En los últimos dos años, el Ecuador y el mundo entero han sido afectados por una de las tragedias más grandes, destructivas y dolorosas como son la pérdida de millones de seres humanos y el gran impacto económico ocasionado por la pandemia del SARS-CoV-2, una de las plagas más arrasadoras de la historia de la humanidad.
Desde las primeras noticias del contagio masivo, principalmente en la ciudad de Wuhan (capital de la provincia de Hubei y la ciudad más poblada en la zona central de la República Popular China) su gobierno y autoridades sanitarias adoptarán medidas inmediatas para evitar la propagación del virus, pero por sus características infectocontagiosas fue inevitable que se disemine en el mundo; y Ecuador no fue la excepción. La Covid-19 cobró muchas vidas, dejó familias sumidas en el dolor, desamparo, abandono y pobreza. No obstante, el riesgo de infección ha mantenido a las familias aisladas, apartadas y alejadas del lecho de sus enfermos y en la mayoría de casos, incluso, no ha sido posible el duelo, ni celebrar la vida de los seres queridos.
A finales de febrero de 2020, llegó al Ecuador el primer caso, plenamente detectado, en el que, a pesar de las medidas de confinamiento y establecimiento de cercos epidemiológicos, fue imposible que no se regara por toda la geografía nacional, siendo uno de los puntos de mayor impacto y muerte, Guayaquil.
Según el estudio Publicado por Statista Research Department, el 11 abril 2022, se indica que “A finales de marzo de 2022, más de 855.000 casos acumulados por Covid-19 fueron registrados en Ecuador. Esta enfermedad causada por el virus SARS-CoV-2 fue detectada por primera vez en territorio ecuatoriano el 1 de marzo de 2020. En tanto, la primera muerte ligada al nuevo tipo de coronavirus fue reportada el 14 de marzo de 2020. Hacia principios de 2022, el número de personas fallecidas a causa de esta enfermedad ya superaba las 35.000”.
Las medidas dictadas por las autoridades de salud, el Comité de Operaciones Especiales (COE) y Gobierno central, como confinamiento total, toque de queda, uso de guantes, mascarillas, trajes de desinfección, etc. no fueron suficientes y resultaron tardías en el primer año de pandemia, pues la Covid-19 provocó la pérdida de miles de vidas, todo ante el asombro, miedo e indignación de la población, que veía con terror cuerpos en las calzadas, desaparición de cadáveres y hospitales abarrotados de gente sin la capacidad para atender a miles de contagiados.
Las consecuencias nefastas de esta pandemia, aún las viven millones de familias en el mundo entero, el planeta no es el mismo; las relaciones humanas, familiares, de la comunidad tampoco lo son, nos convertimos en este periodo en seres apartados, aislados, con mínima comunicación presencial o directa, se incrementó el empleo de las redes sociales, del Internet, el teletrabajo, el comercio y la educación virtual.
En el área educativa, niños y adolescentes no han podido o se les dificulta reinsertarse normalmente a su comunidad educativa, postergando su normal desarrollo físico-psicosocial en el ámbito estudiantil y la sociedad. Pero como dice el popular dicho, “No hay mal que dure 10 años, ni cuerpo que lo resista”, somos testigos, poco a poco, de la flexibilización de las medidas de bioseguridad adoptadas por el COE, producto del alto índice de vacunación implementado por el Ministerio de Salud. Se ha permitido que los niños, adolescentes y jóvenes regresen a las aulas, mantengan sus lazos afectivos y se relacionen de manera directa con sus compañeros y aprovechen de mejor manera los conocimientos impartidos de sus maestros, en el proceso de enseñanza – aprendizaje. A la par, su estado emocional y físico se ve nuevamente fortalecido al tener la libertad de concurrir a espacios públicos, a parques, hacer deporte, donde se puede respirar aire puro y relegar el uso de mascarillas.
La Organización Panamericana de la Salud (OPS), a través de su Directora, la doctora Carisa Etienne, experta en gestión sanitaria, expresa que, para reducir los efectos negativos de la población estudiantil, los países deberían hacer “todo lo posible para reabrir las escuelas y centros de formación de forma segura”, también enfatizó que “no hay un escenario de riesgo cero”, y que las autoridades nacionales y locales deben decidir cuándo abrir o cerrar las escuelas, dependiendo de las condiciones epidemiológicas locales y su capacidad de respuesta.
Además, la OPS ha elaborado directrices detalladas para lograr una reapertura segura, que incluye garantizar ventilación y condiciones sanitarias adecuadas. Actualmente, el COE nacional ya no exige la utilización de la mascarilla en espacios abiertos, se ha incrementado el aforo en espectáculos públicos, locales comerciales y en sitios de concentración masiva, con la confianza de que el 90% de las personas estén vacunadas en el país, con dos dosis y un alto porcentaje con la dosis de refuerzo.
Pese a que la Covid-19 afecta de distintas maneras en función de cada persona, actualmente es halagador conocer que la mayoría de las personas que se contagian presentan síntomas de intensidad leve o moderada y se recuperan sin necesidad de hospitalización.
Esto conlleva a que la economía se dinamice y mejoren las condiciones de vida de la población. Vemos con optimismo, que luego de que el mundo ha sido atacado por este terrible virus (Covid-19) por casi dos años, actualmente, nos vamos adaptando a una nueva realidad, con nuevas normas de higiene, de prevención, aprendimos a convivir, a sobrevivir en medio de la tragedia, del dolor. Poco a poco sentimos y expresamos mayor respeto y cuidado por nuestro cuerpo, por nuestra salud, por la naturaleza; es satisfactorio ver mayor cantidad de niños, jóvenes y adultos en los parques, en los senderos, aprovechando el aire puro, fortaleciendo el cuerpo y la mente, lo que permite mejorar e incrementar las defensas de nuestro organismo, solo así podremos asegurar que frente al poder destructivo de una pandemia, calificada como una de las peores de los últimos 100 años, también está la fuerza de la especie humana, haciendo uso de su intelecto, de la investigación, del conocimiento y la experiencia, para hacer frente a esta y otras enfermedades infectocontagiosas.
Procuramos que la niñez y la adolescencia, que han absorbido todo este drama de los últimos tiempos y que, han sido presas del estrés y la ansiedad, reciban de los adultos, de los padres, de las autoridades, de los maestros, de los representantes, de los políticos, de los deportistas y demás grupos sociales, el ejemplo y los parámetros para que se desarrollen en un ambiente sano y seguro, para que en el futuro se apoyen, creando nuevas formas y sistemas de convivencia armónica y de organización, donde prevalezca el interés común, la seguridad y el bienestar del buen vivir.
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