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¿Existe el anticorreísmo? Una visión desde la ciencia política

Paolo Moncagatta
Universidad San Francisco de Quito
miércoles, noviembre 8, 2023
La pregunta de qué es el anticorreísmo -o quiénes lo conforman- es muy válida. En realidad, esta etiqueta parece corresponder a una categoría que engloba personas de tipos muy heterogéneos
Tiempo de lectura: 6 minutos

 

La política ecuatoriana de los últimos quince años ha estado marcada por una importante división en torno a una figura: la del expresidente Rafael Correa. Si bien durante los primeros años de gobierno de Correa la polarización de la sociedad ecuatoriana en torno a su figura no fue muy marcada, este fenómeno fue ganando importancia a medida que avanzaba su mandato (Moncagatta y Poveda, 2021).

La polarización en torno a Correa se considera un ejemplo de lo que en ciencia política llamamos polarización afectiva. Este tipo de fenómeno se produce cuando los miembros de un electorado se dividen en dos grupos (“nosotros” vs. “ellos”) en función de sus afectos o sentimientos hacia una persona, proceso o institución (Iyengar et al., 2012; McCoy et al., 2018). En el Ecuador llegó un momento en el que prácticamente desaparecieron los matices de gris en las actitudes ciudadanas hacia Rafael Correa: o eras “correísta” o eras “anticorreísta”, sin posibilidades de tonos intermedios. Estas posiciones frecuentemente eran intransigentes y definían gran parte del funcionamiento del sistema político ecuatoriano.

Esta forma de funcionar fue predominante en el escenario político ecuatoriano durante varios años. Varios analistas coincidieron en que durante el gobierno de Correa la división política más importante en el país ya no era la tradicional división regional (costa vs. sierra) ni las divisiones ideológicas, de clase social, o de grupos de edad. La política en el Ecuador, durante un período importante de los últimos quince años, estuvo definida en gran parte por este clivaje que diferenciaba entre los que simpatizaban o estaban “a favor” del expresidente Correa y quienes estaban en su contra.

¿Pero existe realmente el “anticorreísmo”? La pregunta de qué es el anticorreísmo -o quiénes lo conforman- es muy válida. En realidad, esta etiqueta parece corresponder a una categoría que engloba personas de tipos muy heterogéneos. Vendría a ser una especie de “significante vacío” del que hablaba Ernesto Laclau cuando se refería a la categoría del “pueblo” en sus estudios sobre identidades colectivas y populismo (2005). Poniéndolo en palabras más sencillas: hay evidencia de que dentro del “anticorreísmo” caben ricos y pobres, personas de distintas ideologías políticas, distintos niveles de educación, del campo y la ciudad, distintas edades, distintas preferencias religiosas y valores culturales, que lo único que tienen en común entre ellas son sus sentimientos negativos hacia la figura de Rafael Correa o su movimiento político. La hipótesis que sugiero en este breve artículo es que el anticorreísmo es en realidad una masa amorfa, que se activa en ciertos momentos (sobre todo en periodos electorales), y que después pierde fuerza y relevancia.

¿Es importante todavía la división correísmo – anticorreísmo?

La Figura 1 presenta una “escala de correísmo” medida en una encuesta realizada tras la primera vuelta de las actuales elecciones presidenciales, por la consultora Comunicaliza. La pregunta de encuesta utilizada fue la siguiente: “Si te tuvieras que clasificar en una escala de correísmo y anticorreísmo, ¿en qué lugar te ubicarías?”, ofreciendo a los encuestados cinco posibles categorías de ubicación en la escala: “muy correísta”, “algo correísta”, “ni correísta ni anticorreísta”, “algo anticorreísta” y “muy anticorreísta” (además de aceptar la respuesta “no lo sé” como posibilidad válida de respuesta). Es importante ver que la mayoría de los ciudadanos ecuatorianos no se autoidentifica como “correísta” o “anticorreísta”: el grupo más importante, que representa el 38,6% de la muestra, es el que se identifica con el punto neutral de la escala (“ni correísta ni anticorreísta”), además de existir un 14% que no pudo ubicarse en la escala y respondió “no lo sé”. En esta medición, cerca de un 30% se identificó como correísta (ya sea eligiendo las categorías “muy correísta” o “algo correísta”) –un porcentaje similar al que se ha distinguido como el voto duro de esta tendencia política en los últimos procesos electorales (por lo menos desde 2021). Y existe cerca de un 19% que se identifica como anticorreísta.

La Figura 2 ilustra las respuestas a una pregunta de encuesta muy similar, con la diferencia de que la encuesta fue realizada entre los meses de febrero y marzo de 2022. La pregunta de encuesta utilizada en esta medición fue: “Respecto al correísmo, usted se considera…”, ofreciendo de la misma manera cinco posibles categorías de respuesta: “Extremadamente anticorreísta”, “Moderadamente anticorreísta”, “Ni correísta ni anticorreísta”, “Moderadamente correísta” y “Extremadamente correísta”. Como se puede ver, el porcentaje de “anticorreístas” en esta gráfica es muy similar al de la Figura 1, de aproximadamente un 20%.

Si bien ambas encuestas parecerían mostrar que el “grupo anticorreísta” -sea cual fuere su composición- no parece ser un grupo de magnitud significativa en la sociedad ecuatoriana actual, hay razones para sospechar que hay algo más allá de lo que se aprecia en estos gráficos, y que sería de crucial importancia, al menos a la hora de definir resultados electorales. Para ello, es necesario examinar los resultados de la primera y segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2021 y de la primera vuelta de 2023. En 2021, Guillermo Lasso obtuvo el 19,7% de los votos válidos en la primera vuelta, frente al 32,7% obtenido por Andrés Arauz. Aun obteniendo un apoyo bajo en la primera vuelta, Lasso logró ganar la presidencia en la segunda vuelta con el 52,4% de los votos válidos.

En otros artículos he argumentado que la victoria de Guillermo Lasso en 2021 se debió a la conformación -a nivel del electorado- de una especie de “coalición anticorreista” que lo único que tenía como eje unificador era una identidad negativa hacia el expresidente Correa. Hay evidencia de cuán decisivas pueden llegar a ser estas “identidades anti” en la definición de resultados electorales en otros países latinoamericanos (Meléndez, 2022; Samuels y Zucco, 2018). El ascenso de Lasso al poder gracias a una fuerte identidad negativa que actúa como aglutinadora de distintos sectores heterogéneos -y no gracias a un fuerte apoyo propio- explicaría en parte su debilidad política, y en últimos términos, sufracaso en el gobierno (Moncagatta et al., 2023).

Todo parece indicar que la división correísmo-anticorreísmo ha perdido algo de fuerza en el electorado actual. En la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2023, el candidato Daniel Noboa, uno de los pocos aspirantes que no abanderó un discurso claramente anticorreísta, fue escogido por el pueblo para acompañar a Luisa González en el balotaje. Sin embargo, es muy posible que en la segunda vuelta de 2023 vuelva a suceder algo parecido a lo que ocurrió en la segunda vuelta de 2021, y se reactive una efímera coalición anticorreísta a nivel del electorado. Si esto sucede, lo más probable es que el candidato Daniel Noboa se vea beneficiado con la victoria. De ser así, lo importante será ver si Noboa logra, a diferencia de Guillermo Lasso, consolidar la legitimidad inicial que tendría en su período de luna de miel con el electorado, en un respaldo fuerte y duradero, que vaya más allá de los sentimientos anticorreistas.

A todas luces parecería que la división “correísmo” vs. “anticorreísmo” no tiene la misma importancia hoy que la que tuvo en años pasados al definir las actitudes políticas de los ecuatorianos. Sin embargo, y tal vez esta sea la conclusión más importante de este breve análisis, es una división que se reactiva en momentos clave, como, por ejemplo, las segundas vueltas electorales de las elecciones presidenciales. Esta división es probablemente la que llevó a Guillermo Lasso al poder en el 2021. Y si la hipótesis de este artículo es correcta, esta división también influirá en los resultados de la segunda vuelta electorales del 15 de octubre en el Ecuador. Y, efectivamente, así ocurrió.

REFERENCIAS

Iyengar, S., Sood, G., & Lelkes, Y. (2012). Affect, Not Ideology: A Social Identity Perspective on Polarization. Public Opinion Quarterly, 76(3), 405-431.

Laclau, E. (2005). La razón populista. Fondo De Cultura Económica.

McCoy, J., Rahman, T., & Somer, M. (2018). Polarization and the Global Crisis of Democracy: Common Patterns, Dynamics, and Pernicious Consequences for Democratic Polities. American Behavioral Scientist, 62(1), 16-42.

Meléndez, C. (2022). The Post-Partisans: Anti-Partisans, Anti-Establishment Identifiers, and Apartisans in Latin America. Cambridge University Press.

Moncagatta, P., Bessen, B., Boulding, C., Endara,A., Sánchez López, F., & Vallejo Vera, S. (2022).

Ethnicity, Inequality, Trust and Politics in Ecuador [Unpublished survey data]. Universidad San Francisco de Quito.

Moncagatta, P., Espinosa, C., & Pazmiño, M. (2023). Ganar perdiendo: Oportunidades y limitaciones de una coalición antipopulista en Ecuador. América Latina Hoy.

Moncagatta, P., & Poveda, A. E. (2021). La creciente polarización ideológica en Ecuador bajo el Gobierno de Rafael Correa. Estado & Comunes, 12(1), 55-71.

Samuels, D. J., & Zucco, C. (2018). Partisans, Antipartisans, and Nonpartisans: Voting Behavior in Brazil. Cambridge University Press.

Texto original publicado en Koyuntura https://www.usfq.edu.ec/es/revistas/koyuntura-express/koyuntura-express-no-47

 

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