Las redes sociales influyen cada vez más en los tratamientos estéticos que demandan los jóvenes. Según la American Society for Aesthetic Plastic Surgery, el 20% de los procedimientos quirúrgicos y estéticos se realizan entre los 18 y 24 años.
Si bien el canon de belleza no es nada nuevo ni un problema que solo los millennials tengan que afrontar: Carlos Tutivén, de la Universidad Casa Grande, analiza este tema.
Cada vez es más evidente -en el campo de la investigación de la digitalidad del mundo social y de la cultura-, que las llamadas “redes sociales” no son sólo hipermediaciones, es decir, un tramado de reenvíos entre mensajes, sujetos y medios electrónicos dentro de un ecosistema comunicativo, sino que constituyen una matriz hipertextual de significación sensible a partir de la cual los sujetos quedan capturados, muchas veces, fascinados, debido a la continua exposición a lo que en ellas circula, lo que va constituyendo subjetividades muy condicionadas por estas nuevas formas de conectarse y comunicarse.
Hay que superar el punto de vista que piensa la comunicación (digital) como mera circulación mediática de información “inocua”, abstracta, algorítmica, y empezar a recuperar la mirada más compleja y profunda que ve a la comunicación (digital) como lo que ha sido siempre desde los orígenes humanos; una matriz relacional constituyente del mundo social, de la realidad material y la subjetividad anímica. Sólo que esa matriz constituyente que es el lenguaje y su dinámica comunicacional ha dado en las últimas décadas un salto cualitativo determinado por la digitalidad, un cambio de orden incluso ontológico, que no sólo implica un cambio del paradigma analógico, sino en las condiciones históricas de producción del sentido, sobre todo, del sentido de lo “común”. Hoy, lo “común” ha implosionado en aras de una fragmentación atomizada de usuarios conectados por redes y nodos, pero no comunicados en el sentido que tenía esta palabra en el siglo XX.
Llamamos mundos digitales a estos cambios, caracterizados por una producción y un consumo de imágenes y mensajes que se cocinan al interior de un nuevo sistema de significación, de carácter estético, sensible, que el filósofo Franco Berardi llama infonervioso. Las imágenes que los jóvenes consumen en Instagram, Facebook, Tik Tok, etc., tienen el estatus de ídolas, es decir, de imágenes sensibles, que convocan inmediatamente los imaginarios emocionales, los prejuicios afectivos, las ideologías discriminativas, porque en esa matriz se han producido el criterio de lo aceptable, de lo lindo, de lo deseable, que se devoran sin darse el tiempo de una asimilación más consciente.
Por lo tanto, la admiración de la belleza dentro de los mundos digitales ya no es un modelo ideal para contemplar y admirar, con el marco estable de otros tiempos, donde el sujeto quedaba extasiado o incitado a conocer o a re-producir esa belleza en obras de arte, al modo platónico. Al contrario, hoy la belleza digitalizada, editada, manipulada, y producida para ser consumida instantáneamente, en vez de ser un modelo contemplativo que encierra una pregunta por lo bello, al estilo platónico, es producida y consumida al servicio de un imperativo psíquico de perfeccionamiento del Yo, de la imagen del yo que debe estar a la altura del mercado de la belleza dominante, del intercambio de valor que permuta sufrimiento humano por dinero o fama, o por un reconocimiento efímero pero numeroso. Todo esto se hace de modo incesante e implacable a diario, lo que conlleva en la subjetividad un desgate anímico sin precedentes. Las depresiones juveniles, las faltas de ánimo, la pobreza de deseo, son algunos de los síntomas que la clínica psicológica y psicoanalítica empiezan a registrar y entender en los últimos años debido a la presión social que imponen estos imperativos. A partir de este planteamiento podemos especular que el ticktokers, el influencers, el youtubers, están exigidos a mantenerse en esa producción incesante de su yo digital. En caso de los espectadores, y como lo vemos en los niños más pequeños, la mímesis, la imitación es la regla.
Se exporta, no sin consecuencias. Aunque ya no debemos pensar que hay una frontera rígida entre lo “real” y lo “digital”, porque estas dos dimensiones están anudadas, lo que circula en un plano, circula o pasa al otro y viceversa. La digitalidad del mundo implica un anudamiento de orden cibernético. Claro, esa circulación no es perfecta, a pesar de ser fluida, siempre dejará un resto, y ese resto es el sujeto que queda extenuado, cansado, excitado o maníaco, pero también deprimido o inhibido, resentido.
Recordemos que el consumo de imágenes estetizadas es activa, e impacta constantemente el sistema “infonervioso”, exige de suyo una actividad que lleva al sujeto juvenil a poner al día su “yo real”, estar listo para el siguiente selfie, el siguiente post, la siguiente reunión social donde de seguro habrá fotografías y socialización en las redes.
La identidad siempre se ha constituido en relación con el otro imaginario. El poeta Rimbaud decía: “yo soy otro”. Es el otro el que me devuelve la imagen que después hago mía. La autonomía empieza cuando me hago consciente y responsable de esas apropiaciones que forjan mi identidad. En cambio, la autoestima es una ilusión necesaria, pero depende de la calidad del reconocimiento que obtenga. Cuantas veces vemos en el mercado de la felicidad y la autoayuda el mandato superyoico de “cuídate”, “mímate”, “quiérete”, “tú eres primero”, etc., que sintoniza bien con el narcisismo posmoderno cargado de individualismo hedonista. En realidad, el otro es primero, sin él, la criatura humana no sobreviviría ni biológica, ni social, ni psíquicamente. Claro que después el sujeto debe aspirar a ganar una relativa y sana autonomía, pero ser autónomo es ser consciente de que vives en un pacto social de orden mínimamente racional construido con los otros.
Deberíamos preguntarnos cómo se está construyendo hoy eso que se llama autoestima. Si esa autoestima se construye con la (hiper) mediación digital comunicativa, va a tener problemas de verdadera autonomía. Será dependiente -sobre todo en los más jóvenes-, de lo que digan o hagan en redes los demás. No debemos olvidar que existe el bullying digital que hace estragos en los escolares del mundo globalizado. Es curioso que a pesar de que los jóvenes saben que las cámaras de los celulares tienen “filtros de belleza”, de que existe la edición digital, que hay manipulación, no pueden discriminar ni evitar -a la hora de compararse con los otros “más bellos”-, ser afectados por el impacto que producen esas imágenes en su infosistema nervioso, ocasionando las más variadas sintomatologías psicosociales.
Es verdad que hay nuevos movimientos socioculturales que promueven un realismo de los cuerpos, un respeto a la diferencia de las morfologías, de razas, de las estéticas, de los estilos de vida, de los cuerpos otros, sean discapacitados, ciborg, de género, que buscan empoderarse frente a los ideales de perfección que promueve el capitalismo de la belleza institucionalizada. Sin embargo, debemos investigar si es una reacción a la belleza digitalizada dominante, lo cual no deja de quedar atrapada o motivada desde la búsqueda del reconocimiento en redes, o si se trata de empoderamiento cuya valoración no está atada a las lógicas del intercambio mediático, porque de ser así, la lógica de domino sigue igual.
El cuerpo que busca ser como es, más allá de los estereotipos y las demandas de exigencias de perfeccionamiento estético, no debe quedar atrapado en las expectativas de las redes, que van del voyerismo al heater anónimo. Pero tampoco debe ser una estrategia de conformismos y pasividades, como es el caso de los cuerpos con sobrepeso que buscan la aceptación social, pero sin que, a su vez, tengan la disciplina suficiente para cuidar de la salud, y de los otros, ósea, un caso de irresponsabilidad social.
De hecho, conviven, pero con tensiones, conflictos y rivalidades, como es la convivencia social ordinaria. El límite podemos ubicarlo, sin embargo, en la capacidad que podamos desarrollar de tolerar razonablemente lo diferente, de aceptar los cuerpos que con-viven con el nuestro, que todo cuerpo es una encarnación de subjetividades, de culturas, de modos de ser en el mundo. Pero para eso, debemos trabajar en nuestros cuerpos, en reconocer que desde el cuerpo somos y existimos, que desde él padecemos y nos alegramos, que el cuerpo es el “interfaz” con el que “conectamos” con el mundo externo e interno, y que está al borde de una mutación antropológica promovido por el transhumanismo, pero eso es otro tema.
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