Parar, tomar aire, descansar. Son palabras muy fáciles de pronunciar y, sin embargo, realmente complicadas de llevar a cabo para muchas personas. Ahora son las vacaciones de verano, pero antes fue el confinamiento o, incluso, un despido precipitado. En definitiva, tiempo libre que en estos días se traduce en tiempo improductivo, tiempo inservible, tiempo absurdo.
¿Quién no se ha sentido culpable alguna vez por no hacer nada? “Hoy en día, gran parte del éxito personal está vinculado a lo que se tiene y a lo que se hace debido, en gran parte, a las redes sociales, en las que parece obligatorio dejar constancia de lo que se está haciendo en cada momento del día”, dice Elisa Sánchez, psicóloga directora de IDEIN especializada en salud y bienestar laboral. “En internet uno vale lo que tiene y lo que hace, cuanto más publiques y más likes consigas, más valioso te sientes, más aceptado y querido por los demás. Se ha llegado hasta el punto de identificar el descanso y el autocuidado con ser una persona vaga o egoísta”.
Marta Sánchez espera a que lleguen las vacaciones para hacer todo lo que tiene apuntado en su to do list. “Quiero leer esos libros que tengo pendientes desde hace meses, madrugar para hacer ejercicio cada mañana y quedar al fin con esos amigos a los que nunca veo”, enumera.
Una lista de tareas pendientes, esto es en lo que parece haberse convertido el descanso en 2022, y es que recientes investigaciones indican que pensamos que la gente ocupada es mejor y, en consecuencia, estar ocupado se ha convertido en algo que esperamos de los demás, pero también de nosotros mismos. En el caso de las mujeres, además, el sentimiento de culpabilidad por no hacer “nada productivo”, es todavía mayor.
“Por culpa de los roles de género las mujeres tendemos a sobrecargarnos de tareas y a ser mucho más exigentes con nosotras mismas, algo que se ve reflejado en aspectos como los cuidados, pero también en todo lo relacionado con la imagen y el aspecto físico”, asegura la experta. “Es muy frecuente la creencia de que tenemos que demostrar nuestra valía constantemente para ser consideradas igual que los hombres, lo que hace que aumente nuestra carga mental y que acabe traduciéndose en trastornos como el síndrome de la impostora, una falta de autoestima que te lleva a dudar de tu propio potencial”.
¿ESTAMOS PREPARADOS PARA NO HACER NADA?
Todo esto se está cobrando un peaje: al sentirnos culpables cuando descansamos no lo hacemos lo suficiente, hasta el punto de que la Organización Mundial de la Salud ha clasificado el estrés como una de las epidemias del siglo XXI. “Se prevé, además, que en pocos años la depresión alcance incluso cifras mayores que el estrés”, augura Sánchez.
“Tanto el estrés como la ansiedad están relacionadas con la emoción básica del miedo, y aunque esto no está siempre vinculado con la falta de descanso es cierto que cuando tienes ansiedad no sueles dormir bien y cuando te has acostado tarde haciendo todo lo que consideras que tienes que hacer estarás cansado al día siguiente, con lo que será más complicado ser eficiente, tomar decisiones acertadas, regular tus impulsos, etc. Así que no cabe duda de que el estrés y el descanso tienen una relación bidireccional”, explica.
Existe una evidente obsesión por aprovechar el tiempo, tanto que ha llegado a tener hasta un nombre: la cronopatía, es decir, la enfermedad del tiempo. En una sociedad gobernada por la tiranía del reloj son mayoría los que sienten la imperiosa necesidad de ser productivos y eficientes, sin embargo cada vez parece más evidente que esta manera de vivir no va en sintonía con nuestro cuerpo y nuestra mente.
“Suelo pedir a altos directivos o a personas que tienen que lidiar con elevados niveles de estrés en su día a día que se sienten durante quince minutos en su despacho, por ejemplo, y que no hagan absolutamente nada”, relata Sánchez, “pero esta tarea aparentemente sencilla genera muchísimo malestar puesto que da lugar a pensamientos negativos respecto a uno mismo. Es necesario aprender a dejar espacio a las pausas y los descansos en nuestro día a día, planificar en nuestro calendario momentos para no hacer nada”.
La aplicación de los fundamentos del trabajo al resto de los órdenes de la vida ha provocado, además, que también busquemos productividad en nuestras relaciones sentimentales, en el modo en el que criamos a nuestros hijos o, como sucede en vacaciones, en nuestro ocio. Pero, paradójicamente, cuanto antes reaprendamos a no hacer nada antes aprenderemos a disfrutar de nuestro tiempo libre.
A pesar de todo, de un tiempo a esta parte se viene dando una gradual reacción en contra del movimiento constante y de la productividad y a favor de la introspección y el aburrimiento práctico. “Se trata de algo minoritario pero que no cesa”, explica la psicóloga, “son personas que tienden a mirar más hacia dentro, que tratan de descubrir la causa de su infelicidad en su interior en lugar de lanzarse a hacer cosas de manera compulsiva. Creo firmemente que sanar nuestro interior en lugar de recurrir a gratificaciones externas es el camino”.
LO QUE ESCONDE EL EXCESO DE ACTIVIDAD
En ocasiones, el hecho de no saber parar está muy relacionado con unos determinados rasgos de carácter. Según la experta, “suelen ser personas inseguras, muy exigentes consigo mismas, que planifican su agenda y la llenan con un montón de actividades (trabajo, deporte, clases de idiomas, vida social, etc), de forma que cumplir esta agenda se convierte en el principal objetivo de su día a día, desatendiendo lo que su cuerpo y su mente necesita realmente. Además, muchas veces resulta imposible llevar a cabo todas las tareas que se han planificado, generando en consecuencia sentimientos de frustración y un profundo malestar”.
“En ocasiones, sucede que este tipo de conductas tan intensas suelen escapar de las sensaciones negativas que les produce la conducta opuesta. Siguiendo con el exceso de actividad, es habitual que a las personas que necesitan estar en constante movimiento les aterre estar a solas consigo mismos, con sus pensamientos, con sus miedos y sus angustias. Lo que hacemos es poner en marcha mecanismos de defensa que nos eviten este malestar ya que, en nuestra sociedad, existe una tolerancia muy baja al malestar”.
Por último están aquellos afortunados que consiguen desconectar y olvidarse de todo durante las vacaciones, pero que sufren indeciblemente cuando regresan a su ritmo de vida habitual tras un período de descanso. Es lo que conocemos como síndrome postvacacional y, para sortearlo, los expertos coinciden en que lo mejor es intentar volver de forma progresiva a nuestro trabajo y a nuestra rutina, por eso se recomienda no volver a la oficina un lunes. Otra opción es no volver pero eso ya conlleva otro tipo de riesgos…
Texto original publicado en Vogue
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