele durar algunas semanas, hay pacientes que la sufren por meses. En ese sentido, la comunidad médica ha brindado opciones de tratamiento clínico para la anosmia posterior a infecciones virales.
“Estas son actualmente limitadas y muestran resultados mixtos. Las opciones terapéuticas se han visto obstaculizadas por la cantidad relativamente pequeña de investigaciones antes de la pandemia de COVID-19. Sin embargo, una opción para los pacientes es el reentrenamiento del olfato. El entrenamiento olfativo no es algo nuevo; lo hemos estado usando durante mucho tiempo”, explicó en un informe brindado por la Universidad de Yale, en EEUU, el Dr. Peter Manes, profesor asociado de cirugía y otorrinolaringología en la Facultad de Medicina de esa casa de estudios. “Esto se debe a que también se puede perder el sentido del olfato a causa de otros virus”, agregó.
“En primer lugar, el médico evaluará la gravedad de la anosmia mediante pruebas como la Prueba de Identificación de Olores de la Universidad de Pensilvania (UPSIT, por sus siglas en inglés), que es básicamente una prueba de rascado y olfato”, explica Manes. “En función de la cantidad de respuestas correctas, podemos decir si la pérdida del sentido del olfato de una persona es total, grave, moderada, leve o normal”.
Según el experto, el tratamiento consiste en distintos pasos para reentrenar el olfato. “Al comienzo del programa de tratamiento de la anosmia, que dura nueve meses, los pacientes recibirán cuatro aromas: limón, rosa, eucalipto y clavo. Dos veces al día, olerán estos aromas durante unos 15 segundos cada uno”, precisó Manes.
Los médicos animarán a los participantes a que intenten imaginar cómo recuerdan que olían estos aromas mientras los huelen. Después de tres meses, los médicos reevaluarán la gravedad de la anosmia y darán a los pacientes cuatro nuevos odorantes. Repetirán este paso a los seis meses.
Al final del programa, los pacientes habrán recibido 12 aromas en total. Otros aromas comunes que pueden utilizarse en estas pruebas son naranja, plátano, manzana, café, canela, ajo, cuero y menta.
Texto original de Infobae
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