La última encuesta sobre la situación de la niñez y adolescencia en Ecuador revela que el principal desafío para la infancia en el país es la violencia. Los datos confirman que el maltrato ocurre en los lugares donde los niños deberían estar seguros: el hogar, la escuela y el entorno comunitario. Casi el 40% de los niños, niñas y adolescentes que fueron golpeados, provienen de hogares en los cuales sus padres también fueron maltratados por sus cuidadores.
Jamás debería naturalizarse la violencia contra niños y niñas, o contra persona alguna. Desafortunadamente, la naturalización de la violencia en la infancia se sostiene en argumentos que suelen ser socialmente difundidos como valores que –supuestamente-, forjan disciplina. Sin embargo, lejos de lograrlo, lo único que se consigue es causar heridas que con el pasar del tiempo producen adolescentes y jóvenes que lidian con resentimientos profundos, y que más tarde se traducen en actitudes y comportamientos violentos, incluso contra su progenitores, cuidadores y otras personas.
En muchos hogares de Ecuador y del mundo, se confunde educar con maltratar. Y no se trata de padres y madres que no amen a sus hijos; más bien, suelen sostener la creencia de que el castigo aleccionador es una muestra de amor. Sin embargo, por lo general, el castigo es desproporcionado y no tiene relación con la falta cometida. El castigo no ayuda a niños y niñas a comprender las consecuencias de los actos. Por el contrario, solamente les llena de miedo y de sensación de desprotección y vulnerabilidad.
En los primeros años de vida se construye el psiquismo de una persona. Por tanto, la forma de ser hablada y tratada, definirá su capacidad para valorarse y cuidarse en la vida. Las personas que en la infancia han sufrido castigos severos, agresión y violencia, suelen tener una baja autoestima y mayor propensión a encontrar en la vida adulta personas que perpetúan el círculo de maltrato y violencia.
Una crianza nutritiva y positiva, permite que niños y niñas aprendan de sus errores, ayudándoles a asumir las consecuencias. En este sentido, enseñar a responsabilizarse por sus actos y a aprender de sus errores no es lo mismo que castigar. Además, siempre hay la posibilidad de poner límites de manera amorosa, pero firme. Y sobre todo, comprender que los niños aprenden de las palabras que escuchan y de los comportamientos que ven en los adultos de su entorno.
Los modelos y valores educativos, así como los estilos de crianza tradicionales, se trasladan de una generación a otra. Lastimosamente, es frecuente que de generación en generación, éstas sean replicadas en sus lógicas y prácticas, aún cuando aparentemente exista un discurso que las cuestiona. En este sentido, es urgente condenar y repudiar la naturalización de la incongruencia entre lo que se dice respecto del amor y respeto de derechos de la infancia y las prácticas agresivas, abusivas y vulneradoras de estos grupos de población, en cualquier espacio donde esto ocurra. En consecuencia, es fundamental realizar procesos reflexivos y psicoeducativos, que ayuden a evidenciar la disociación entre discurso y práctica, brindando otros modelos positivos y renovados de educación y crianza.
Además, es urgente identificar aquellas zonas donde existe mayor pobreza, exclusión y marginalidad; puesto que estas condiciones son el caldo de cultivo de las peores agresiones cometidas en nombre de educar y criar a niños y niñas. En estos casos, el Estado, grupos y organizaciones de la sociedad civil deben hacerse presentes para intervenir y brindar todos los soportes que se requieran con el fin de garantizar la protección de niños y niñas, que necesitan amor y seguridad para convertirse en adolescentes y adultos sanos.
Comprender que la pobreza extrema es violencia y actuar para disminuirla y erradicarla, es actuar para disminuir y erradicar los otros tipos de violencia que atentan contra la integridad de las personas y que conmocionan a la sociedad por la crudeza de sus expresiones. Por ello, es fundamental actuar ante la crudeza de la marginalidad y la vulneración de los derechos básicos de las personas en cuanto a salud, educación, alimentación, vivienda, empleo y un ambiente sano y sin contaminación.
Erradicar la violencia infantil implica erradicar la violencia de las condiciones en las que viven sus familias. Paralelamente, realizar acciones tendientes a la protección de niños y niñas poniéndolos a salvo y ayudándoles a encontrar adultos de soporte dentro de las mismas familias, los espacios escolares, comunitarios o estatales, que realicen un acompañamiento cercano y garanticen que no se cometan actos agresivos o violentos en contra de ellos y ellas.
La violencia sufrida en la infancia daña tanto a la persona que la ha padecido como a su entorno familiar y a la sociedad en la que vive. Por ello, la violencia en el hogar no es un hecho privado. En este sentido, las acciones de prevención deben realizarse desde una perspectiva integral, construyendo una narrativa social que promueva la protección y que sea congruente con prácticas protectoras efectivas.
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