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Lo ‘neuro’ coronado

Juan de Althaus Guarderas
Universidad Casa Grande
jueves, octubre 7, 2021
Aquello que rompe los esquemas neurocientíficos deterministas es la angustia. Aquí el sujeto se pierde, deja de ser, se enfrenta a un vacío que lo simbólico no puede representar y que altera el cuerpo
Tiempo de lectura: 6 minutos

En los últimos años se ha ido generalizando la coronación de uno de los nuevos reyes de la cultura a un nuevo término: “neuro”. Muchos campos del saber han comenzado a rendirle pleitesía, prometiendo, como un emblema, que podría garantizar el carácter científico-objetivo de los postulados, ante la incertidumbre de la época. Pretendo introducir una discusión alrededor de esta tendencia, considerando que el psicoanálisis puede ofrecer algunas luces.

El concepto proviene de las llamadas “neurociencias”, cuyos avances investigativos, sin duda, han obtenido algunas aplicaciones, tanto en determinadas discapacidades como en enfermedades neurológicas, y en condiciones a tomar en cuenta para el aprendizaje temprano, entre otras. En el caso de los psicoanalistas, estos pueden recurrir a la medicación de los psiquiatras cuando son casos de mucha angustia, para así favorecer a que el paciente hable en las sesiones.

Sin embargo, se encuentra la dificultad de que las teorías cambiantes de este campo del conocimiento científico se extrapolan acríticamente a otros ámbitos de las ciencias humanas, produciendo un determinismo mecanicista y una reducción de la siquis humana al funcionamiento del cerebro. Como señaló Jaques- Alain Miller, se propone un neurosujeto (Laurent, 2018).

La psicología cognitiva-comportamental, así como varios psicoanalistas postfreudianos, se inscriben en esta perspectiva, cuyas antípodas las encontramos en el siglo XVII, en autores como Galileo, Descartes y Hobbes, quienes pensaban en el funcionamiento orgánico como una máquina que podía ser reparada. El psicoanálisis plantea que el ser humano es un cuerpo hablante que declara que ‘tiene un cuerpo’, al cual lo viste, modifica, cuida o no, pero que no “es un cuerpo”.

Las neurociencias buscan zonas cerebrales donde puedan localizarse los afectos, los pensamientos, el lenguaje, etc.; que definen como funciones diversas del cerebro. Presuponen que esas denominaciones de la época constituyen correlatos de grupos de neuronas, moléculas bioquímicas o conexiones bioeléctricas (sinapsis), a modo de un espejo. Este reduccionismo físico, genético y neurológico constituye un cientifismo, es decir, una extensión de un campo científico a otras áreas del conocimiento. Ya Freud había declarado como un delirio la base neuronal de la siquis humana. Tal como anuncia el título de la novena edición del congreso PIPOL 9 (2019), organizado por la Federación Europea de Psicoanálisis, “El inconsciente y el cerebro: nada en común”.

Antecedentes

Los antecedentes más antiguos son el perro de Pavlov, donde el experimentador engaña con su lenguaje al organismo del animal, sustituyendo a la carne por un sonido. Es estructural al lenguaje el engaño, en tanto tiene estructura de ficción, es equívoco por naturaleza, es antinatural y parasita el cuerpo. El experimento de James Olds y Peter Milner (1953), el cual producía estímulos eléctricos en una zona del cerebro de una rata, provocó, supuestamente, que el animal buscara siempre una esquina de la jaula (Yellati, 2020).

En ese sentido, se le puso una palanca para que con su pata se autoestimule, y la rata se dedicó todo el tiempo a bajar rápida y constantemente la palanca, al punto que dejó de comer y beber, y murió. Concluyeron que era un área cerebral de la recompensa y del placer, cuando una conducta se repite. El famoso “premio-castigo” condicionado, base de la psicología conductista que invita a producir placer en el aprendizaje; lo cual, en este caso, ¡vaya sorpresa!, conllevó a la muerte del animal.

El médico Eric Kandel (2018), premio Nobel de medicina en el 2000, en su libro The Disordered Mind, postula un determinismo genético cerebral, y que los factores sociales como el aprendizaje pueden modificar un poco la expresión de los genes y las conexiones neuronales; anticipa que los fármacos y las neuro-imágenes modifican el cerebro y este cubre todos los campos de la vida humana. Hoy las técnicas de escanear imágenes del cerebro explican todo, lo cual converge con la vigilancia social a través de imágenes de cámaras, con el prurito de la “transparencia”, un imposible a realizar.

En la misma línea, otros autores llaman abiertamente a la manipulación de la atención, del sueño y otras ‘funciones cerebrales’ para ‘maximizar la habilidad de aprender’, muy adecuado para la ‘maximización de las ganancias’ de la productividad del discurso capitalista. Sustancias como la dopamina serían ideales para ese propósito. Pero habría que preguntarse si no se goza con esas sustancias.

También las neurociencias proponen una unidad e identidad total del cerebro-sujeto, cuando el psicoanálisis sostiene que el sujeto siempre es un no-todo.

El Otro del lenguaje

Más allá, es interesante el trabajo del psicoanalista François Ansermet y del médico P. Magistretti (2006), quienes discuten una lógica de intersección entre la plasticidad cerebral y la plasticidad del inconsciente. Hacen una analogía entre la libre asociación de la cadena significante y las marcas sinápticas de la plasticidad cerebral, poniendo al psicoanálisis por delante de las neurociencias. Sostienen que estamos genéticamente determinados a ser libres, y Eric Laurent (2018) añade que genéticamente nos orientamos a estar alienados al significante. Es debido al gran Otro del lenguaje que el sujeto dividido podrá salir de su desorientación neurológica, aunque no excluye que hay trabas.

El sujeto se produce a partir de un encuentro contingente entre el ser vivo y el Otro del lenguaje hablado por alguien, donde se marca un goce singular de cada uno. Esto implica que el cuerpo humano es una sede del goce, de satisfacción pulsional, que no es controlable ni calculable como lo plantean las neurociencias. Por eso, la interpretación analítica tiene efectos incalculables de invención en un analizante. Es una respuesta de un sujeto dividido ante su propio goce irrepresentable.

La expansión de las neurociencias pretende dominar al organismo autómata, regido por una mente constituida de procesos digitales algorítmicos, donde el lazo social queda descartado; y eso tiene consecuencias. Desde esa concepción, por ejemplo, el aprendizaje es equiparable a modelos computacionales. Desde hace algunos años ya se está postulando el neuroconstructivismo, que propone ‘esculpir’ o ‘podar’ las redes neuronales en un “continuo proceso de estimulación sináptica”, para lo cual esgrimen modelos algorítmicos (Pelta, 2017). Proponen un entrenamiento por repetición de las ‘percepciones’. Los conceptos de Vigotsky y Piaget, como el de la zona de desarrollo próxima (ZDP), interpretable como el Otro del lenguaje y la cultura, quedan fuera de consideración.

Tanto en la educación como en la clínica del campo Psi, se busca moldear los cerebros humanos, considerándonos máquinas biológicas. Si algo sale mal, es porque hubo errores de conexión sinápticas o el cerebro tuvo fallas de fábrica, asuntos a corregir. Nos recuerda la película de Stanley Kubrick La naranja mecánica, en la que Alex DeLarge es sometido a una terapia de aversión, provocando que, cada vez que ve un acto violento, se produzca en él una gran molestia estomacal.

Estos mitos delirantes se ofrecen en instituciones como Singularity University, donde afirman que los cambios exponenciales llegarán a la “singularidad tecnológica”, donde las máquinas se autogenerarán, como en la saga de The Terminator, y que alimentan las teorías fantásticas del transhumanismo.

Este cientifismo de las neurociencias pretende universalizar de manera anónima los supuestos algoritmos neuronales programados. El ser humano es un modelo arbóreo al que hay que hacerle algunas podas para añadir nodos sinápticos. Excluye completamente la dimensión ética y moral del sujeto, lo que implica que da respuestas propias en direcciones impredecibles e inventivas a su goce singular y a la alienación del Otro. El ser hablante está marcado por la singularidad de cómo las resonancias del lenguaje tocaron su cuerpo, afincando un modo de gozar propio, construyendo un programa de goce que cada uno posee. Habría que pensar al revés, que son los significantes los que provocan cambios bioquímicos y de sinapsis en el cerebro.

¿En qué lugar queda la creatividad del sueño como invención del inconsciente? ¿Los lapsus, los errores, las equivocaciones —que es donde el inconsciente se abre— hay que considerarlos anomalías execrables del algoritmo cerebral?, ¿qué sucede con los circuitos pulsionales que, por más que se drogue o estimule el cerebro, siguen repitiendo la satisfacción que les es propio?, ¿qué sucede cuando una mujer histérica experimenta la ceguera y no tiene causa orgánica?

El lenguaje y la memoria no están en el cerebro, están topológicamente ubicados en el lugar del Otro cultural, social, que a su vez esta ‘adentro’ del inconsciente, como saber. Cuando se habla no es la memoria la que opera, sino que cada uno crea su propia lengua imprevistamente y en presente. Más aún, el inconsciente real, aquel que no deja de no escribirse, donde no hay orden ni ley, sobre lo cual nada podemos saber, salvo circunscribirlo con un borde, abjura de la ciencia que sostiene que, si hay ley y orden en lo real del inconsciente, y lo pretenden encontrar en las funciones cerebrales, funciones, que sea dicho de paso, son nombradas por significantes en base a una descripción clasificatoria externa del comportamiento.

Finalmente, aquello que rompe los esquemas neurocientíficos deterministas es la angustia. Aquí el sujeto se pierde, deja de ser, se enfrenta a un vacío que lo simbólico no puede representar y que altera el cuerpo. En la angustia sí hay certeza. Felizmente, ella nos despierta del sueño cientifista de que somos máquinas de funcionamiento asegurado y totalizante, y que calzamos dentro de la normalidad del mundo actual.

Referencias

Kandel E. (2018). The Disordered Mind. Farrar, Straus and Giroux.

Ansermet, F. y Magistretti, P. (2006). A cada cual su cerebro: Plasticidad neuronal e inconsciente. Katz Editores. https://doi.org/10.2307/j.ctvnp0kn5

Laurent, E. (2018). Lost in Cognition. Psychoanalysis and the Cognitive Sciences. Routledge.

Pelta, C. (9 de enero de 2017). Neuroconstructivismo y modelos computacionales del desarrollo sináptico. Investigación y Ciencia. https://bityl.co/8JtK

Yellati, N. R. (2020). Lo que el psicoanálisis enseña a las neurociencias. Grama ediciones.

Bibliografía

Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano. (s. f.). [Entrada de blog: anuncio del congreso PIPOL 9]. https://www.cdpvelp.org/pipol-9

*Psicoanalista practicante. Director de Publicaciones de la UCG y docente de humanidades.

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2 Comments

  1. Juan de Althaus Guarderas
    Juan de Althaus octubre 10, 2021

    Sería un aporte interesante que nos indique ¿por qué considera que el psicoanálisis abruma y consume a alguien? ¿Qué significa que no somos humanos perfectos sino perfectos humanos? Invito a una discusión ilustrada, argumentada, y no anónima.

    Responder
  2. Anónimo octubre 8, 2021

    Que no cunda el pánico!
    Que el psicoanálisis no nos abrume y no nos consuma…
    Lo único que debemos entender y aceptar es que no somos humanos perfectos sino perfectos humanos, simple, o no???

    Responder

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