La toma de decisiones es fundamental en cada una de las áreas de nuestra vida, existen decisiones triviales, así como decisiones trascendentales. Todo el tiempo estamos decidiendo, cosas simples como la hora en la que vamos a levantarnos, qué vestir, comer, hasta cosas importantes como la carrera a elegir, el trabajo, matrimonio, entre otras. El tomar decisiones debe ser un aprendizaje desde que somos pequeños, el niño debe aprender a tomar decisiones de forma gradual, ya que durante la infancia aún no están desarrolladas todas sus habilidades básicas que les permite analizar y evaluar para lograr optar por una u otra alternativa más favorable, luego durante la adolescencia las habilidades superiores del pensamiento le permitirán analizar, evaluar, interpretar e inferir situaciones y contextos que lo van a llevar a tener un mayor grado de consciencia, para que finalmente en la edad joven adulta, sean capaces de tomar sus propias decisiones con responsabilidad y acierto.
El aprender a tomar decisiones, no sólo se trata de optar por una u otra alternativa, sino también evaluar las consecuencias de nuestras decisiones a mediano y largo plazo, ya que una decisión puede afectar significativamente nuestro bienestar integral y futuro, no sólo nuestro sino también de aquellos que están a nuestro alrededor. Se ve una tendencia de no asumir las consecuencias de nuestras decisiones, o lo que es peor no atrevernos a tomar decisiones, cuando las cosas no nos salen bien, es más fácil responsabilizar a otros de lo que nos ocurre, por lo general asumimos la consecuencia de nuestras decisiones cuando las consecuencias de ellas son favorables y cuando no lo son, entonces buscamos culpables en nuestro exterior.
En la época actual la presión de la inmediatez y la individualidad, lleva a las personas a tomar decisiones por impulso o por imitación, pues existe una fuerte presión social sobre lo que se supone se debe hacer o ser, y las carencias afectivas y falsas expectativas del entorno llevan a querer correr en una carrera desenfrenada por ser altamente competitivos y aceptados por los otros. Esta situación abruma a los jóvenes y optan por dejarse llevar por la corriente y que las cosas se vayan dando por sí mismas, lo cual se refleja en frases como “es lo que me toca”; “no tengo otra opción”; “todos lo hacen”; “debería…”.
Estamos en una sociedad en la cual los padres nos hemos ido a los extremos, por un lado, vemos padres sobreprotectores que quieren “impedir” que sus hijos pasen por lo que ellos pasaron o pretenden evitarles todo tipo de sufrimiento y daño que pudiera ocurrir, sin hacer consciencia que ellos no estarán toda la vida, sin percatarse, que crecen y forman sus propias vidas. Como padres, debemos formar para que sean adultos autónomos y no eternos niños en cuerpos de adultos. Por otro lado, están los padres que no ponen límites, que piensan que sus hijos aprenderán de la vida, de sus propios fracasos, por lo tanto, tienen una libertad extrema que los lleva al mal uso de su libertad y a tomar decisiones que no siempre son las mejores. Un buen grupo de padres de hoy quieren resolver los problemas de sus hijos, quieren evitarles el dolor y el fracaso, sin que asuman su rol de jóvenes adultos y que alcancen la madurez, autonomía y responsabilidad de sus actos.
No sólo se trata de decidir entre lo bueno y lo malo, se trata de decidir de lo bueno lo mejor, aquello que se ajusta a nuestros principios y proyecto de vida, sin embargo, ninguno de estos dos, cobra importancia en la actualidad, y cada vez con mayor frecuencia se aprecia que a las personas nos cuesta tomar decisiones inteligentes. Somos el resultado de nuestras decisiones, en nuestra infancia de las decisiones de nuestros padres, en la adolescencia producto de la inmadurez quizá tomamos malas decisiones, pero en la actualidad, los adultos somos responsables de lo que decidimos a diario, estamos en el lugar y condiciones en las que estamos por las decisiones que hemos tomado a lo largo de nuestras vidas, pero una buena noticia es que siempre hay una nueva oportunidad para hacernos conscientes y reprogramar nuestro caminar. Somos los únicos responsables de nuestra vida, nadie puede decidir por nosotros.
Reflexionemos en las siguientes recomendaciones:
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