¿Están locos? Así reaccionan muchos ante el proyecto de Ley de los Derechos de Animales no humanos. Las mulas de carga tendrán jornada laboral. No al confinamiento de pollos y cerdos. Prohibido el uso de raticidas.
La ley obedece a una nueva cosmovisión. A los que nos formamos el siglo pasado, sobre todo en colegios confesionales, nos enseñaron que en el Génesis Dios nos dice que creó al hombre a su imagen y semejanza, lo dotó de un alma inmortal, y dispuso “que tenga dominio sobre toda la tierra y sobre todo animal”.
Muchos jóvenes del siglo XXI no fueron formados con el Génesis, sino con Darwin, que en 1859 lanzó la teoría que hombre y el chimpancé descienden de un mismo ancestro. En 1982 se descubrió la similitud genética del hombre y el chimpancé, que es mayor que aquella entre chimpancé y el gorila. Desde 1974 se han descubierto multitud de otras especies de homínidos, algunas de las cuales serían nuestros ancestros y otras más recientes que fueron avasalladas por nosotros, homo sapiens sapiens.
De esta evidencia hay quienes concluyen que somos tan solo un animal más que desarrolló el lóbulo frontal y puede dar explicaciones racionales a sus actos. Hay un ala radical que va más allá, que los animales sentientes (con sistema nervioso central) tienen tantos derechos como nosotros. Sentientes son todos los animales, salvo las esponjas y medusas.
Hay una segunda vertiente a esta revolución cultural, relativa al medioambiente. Desde fines del siglo XX ganó cuerpo la preocupación de que el ser humano causa daño a la naturaleza y lo debe mitigar. La élite del mundo abraza esta tesis, de ahí acuerdos como el Protocolo de Kioto (1997). Los países adoptan políticas ambientales y la ciencia busca medios productivos menos contaminantes. William Nordhaus, experto en economía del cambio climático, aseveró en su discurso de aceptación del Premio Nobel 2018: “Aún hay tiempo para dar la vuelta y salir del casino”.
Hay un ala verde radical que considera inútil estos esfuerzos. Sostienen que la naturaleza está al borde de perder su capacidad de regenerarse, que moriría la vida en la Tierra, que mientras la riqueza de las naciones aumenta y progresa la tecnología, es inevitable este cataclismo. La solución no es crecer sino decrecer.
Los marxistas de hoy sostienen que en sus últimos años, en cartas dirigidas a activistas rusos, Marx acoge esta tesis, observa que la lógica del capitalismo es el crecimiento permanente, y por lo tanto, si se quiere salvar el planeta, se debe abandonar la economía de mercado así como al Estado, y retomar el comunismo que prevalecía hace 10.000 años. Marx ya no es rojo sino verde.
La mayoría de la Corte Constitucional acoge toda o gran parte de esta cosmovisión. De ahí que lance la ley de derechos animales y conmine a la Asamblea a aprobarla. Que haya promovido el cierre del ITT y frene la minería sin preocuparse del descalabro económico que cause. Con esa cosmovisión es deseable que la población pierda capacidad de consumo. Su obstáculo a todo proyecto que puede traer modernización a las comunidades indígenas se debe a su oposición a que se incorporen a la sociedad moderna. De acuerdo a esta cosmovisión, el pasado en que viven será el futuro.
No están locos. Tienen una agenda y la imponen. (O)
Texto El Universo
https://www.eluniverso.com/opinion/columnistas/revolucion-cultural-nota/
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