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Periodismo: Llegó la hora de las definiciones

Carlos Galecio Samaniego
Universidad Casa Grande
lunes, febrero 27, 2023
Lamentablemente, la revolución de las redes sociales y la inmediatez digital, o ansias de reconocimiento, están robando a muchos periodistas el mayor activo que pueden poseer: la credibilidad, llevándolos incluso a rozar la calumnia o difamación
Tiempo de lectura: 4 minutos

 

Es muy probable que al mencionar a Wa Lone y Kyaw Soe Oo, la mayoría de lectores de este artículo no identifiquen a quiénes me refiero. Aunque sus nombres pasen desapercibidos para muchos, no será así para la comunidad periodística. Precisamente, se trata de los comunicadores de la agencia de noticias Reuters, que permanecieron 500 días en prisión. Liberados en 2019, tras casi un año y cinco meses tras las rejas.

¿El delito? Los comunicadores realizaron una investigación sobre las matanzas a la minoría musulmana rohingya, en Myanmar. Por eso, este país los acusó de vulnerar la Ley de Secretos Oficiales, y luego, condenados a siete años de cárcel. Habían perdido todos los recursos legales, incluyendo el último presentado ante el Tribunal Supremo, que también falló en su contra. Un indulto presidencial era su última opción y por esa vía consiguieron la anhelada libertad.

Según medios de prensa, Wa Lone, de 33 años, y Kyaw Soe Oo, de 28, oriundos de Myanmar, fueron detenidos la noche del 12 de diciembre de 2017, tras reunirse en un restaurante de Rangún, la mayor ciudad de Myanmar, con dos policías birmanos, quienes, según los periodistas, les entregaron documentos supuestamente secretos.

Después de dicho encuentro, considerado una trampa por sus abogados, quedaron detenidos bajo el pretexto de que la información que disponían era confidencial y violaba la mencionada ley, que se remonta a la época colonial británica.

Interrogado como testigo de la Fiscalía durante el proceso, uno de los policías confesó, por sorpresa, haber entregado los documentos para inculparlos.

Al momento de su arresto, Wa Lone y Kyaw Soe Oo documentaban una matanza de 10 hombres rohingya, sucedida en la aldea de Inn Din, en plena campaña de persecución del ejército a la minoría musulmana. Una ofensiva sin precedente, calificada de intento de genocidio por la ONU, lo que llevó a más de 700.000 rohingyas, a huir al vecino Bangladés, donde aún permanecen hacinados en campos de refugiados en la frontera.

Pese a las amenazas, toda esta historia fue publicada, propiciando de forma inédita que un tribunal birmano condenara a 10 años de cárcel a siete soldados por la masacre.

Ante esto, el comité del Premio Pulitzer, el Óscar del Periodismo, reconoció con el galardón a los periodistas, demostrando así a la sociedad —una vez más— que el trabajo de la prensa sigue más vigente que nunca, con el fin de aportar el esclarecimiento de los hechos para la construcción de justicia.

Ecuador está a más de 17.000 kilómetros de distancia de Birmania. Lejísimos. Y aun así, muy cerca de percibir las molestias que los periodistas y medios con credibilidad generan al poder, a aquellos que reaccionan extrañamente cuando verdades incómodas salen a la luz.

Convengamos algo: la verdad nunca provoca daño, aunque -en principio- así parezca. Al menos, en eso coinciden cientos de pensadores y reconocidos autores en el mundo. Y los periodistas saben que es así.  Trabajan para revelar lo que muchos intentan ocultar, o maquillar a su conveniencia, bajo un manto de corrupción o negligencia. Pero su esfuerzo no solo se enfoca en eso, en lo “malo”, lo cuestionable, el esfuerzo también se aplica para resaltar las historias que inspiran, las de esfuerzo, trabajo, honestidad… valor.

Lamentablemente, la revolución de las redes sociales y la inmediatez digital, o ansias de reconocimiento, están robando a muchos periodistas el mayor activo que pueden poseer: la credibilidad, llevándolos incluso a rozar la calumnia o difamación. Todo por pensar en que el paraguas de la libertad de expresión es capaz de soportarlo todo, incluso los resultados de un trabajo que no logra la profundidad, verificación y contrastación que el Periodismo demanda. Y eso es una señal de alerta.

Pareciera que las redes sociales le están ganando la batalla a los medios de comunicación tradicionales y ciernen en el ambiente una temporada de crisis para el Periodismo. Pero probablemente eso no sea responsabilidad del crecimiento del ciberespacio, sino de quienes teniendo la oportunidad de permanecer como referentes de contenidos, prefieren caer en el facilismo de los likes y views con temáticas que desdibujan su seriedad, confiabilidad o como usted prefiera llamarlo. ¿La justificación? Superar la crisis económica que golpea a muchos medios.

Sin duda, es hora de pensar qué camino se debe seguir. Las empresas periodísticas y la nueva generación de profesionales tienen la opción de encontrar la senda sencilla, facilista, que satisfaga el morbo que -según muchos psicólogos- todos acarreamos u optar por contenidos bien argumentados, nunca aburridos, que permitan a las audiencias encontrar, nutrirse, de aquello que le permitirá entender mejor el mundo que nos rodea y tomar decisiones adecuadas en ese contexto.

El siguiente lustro puede ser definitivo en países como Ecuador, aún en deuda con la educación y la formación de criterios. ¿Evolucionarán correctamente los medios? ¿La falta de comportamiento ético nos ganará la batalla? No solo debemos observar con atención, sino actuar, cada uno desde su trinchera, en esta guerra silenciosa que puede marcar la ruta de nuestras generaciones.

Digo que debemos actuar, porque la Academia juega un rol clave. Docentes y directivos tienen la oportunidad de impulsar la defensa del trabajo periodístico, desde la formación y en los campos de participación, debate y análisis de los temas que sin duda importan mucho más que los clicks sobre productos informativos que solo generan sonrisas temporales y prolongadas distracciones peligrosas.

Periodistas como Wa Lone y Kyaw Soe Oo, son una mínima muestra de lo que cientos de personas en el oficio intentan comunicar al mundo: la verdad no se negocia, la credibilidad tampoco, ni a pesar de las crisis económicas y de la propia libertad.

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