El 20 de enero de 2021, Joe Biden asumió como el 46º presidente de Estados Unidos. Solo 14 días después del asalto al Capitolio, símbolo nacional de la democracia, por un grupo de radicales afines a su rival en las elecciones.
Es indudable que la democracia en el mundo en general y también en los Estados Unidos, tradicionalmente considerado como el ejemplo global y la democracia más sólida del mundo, corre igualmente riesgos. Varios análisis académicos y políticos evidencian que la democracia está siendo socavada por diversos procesos y factores, que no están presentes solo en los Estados Unidos. Ente ellos se destacan: la polarización extrema de las sociedades; el generalizado cuestionamiento al Estado, por su limitada capacidad para enfrentar los problemas que sufre la población; así como al sistema político y especialmente a los partidos, como formas de mediación. Hay un exacerbamiento en las respuestas, de varios sectores de la sociedad ante los que consideran como factores que causan su insatisfacción; esos sentimientos son manipulados por líderes populistas. El asalto al capitolio muestra los extremos a los que se puede llegar, en este caso con una activa participación de la ultra derecha norteamericana.
El sistema y los dirigentes políticos no son capaces de dar respuesta al descontento creciente, a las tensiones y al incremento de la inseguridad y de las necesidades de la población; estas percepciones y sentimientos son construidos y manipulados también por los medios de comunicación y por sectores del poder económico y político, exacerbando las diferencias religiosas y raciales, el aumento de la migración, entre otros factores, como procesos que generan reacciones encontradas y son explotados por los sectores populistas, para ganar el apoyo de la mayoría de la población..
Varios editorialistas de la prensa internacional han alertado no sólo sobre los riesgos para la democracia; los más escépticos hablan incluso de las posibilidades de una guerra civil. Desde la academia también se analiza el tema; por ejemplo, académicos canadienses han alertado con proyecciones de que a mediados de esta década Estados Unidos tenga un presidente marcadamente autoritario. Hace cinco o 10 años no había, una conciencia clara de que la democracia en el mundo enfrenta una seria crisis.
Esta es una tendencia universal y que viene desde hace varias décadas. En el caso de los Estados Unidos, lo que está en cuestionamiento son básicamente tres cosas:
Primero. La participación de la población en las elecciones, en la victoria de Biden representó un récord histórico, solamente comparable con la registrada en 1900; cabe mencionar que entonces tenían derecho al voto básicamente los hombres blancos, a pesar de que la esclavitud se había abolido en 1865, la población afro descendiente sólo lograría el derecho efectivo a votar, como cualquier ciudadano, un siglo más tarde. Las mujeres accederán a ese derecho sólo en 1920.
Las especificidades del proceso electoral norteamericano, que incluye la organización del territorio de cada estado, en distritos y circunscripciones, definidos por el sistema político, ha generado numerosas imprecisiones y discrepancias; ello ha llevado a que no está garantizado que quien gana el voto popular en la suma de sufragios, gana la presidencia, porque depende de las circunscripciones y de las asignaciones a los comités electorales en cada caso. Tampoco se han implantado facilidades físicas, ni horarios, que promuevan la participación de los ciudadanos; al contrario, especialmente en las elecciones del 2020, se pusieron trabas e incluso se quiso bloquear el voto electrónico.
Efectivamente, diversos análisis, desde diferentes sectores, destacan lo que sucedió en las últimas elecciones; procesos forzados por la Covid-19, como la votación electrónica, el voto en vehículos, la ampliación del tiempo de votación, en la mayor cantidad de colegios electorales, permitieron elevar el nivel de participación, a pesar de los obstáculos que se plantearon desde los sectores afines a Trump. La beligerancia actual de dichos sectores en la actualidad, para impedir ese tipo de facilidades para los votantes; su creciente uso de la violencia, parte de la cual pudo apreciarse en la irrupción el 6 de enero en el Capitolio, impulsada por el presidente Trump, quien definitivamente ha cooptado al partido republicano, son elementos que alimentan las visiones más pesimistas sobre una eventual ruptura de la democracia en 2024.
Hasta la fecha, según las encuestas un 60% de los votantes republicanos cree que les robaron las elecciones; los sectores más radicales de ese partido no se han quedado quietos, sino que han propiciado diversas acciones en distintos frentes, para tratar de cuestionar y socavar los que pueden ser elementos ganadores para los demócratas; por ejemplo, se busca volver a los niveles de participación previos. Hay una clara percepción de que los votantes de los sectores medios prefieren el partido Demócrata; los extremos de la población, es decir los más ricos y los más pobres, entre los que están irónica y curiosamente latinos y afroamericanos, votan por el partido Republicano.
Fue sintomático el hecho de que en la ceremonia de recordación de lo que sucedió un año atrás, el 6 de enero 2022, únicamente estuvieron presentes apenas dos representantes del partido republicano, que no eran senadores. Eso significa que para la inmensa mayoría existe una percepción profunda y sesgada de los problemas, lo que da cuenta de los niveles de polarización. Pese a que en el partido republicano hay diversas posiciones y que Trump formalmente no es uno de sus miembros, ha logrado controlar sus posiciones y gran parte de su apoyo.
Segundo. Un elemento clave de la crisis de la democracia es el papel que juegan hoy, tanto las redes sociales como los medios digitales de comunicación y la televisión, al definir y construir la agenda política y establecer los temas relevantes para la población; en un contexto de una débil cultura política y de la pérdida de relevancia de otros espacios formales del debate y discusión política, esos canales se han convertido en espacios en los que proliferan las noticias falsas, la descalificación burda de los adversarios y logran incidir en forma muy importante en implantar visiones simplistas y polarizadas de los temas, conformando las percepciones de los electores, muchas veces marcadas por visiones fundamentalistas de tipo ideológico, racial o religioso, que muchas veces se combinan y juegan un rol central frente a los procesos electorales.
Tercero. Un problema adicional y específico de los Estados Unidos es que cuenta con un segmento importante de su población que, legalmente está armada y conforma una comunidad organizada e influyente, por su capacidad de cabildeo en las instancias legislativas y del ejecutivo norteamericano; según ciertos estudios relativamente recientes, la población norteamericana tiene 8 veces más armas que los ciudadanos de la Unión Europea. Una parte de este sector se movilizó el 6 de enero de 2021, para tomar el capitolio. En conjunto, estos elementos, pueden llegar a una eventual exasperación de las tendencias políticas más extremas y populistas y propiciar un régimen autoritario.
Frente a eso se plantea la necesidad de profundizar la democracia y la vigencia del marco jurídico que la defiende; analizar cómo actúan esas fuerzas políticas anti democráticas, vigilar el proceso en las instancias políticas y judiciales de ese intento de golpe de estado, logrando que se apliquen las sanciones correspondientes a quienes resulten responsables.
Varios editoriales sobre el proceso electoral y las perspectivas a un año de lo ocurrido en el Capitolio en 2021, señalan que la democracia en Estados Unidos se ha degradado a niveles comparables a “democracias mediocres como las que predominan en Haití, Ecuador, Guatemala” y en algún otro país latinoamericano.
Señalan que la democracia de Estados Unidos antes era triple AAA, pero se ha degradado y su calidad es cada vez menor, comparable con nuestros niveles.
Considero que caben tres reflexiones al respecto: en primer lugar, los elementos de riesgo para la democracia que hemos identificado en Estados Unidos están igualmente presentes en nuestro país y aún con mayor gravedad, por la polarización ideológica y la fragilidad institucional. Nos referimos al funcionamiento y la fortaleza institucional de los poderes legislativo, ejecutivo y en particular del poder judicial; como se ha evidenciado en los últimos años, habría claros indicios de la penetración de ciertos ejes de corrupción, presentes en gobiernos tanto de izquierda, como de derecha. Lamentablemente, esa lacra está presente en toda nuestra formación histórica, como Estado, como sociedad y como democracia.
Estas tendencias son más graves cuando se suman con una profunda fragmentación política, que lleva a que proliferen “partidos políticos” y “movimientos”, llegando a extremos como la presencia de 16 candidatos presidenciales, no solamente en Ecuador, sino también en Perú, México y otros países.
En segundo término, es necesario propiciar perspectivas más pragmáticas e informadas, para superar la ideologización extrema y simplificadora, que considera que todo lo estatal es negativo y todo lo privado es bueno, o viceversa. Ella exaspera y polariza las posiciones, en nuestros países y limita la posibilidad de lograr consensos. Es indispensable la presencia y acción de los dos niveles en nuestra sociedad, admitiendo que no pueden existir ni la sociedad, ni la economía, sin un Estado. Es preciso establecer las regulaciones básicas, pero sobre todo lograr que todos los sectores se comprometan con un contrato social sólido y sostenible, que favorezca a la mayoría de la población.
Finalmente, una democracia en la cual los procesos políticos son controlados por el poder económico se deteriora y se corrompe; pierde inexorablemente legitimidad. El papel de los medios de comunicación es crucial, para mantener un adecuado nivel de análisis político, de reflexión en la población; proveer efectivamente de información objetiva, completa y contrastada, en lugar de aprovechar y profundizar los bajos niveles de educación y de memoria de los ciudadanos, ignorando o propiciando que olvidemos muy rápidamente una serie de elementos constitutivos e inherentes al funcionamiento de nuestra sociedad, degradando el debate político y torciendo la opinión pública.
Estos procesos comunicacionales y políticos son frágiles y fácilmente manipulables; por ello, la percepción que se tiene desde fuera es muy válida; se nos considera democracias totalmente vulnerables; con una marcada inestabilidad estructural e institucional; que sufren además, por los elementos de carácter global mencionados, como son: la polarización, la ideologización extrema, el deterioro de los partidos y del sistema político, la violencia intracomunitaria y familiar, agudizadas en forma dramática, por el aislamiento forzado por la pandemia. Es indispensable tener una comprensión clara de todos estos procesos, para generar, como sociedad, respuestas en todos esos niveles y tratar de consolidar regímenes democráticos más sólidos y sostenibles.
Siempre será necesario recordar lo que pasó el 6 de enero de 2021 en Estados Unidos, porque nos muestra cómo incluso la que se consideraba como la sociedad más estable y sólida del mundo se puede tornar en vulnerable. En el 2008 se produjo la crisis financiera, inicialmente denominada como atlántica; la más brutal de los últimos ochenta años. El papel de los estados para salvar a los poderosos actores responsables de la misma y evitar el colapso de la economía mundial, es destacado. Más aún cuando frente al COVID, el activismo estatal para salvar empresas, evitar el colapso general del empleo e impulsar la recuperación económica, luego de salvar millones de vidas, constituye una tendencia predominante en el análisis económico en el resto del mundo. Pero en América Latina y particularmente en el Ecuador, se revive una ortodoxia ultra liberal en la política económica, que en todos lados está crecientemente cuestionada.
En el plano político, el 6 de enero 2021 mostró el nivel al que había llegado la degradación del sistema democrático norteamericano y la necesidad de dar respuestas en varios frentes, no solo para reducir los niveles de desigualdad. La mayor potencia económica global, con la mayor fuerza militar del mundo, adolece de fragilidades y prende alarmas, para no asumir como dada la vigencia de la democracia, así como para reconocer y analizar los procesos que están presentes, no solo en ese país, sino en el resto del mundo.
En ese sentido, siempre será necesario reflexionar cuáles fueron los factores que llevaron a ese intento de golpe de estado, y cuáles son los riesgos en juego. Si eso ocurre en Estados Unidos, debemos reflexionar todavía más seriamente sobre las perspectivas en el resto de países y en particular en América Latina.
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