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¿Por qué deberíamos leer a Proust?*

miércoles, octubre 27, 2021
'En busca del tiempo perdido' se desarrolla a principios del siglo XX, entre personajes de la sociedad parisina, mediante los cuales Proust expone de manera minuciosa el comportamiento humano
Tiempo de lectura: 4 minutos

Remitido por Juan de Althaus

En marzo del 2020, coincidiendo con el anuncio oficial de la pandemia, empecé a leer En busca del tiempo perdido. Sentí, por primera vez, la necesidad física de escapar; solo que, al igual que el resto del mundo, no podía ir más allá de las paredes de donde vivo. Tuve la suerte de tener a Proust al alcance de mi biblioteca. Él me rescató y me llevó en este viaje en el que me vi obligada a crear mi propia galaxia y a olvidarme de lo que pasaba alrededor mío.

Había querido leer a Proust desde el 2002, año en el que compré los siete tomos de dicha obra. Varias personas me sugirieron esta lectura en el pasado. Sin embargo, cuando les pregunté sobre qué la hacía tan especial, no me dieron una respuesta concreta, se limitaron a decir que me iba a encantar. En retrospectiva, hubiese querido que alguien me oriente mejor en cuanto a esa pregunta. Es por eso que hoy, coincidiendo con los 150 años del nacimiento de Proust, me gustaría compartir mi visión del por qué usted también debería de leerlo.

Leer a Proust es como leerse a uno mismo. Es sumergirse en el mundo de la conciencia humana y bucear dentro de ella. Pienso que a todos nos ha sucedido, más de una vez, alguna situación similar a las que él describe a lo largo de su novela. Tal vez en su momento, estas instancias fueron tan rocambolescas, tristes o patéticas que hicieron que nos reprimiéramos de compartirlas con alguien, por pudor o por temor a ser ridiculizados. Nada de lo que él describe es algo nuevo. No obstante, nadie ha disecado la condición humana como Proust a través de la literatura.

Aún existe el estigma de que leer a Proust es algo inalcanzable. O es demasiado largo, o es aburrido. Sin duda, la obra en mención es extensa y decidir leerla nos plantea un viaje interno que requiere de una gran voluntad y compromiso. Sin embargo, para los que piensan que En busca del tiempo perdido es pesado, no podrían estar más lejos de la realidad. Al contrario. En mi experiencia, ningún escritor me ha hecho reír tanto como él. No exagero cuando digo que me he reído a carcajadas en algunos pasajes. ¿Cómo podría catalogarse de aburrida una obra que en cada página contiene metáforas y frases dignas de ser subrayadas y anotadas por su profundo significado? A veces pienso que las personas que comentan eso nunca se han dado la oportunidad de leerlo, entenderlo y disfrutarlo.

Si acaso, la única parte difícil de leer a Proust es encontrar el tiempo para hacerlo. Es un desafío hasta para el mejor de los lectores leer 3000 a 3600 páginas, dependiendo de la edición. Lo considero un acto de fe hacia uno mismo, ya que nadie quiere empezar algo que de antemano piensa que no va a terminar. Y eso es todo lo que se necesita: decidir que va a leer los siete tomos de esta extraordinaria obra sin presionarse cuándo los acabará. El lector va a encontrar su ritmo perfecto, lo cual va a descubrir conforme avance en la lectura.

En busca del tiempo perdido se desarrolla a principios del siglo XX, entre personajes de la sociedad parisina, mediante los cuales Proust expone de manera minuciosa el comportamiento humano. Es una novela sobre el tiempo, la memoria involuntaria, la familia, el amor, el deseo, los celos obsesivos, la homosexualidad, la creatividad frustrada, la literatura, la música, el arte, las enfermedades, la política, París y su sociedad, Venecia y sus azucenas, los árboles, las catedrales, la orilla del mar, las estaciones de tren, entre muchas otras cosas. A lo largo de sus siete tomos se mencionan más de 250 variedades de plantas y flores, y 200 cuadros de pintores reconocidos. Proust amaba la naturaleza tanto como el arte.

Esta obra requiere de un lector atento para poder disfrutar de sus largas oraciones que, al principio, podrían intimidarnos, solo porque no estamos acostumbrados a ellas. Una vez que nos concentramos en estas largas frases, únicas en su género, y nos damos cuenta de que son parte del estilo de su escritura, nos hacen sentir como si estuviéramos nadando en una ola pacífica junto a ellas. Es a eso a lo que me refiero cuando menciono que me vi obligada a crear mi propia galaxia. Esta es una de sus bondades, ya que leer a Proust nos da la sensación de que solo el narrador y el lector existen, recordándonos a un amigo cercano que nos susurra al oído historias ya vividas por uno.

Más allá que toda obra bien escrita merece la oportunidad de ser leída, pienso que la motivación de leer En busca del tiempo perdido radica en la vigencia que esta tiene cien años más tarde. Después de leer a Proust no podré leer ni escribir con la misma visión del pasado. Mi mundo interno se ha enriquecido de manera acelerada. Proust me apoya a seguir reconociendo la grandeza y belleza dentro de situaciones que parecen insignificantes y no lo son, y me invita a regresar a entornos ya conocidos con un prisma distinto, para reinventarme a través de ellos.

Al cierre de este artículo me encuentro terminando el quinto tomo de En busca del tiempo perdido; en pocos días empezaré el sexto. No niego que tengo ilusión de llegar al séptimo tomo y leer el desenlace de este regalo literario. Sin embargo, me encuentro disfrutando del privilegio de leer esta novela sin presionarme con el tiempo. Si usted no ha tenido la oportunidad de leerla aún, le sugiero que lo haga. No se va a arrepentir. Y si ya ha tenido la fortuna de haberla leído, deseo que regrese siempre con alegría a esta maravillosa obra.

*Publicado en Ventanales 18

https://www.casagrande.edu.ec/revista-ventanales-ucg/

 

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