Ya nos han anticipado científicos, historiadores y futuristas que el siglo XXI nos demandará varios retos. Si en el pasado lidiamos con la hambruna, la peste y las guerras, hoy debemos protegernos de los nuevos virus, luchar contra el cambio climático y convivir con el bioterrorismo, a nivel global.
También nos advierten del feudalismo digital, como lo ha manifestado el filósofo coreano Byung-Chul Han (2020), donde todos podríamos ser esculcados en forma permanente, corriendo el riesgo de volvernos una sociedad de cuarentena bio-política con restricciones a nuestra libertad. Y otro gran desafío será resguardar a la humanidad y el planeta, en su conjunto, de los peligros inherentes a nuestro propio poder, concluye J.N. Harari en Homo Deus (2017); es decir, de las ambiciones humanas para alcanzar la inmortalidad, la felicidad y la divinidad.
En el libro Los próximos 50 años (2010), 25 connotados autores relatan su visión sobre los avances de la humanidad en los campos científicos, la cultura y la tecnología. Aunque su edición es de hace una década, las proyecciones en el texto siguen siendo válidas en términos de temporalidad. Comparto con los lectores, algunas de estas reflexiones, en un intento de cubrir distintas disciplinas, con las que seguramente no todos estamos familiarizados.
Desde la física teórica, el canadiense Lee Smolin, se pregunta sobre el futuro de la naturaleza del universo y recoge las siete cuestiones más importantes que, desde su perspectiva, aún no han sido resueltas:
Smolin concluye que en los siguientes 50 años habrá respuestas a cinco de las siete preguntas, pero que no se puede predecir si las habrá para las 3 y 4. Es decir, que no seamos capaces de responder a una sencilla pregunta planteada en la década de los 30: ¿por qué el protón y el neutrón poseen masas casi idénticas, y por qué entonces el neutrón es ligeramente más pesado?
El biólogo inglés, Brian Goodwin, propone pensar el presente, en términos de las sombras de la cultura. Expone que si algo destaca hoy es la poderosa alianza entre la ciencia, la tecnología y el mundo empresarial, que ha creado una cultura global, sustentada por principios de predicción, control, innovación, gestión y expansión.
Frente a los cuestionamientos que ha habido al animismo, que resulta amenazante para la visión científica del mundo occidental, Goodwin señala que la ciencia insiste en la carencia de sensibilidad de la energía-materia que conforma el universo. Desde la argumentación sobre la cuantificación de aspectos de la naturaleza, medidos y organizados a través de relaciones matemáticas que describen la regularidad de su comportamiento, la ciencia se constituye en el medio para conocer el mundo de forma objetiva y certera. Sin embargo, ha surgido un nuevo elemento de análisis para la ciencia que tiene que ver con la procedencia de la conciencia y de los sentimientos.
Goodwin sostiene que tal cambio se relaciona con el estatus de las cualidades, llegando a determinar que el objeto de observación no solo tiene un estatus subjetivo, sino que posee una entidad real y objetiva. De esta manera, se cuenta con una ciencia cualitativa que permite consensos frente a lo observado:
En las sombras de la ciencia actual, es posible vislumbrar los componentes de una ciencia cualitativa que reestablecería la evaluación de las cualidades circundantes al lugar que ocupa en nuestras vidas cotidianas, donde las opiniones dependen tanto de la calidad como de la cantidad. Este establecimiento, junto con la concesión de que los sentimientos no pertenecen en exclusiva a los seres humanos sino a toda la naturaleza en cualquiera de sus formas, nos presenta un enorme y distinto abanico de posibilidades para abordar el conocimiento científico, la tecnología y la acción política y corporativa. (p. 78)
Desde esta mirada, él propone un nuevo enfoque educativo que una las ciencias y las artes para cohesionar a todos. Es decir, que las decisiones en el ámbito científico y tecnológico sean tomadas con la participación de la sociedad civil, y en forma responsable: “Advertiremos que el momento que hoy vivimos constituyó de veras una edad oscura, aunque las semillas del cambio se hallaban ya enterradas en la oscuridad de la Tierra, donde, por así decirlo, Gaia las nutría” (p.79).
El interés de Paul Bloom, psicólogo y lingüista de la Universidad de Yale, es construir a futuro una teoría del desarrollo moral. Observa que la psicología, que será de todo menos desabrida, tendrá mucho alcance al 2050 y en ella confluirán distintos saberes, incluyendo la biología evolutiva, la antropología cultural y la filosofía de la mente. Indica que, a diferencia de las contribuciones de Charles Darwin, William James y Sigmund Freud en el siglo XIX, la psicología del siglo XX se distanció de otros saberes, pretendiendo ser una ciencia autónoma, con el conductismo como una de sus banderas. Y la teoría que ocupa un lugar preferente es la psicología cognitiva “que propone un análisis computacional de la actividad mental, de manera más reciente en términos de la dinámica del proceso paralelo distribuido, o de redes neuronales”.
Bloom anota que hoy la psicología se ha visto influenciada por filósofos (D. Dennett y J. Fodor), teóricos evolucionistas (W. Hamilton y R. Trivers), economistas, antropólogos y lingüistas (N. Chomsky), y que se enriquecerá en el futuro por la reintegración con otros ámbitos del saber. No obstante, un tema que le genera interés es el estudio del desarrollo moral:
En El origen del hombre, Darwin trató de explicar la moral humana en términos de un incremento generalizado de la inteligencia del ser humano, el cual nos permitía trascender las reacciones emocionales de nuestros antepasados los primates, para alcanzar la noción misma de comportamiento ético, un código moral que puede aplicarse con justicia y objetividad. James lo vería de distinto modo y así lo defendió en sus Principios: los aspectos que distinguen la naturaleza humana son tan solo el resultado de la suma de instintos sociales, como la timidez y la prudencia, de los que carecen otros animales. Alfred Russell Wallace (…) sostenía una tercera postura: creía que el altruismo del ser humano representaba un misterio tal que su mera existencia refutaba la teoría de la selección natural en lo tocante a la mente humana. Por lo general, la existencia del altruismo y la moralidad, antaño investigada nada más que por filósofos y teólogos, ha constituido un problema central dentro de la psicología evolutiva. (p. 113)
Según Bloom¸ el campo de la psicología será a futuro mucho más maduro, ya que es necesario el trabajo interdisciplinar con la psicología evolutiva y la psicología cognitiva: “necesitamos una teoría del desarrollo moral que se halle a la altura intelectual de nuestras teorías sobre el desarrollo del lenguaje y de la percepción” (p. 116). Su cuestionamiento tiene que ver con lo que asume como una falta de progreso en la comprensión de qué tipo de psicología podría curar las enfermedades mentales, el remedio a la infelicidad, criar niños con sentido moral, erradicar los prejuicios, entre otros temas.
El experto concluye que tal visión optimista de la psicología incluye aplicar la metodología y abordajes teóricos que han funcionado en campos como la percepción y en áreas menos exploradas como el desarrollo moral.
Rodney Brook, director del laboratorio de inteligencia artificial y profesor del Massachussets Institute of Technology, afirma que la biología moderna se basa en un principio estricto:
No existe nada más que las moléculas que interactúan de acuerdo con combinaciones de varias fuerzas, sujetas a la aleatoriedad causada por la temperatura y los efectos cuánticos. El elixir de la vida no existe, como tampoco existe la fuerza de la vida, y no hay mente alguna que no se fundamente en la materia: el alma no existe. (p. 236)
Partiendo de que posiblemente en las siguientes dos décadas se den algunos saltos intelectuales y disonancias, anota que no implicarán el abandono radical de su forma de comprensión actual sobre estos fenómenos; es decir, que prevalecerá el principio capital “según el cual somos el producto de trillones y trillones de interacciones moleculares mecánicas, y nada más que eso-: no se trata de flogisto o éter, sino de un hecho confirmado mediante miles de nuevos experimentos realizados cada día de la semana” (p. 236).
A futuro, Brook espera que hayamos adquirido un control exhaustivo sobre la genética de los seres vivos. Para 2025, el uso de la ingeniería genética a muy gran escala será un hecho cotidiano y habrá trascendido la agroindustria y la medicina, sectores en que actualmente se investiga. Y espera que en 2050 utilicemos estas tecnologías en nuestros cuerpos con confianza. Algunas de las nuevas aptitudes biológicas, incluyen:
Surgen entonces las preguntas -anota el autor- sobre si es ético manipular la vida humana, cuál es la responsabilidad de la ciencia en esta transformación sobre nuestra existencia, qué diferencia lo humano de lo infrahumano, el lugar que ocupamos en el cosmos, entre otras tantas. Y expresa:
Estamos rompiendo con el papel de observadores de la vida y del orden de las cosas que hasta ahora asumíamos para convertirnos en los manipuladores de esos elementos. Dejaremos de vernos limitados a la evolución darwiniana. De aquí en adelante gozaremos de la posibilidad de participar de manera explicita en esa evolución, tanto en calidad de individuos como de especie. Las aventuras de fisión nuclear en que nos embarcamos antaño parecerán meros juegos de niños a la luz de estas nuevas aventuras. Será necesario observar y moderar nuestro orgullo desmedido con buen tino si pretendemos que nuestros descendientes sean algún día objeto de un halagüeño descubrimiento por parte de un SETI emplazado en algún otro lugar de la galaxia. (p. 244)
Samuel Barondes, médico y director del Centro de Neurobiología y Psiquiatría de la Universidad de California y quien preside el Comité de Asesores Científicos del Instituto Nacional de Salud Mental, describe el proceso por el cual, a partir de un hallazgo accidental en 1950 en un laboratorio farmacéutico francés, se modificó la estructura de un antihistamínico, lo que generó un fármaco (clorpromazina) que podía eliminar los pensamientos psicóticos en personas esquizofrénicas. Y con esto, la posterior competencia farmacéutica en el campo de tratamientos para pacientes con desórdenes psiquiátricos.
Aún cuando tales pacientes eran tratados anteriormente desde un abordaje psicoterapéutico, su atención pasó a centrarse en el cerebro y la inclusión de algún medicamento. Sin embargo, Barondes aclara que por valiosos que sean estos fármacos, todos tienen efectos secundarios, cuya administración sigue una cadena de aciertos y errores, parecido al enfoque usado en los años 50 del siglo pasado. Para el 2050, apunta:
El siguiente gran paso, en psiquiatría, probablemente no provenga de ulteriores refinamientos de los fármacos y las psicoterapias que definen hoy en día su campo. Provendrá, en cambio, de nuevos descubrimientos acerca de las variaciones genéticas del ser humano y de la manera en que afectan al cerebro. Como los esclarecedores relatos oídos en los divanes de los psicoanalistas guiaron la psiquiatría durante la primera mitad del siglo XX, como los productos de los malolientes laboratorios farmacopédicos lo guiaron en la segunda mitad, el conocimiento que se adquiera sobre las diferencias genéticas individuales será la guía de la psiquiatría en los próximos cincuenta años. (p.334)
Para Barondes hay preguntas fundamentales que podrían encontrar respuestas en las genéticas individuales: ¿qué determina la susceptibilidad de una persona a tener una conducta trastornada?, ¿por qué alguien puede trascender las penurias mentales y otros no?, ¿por qué alguien sucumbe a la depresión, otra a la ansiedad o al enclaustramiento? Acorde a sus investigaciones, el 1% de la población podría sufrir enfermedades psiquiátricas pero el riesgo sube a 8% cuando hay algún familiar con ese tipo de trastorno.
Si bien la gente está de acuerdo en que el entorno y la herencia cumplen un papel fundamental, también lo está en considerar evaluar el factor hereditario, hallando las formas alternativas de los genes implicados, gracias al creciente conocimiento sobre la estructura detallada del genoma humano, concluye Barondes, resaltando que a medida que disminuyan los costos del análisis de ADN, será posible encontrar las relaciones entre personas sin nexo consanguíneo que se vean afectadas por un mismo trastorno.
¿Y qué pasará en 50 años con la visita al psiquiatra? El científico responde que las razones para visitarlo no habrán cambiado (ataques de pánico, desánimo, inercia, pesimismo, escucha de voces, sentimiento de invalidez, depresión, etc.). Lo nuevo será que cada paciente portará consigo una nueva fuente de información: la contraseña para acceder a su archivo personal de ADN en el sistema de la Seguridad Social.
Referencias
Barondes, Samuel (2010). Los fármacos, el ADN y el diván del analista. En: Brockman, J. (Ed.). Los próximos cincuenta años. El conocimiento humano en la primera mitad del siglo XXI (pp. 331-342). Barcelona, Editorial Kaidós.
Bloom, Paul (2010). Hacia una teoría del desarrollo moral. En: Brockman, J. (Ed.). Los próximos cincuenta años. El conocimiento humano en la primera mitad del siglo XXI (pp. 67-79). Barcelona, Editorial Kaidós.
Brockman, John (Ed.). (2010). Los próximos cincuenta años. El conocimiento humano en la primera mitad del siglo XXI. Barcelona, Editorial Kaidós.
Brook, Rodney (2010). La fusión de la carne y las máquinas. En: Brockman, J. (Ed.). Los próximos cincuenta años. El conocimiento humano en la primera mitad del siglo XXI (pp. 233-244). Barcelona, Editorial Kaidós.
Clarín (2020). Byung-Chul Han: vamos hacia un feudalismo digital y el modelo chino podría imponerse . Recuperado de https://www.clarin.com/cultura/byung-chul-vamos-feudalismo-digital-modelo-chino-podria-imponerse_0_QqOkCraxD.html
Goodwin, Brian (2010). En las sombras de la cultura. En: Brockman, J. (Ed.). Los próximos cincuenta años. El conocimiento humano en la primera mitad del siglo XXI (pp. 67-79). Barcelona, Editorial Kaidós.
Harari, J.N. (2017). Homo Deus. Barcelona, Penguin Random House.
Smolin, Lee (2010). El futuro de la naturaleza del universo. En: Brockman, J. (Ed.). Los próximos cincuenta años. El conocimiento humano en la primera mitad del siglo XXI (pp. 21-37). Barcelona, Editorial Kaidós.
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