NUEVA YORK.- Alexander llegó a Estados Unidos con una clara consigna: amasar la mayor cantidad de dinero posible. La búsqueda de recursos en ese país implicó para él alejarse tres meses de su familia, que vive en New Jersey. Y tuvo que conocer y respetar las reglas del judaísmo, una religión desconocida para el ecuatoriano.
Este padre de familia de 28 años aceptó un trato temporal que le dejaría buenas ganancias y que implicaba permanecer durante tres meses en un campamento de trabajo, dirigido por judíos que buscan mano de obra que conozca sus tradiciones, para atender los sitios turísticos de verano, destinados específicamente para esta comunidad.
Alexander recibiría un pago de USD 15 por hora, tendría un sitio para dormir, las tres comidas diarias y transporte. Necesitaba dinero y tras conversarlo con su esposa, aceptó el trato. Su jornada empezaba a las 10:00 y terminaba a las 02:00 de la madrugada, esto le significaba una ganancia diaria de USD 240.
El joven ecuatoriano era uno de los encargados de la cocina: uno de los sitios más importantes para el judaísmo y donde se cumplen algunas bases de sus preceptos.
En el Estado de Nueva York habitan 1,7 millones de judíos, la comunidad más grande en Estados Unidos. Este grupo no se ha quedado fuera del efecto de la última ola migratoria en Nueva York y ha incorporado a los ecuatorianos en su economía. Incluso, les han enseñado parte de sus costumbres.
En las dos primeras semanas de trabajo, Alexander aprendió los conceptos básicos de la cocina kosher, que significa apropiada y que establece lo que un judío puede o no ingerir. Por ejemplo, están vetadas las carnes de cerdo y de conejo; está prohibido la mezcla de la carne y la leche -tanto en la preparación de alimentos como en el consumo-. Asimismo, los judíos consumen solamente carne de res de animales que se hayan sometido a la “shejitá”, lo que implica que el animal sea sacrificado con el menor sufrimiento posible.
La convocatoria para estos trabajos temporales en campamentos se realiza a través de reclutadores, quienes consiguen personas dispuestas a viajar por largos periodos de tiempo y atender largas jornadas de trabajo. Antes de embarcarse, los inmigrantes firman un documento en el cual liberan al empleador de cualquier responsabilidad y los blindan de futuras demandas.
Con este mecanismo de contratación, los empleadores judíos obtienen trabajadores cualificados a cambio del salario mínimo.
Respeto a las normas judías
Los judíos son muy estrictos con respecto a su cocina: Alexander tenía prohibido ingresar cualquier tipo de alimento que no sea kosher a la casa donde se hospedó durante tres meses, tampoco podía encender la estufa. Recuerda que compartió habitación con otras cinco personas. Dormía en una cama estrecha que debía plegar todas las mañanas.
Aunque también enfrentaban algunos problemas. En ocasiones, el baño de la casa se obstruía y pasaban días hasta que sea reparado. Cuando eso ocurría, utilizaba fundas plásticas para las deposiciones y orinaba en el patio trasero. También tenía problemas de comunicación porque el sitio en donde dormía no tenía buena señal. En ocasiones se iba la energía eléctrica. Pero para Alexander, todo ese esfuerzo y días ininterrumpidos de trabajo valían la pena cada quincena, cuando recibía en efectivo un promedio de USD 3.000: por haber trabajado más de 100 horas semanales. Para Alexander era el “negocio perfecto”.
La Carta de los Derechos de los Trabajadores de Nueva York establece que, si bien el salario mínimo de un trabajador es de USD 15, las horas extras -que son aquellas que superan las 40 horas semanales- deberán ser pagadas, al menos, con 1,5 veces su tarifa salarial regular.
Existen casos de inmigrantes que han acudido a estos campamentos durante seis meses. Es la historia de Nicolás, un joven del litoral ecuatoriano que llegó hace un año a Estados Unidos. Él también tenía prohibido ingresar alimentos que no sean kosher a la casa judía donde permaneció.
Llegó solo a Estados Unidos. Luego de la recomendación de un amigo, trabajó seis meses en un campamento de verano regentado por la comunidad judía, donde tuvo múltiples tareas: limpiar baños, parquear vehículos, atender a los animales de una granja o supervisar a los niños mientras utilizaban los inflables.
Él recibía una paga semanal de USD 900 y las jornadas iban de siete a 10 horas. Al terminar el campamento de trabajo obtuvo un ahorro de USD 20.000, que envió a Ecuador. Califica este trabajo como “ideal” porque le permitió ahorrar el costo del arriendo, alimentación y transporte.
Entre sus planes está volver, el siguiente verano, a otro campamento de trabajo y con todo el dinero ahorrado regresará a Ecuador a ponerse una mecánica en Calceta, en la provincia de Manabí.
Sagaces para los negocios y las ventas, amasadores de fortunas y, entre los inmigrantes, apreciados por brindar trabajo a todo aquel que llegue a ellos. Así describe Francisca a los judíos. La ecuatoriana de 45 años trabaja con esta comunidad desde que llegó a Nueva York, hace dos años, y los califica como “ángeles” que aparecieron en su camino.
Le gusta porque siempre hay trabajo, aunque la carga de horas es alta y la paga en efectivo. Ella no ha ido a campamentos fuera de la ciudad de Nueva York, pero trabaja para un catering en salones de eventos en Williamsburg, Brooklyn. Destaca la importancia que da el judaísmo a la familia, como la base de la sociedad, pero no deja de llamarle la atención algunas costumbres como que en las bodas los festejos se realicen de manera separada entre hombres y mujeres.
Otra anécdota es cuando pasó toda una mañana y tarde sin comer porque no hubo ningún judío para prender la estufa de la cocina donde trabajaba, o cuando casi la despiden del sitio de trabajo por haber ingresado un pastel que no era kosher, para festejar un cumpleaños.
El verano en Nueva York llegó a su fin y con esto también se terminaron los campamentos de trabajo. Ahora, Alexander busca algún trabajo y espera a que lo convoquen en el verano 2024, para regresar a trabajar en los campamentos de la comunidad judía.
Con información de Primicias
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