Aunque pueda parecer pequeño frente a sus vecinos, lo cierto es que Ecuador es un país inmenso. Lo es por su rica variedad de ecosistemas, que se extienden entre la selva amazónica y la inmensidad del Pacífico, pasando por la cordillera andina. Aquí se encuentran volcanes activos y extintos como el Chimboranzo (el punto más alejado del centro de la tierra), el Tungurahua o el Quilotoa, que esconde una de las lagunas más espectaculares del mundo. Hacia el interior, Baños de Agua Santa y el espectacular Pailón del Diablo son la puerta de entrada al Amazonas, donde adentrarse y visitar parques nacionales como el de Yasuní. En la costa, la Reserva Ecologica Manglares Cayapas Mataje se abre al pacífico entre espectaculares manglares. Pero Ecuador no acaba en el litoral, y extiende sus maravillas naturales hasta las Islas Galápagos.
La niebla se deshace en jirones entre los árboles, cargados de líquenes y orquídeas, mientras el raro colibrí picoespada revolotea en búsqueda de flores de tacso y el oso de anteojos se alimenta de aguacatillos maduros. Mucho más arriba, a 4300 m, sobrevive el árbol de papel, cuya delicada corteza se deshace en finas láminas.
Es un misterio la existencia de estos bosquecillos aislados, los más altos del mundo, que en algunos lugares de los Andes escalan hasta cerca de los 5000 m. Son pocas las palabras para describir los paisajes y emociones del primer contacto con el Chocó Andino, reserva natural situada a 30 minutos por carretera de Quito, la capital de Ecuador y el punto de partida para visitar uno de los países con más biodiversidad del mundo.
Calles adoquinadas y fachadas donde contrasta el blanco con la piedra se suceden sin fin en un centro histórico que transporta a épocas pasadas. Como cualquier mañana en la plaza de San Francisco: mientras pequeños y grandes corren para llegar a tiempo a la escuela o al trabajo, otros se sientan a dar de comer a las palomas en las originales escaleras cóncavo-convexas del convento del mismo nombre. A sus espaldas se alza un conjunto arquitectónico renacentista y barroco descomunal. En sus tres hectáreas y media se edificaron trece claustros, tres templos y un atrio, entre los siglos xvi y xviii. Ante tal derroche de arte, no sorprende que fuera la primera ciudad en ser declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad junto con Cracovia (Polonia), en 1978.
Pero Quito es mucho más que el renacimiento y el barroco de su patrimonio cultural. Es la ciudad que vio nacer, en 1919, al artista Oswaldo Guayasamín, quien recogió en sus obras tanto la injusticia social como la ternura. Su visión y sus obras se pueden admirar en la Casa Museo Guayasamín, la Capilla del Hombre y el Museo del Sitio.
Pasear y dormir a 2850 m de altitud, en Quito, permite aclimatarse con comodidad antes de emprender otros destinos de altura, nieve y fuego: los volcanes. La capital ecuatoriana está vigilada por el Pichincha, un volcán activo que tuvo su última erupción en 1999. Subir a la cima del Rucu Pichincha, de 4698 m, es una excursión relativamente asequible que ayuda a adaptar el cuerpo a la altitud y pone en contacto con los páramos y los volcanes. Para facilitar la caminata lo más habitual es coger el teleférico de Cruz Loma, volar por encima de la ciudad y aterrizar a 4000 m de altura. De aquí al pico nos acompañan el verde y amarillo de las gramíneas y el gris oscuro de las cenizas y las rocas volcánicas. Y el blanco de la nieve en los días más fríos. Vale la pena subir hasta Cruz Loma solo para contemplar la vista sobre la ciudad y las montañas circundantes. Eso sí, es mejor evitar los fines de semana, cuando las esperas en el teleférico se hacen interminables.
La estructura del centro de Quito no debe de haber cambiado mucho desde la visita, en 1736, de la misión geodésica francesa. Tuvieron un objetivo ambicioso que consiguieron demostrar: la Tierra está achatada por los polos. Para ello compararon la distancia de un grado de meridiano en Laponia con un grado en la línea ecuatorial, que pasa por el norte de Quito. Allí se sitúa, ahora, la Ciudad Mitad del Mundo, un lugar interesante para experimentar los diferentes fenómenos relacionados con la forma de la Tierra. Como el efecto Coriolis, que hace girar el agua en el agujero de un desagüe en el sentido de las agujas del reloj en el hemisferio sur y en sentido contrario en el hemisferio norte. En la línea del ecuador no gira. Mientras unos visitantes se asombran de este efecto dentro de uno de los museos, otros se fotografían en el exterior con un pie en cada hemisferio.
Unos 50 km al norte de Quito la Panamericana pasa por Otavalo, lugar que también visitó Alexander von Humboldt cuando visitó Ecuador a principios del siglo xix, interesado en el volcán Imbabura (4600 m). Esta es una buena cima para aclimatarse, así como el Fuya Fuya y las lagunas de Mojanda. Aunque Otavalo es una ciudad más conocida por su mercado artesanal, quizás el más grande de Sudamérica. Ponchos, bolsos, alfombras, hamacas y gorros de telas multicolores nos resultarán familiares, así como las largas cabelleras negras de sus gentes, los otavalos, presentes en todo el mundo con sus artesanías.
Más arriba de Pintag empieza el páramo y el mundo mineral y de hielo del Antisana. Y el hogar del cóndor andino, que se refugia en los riscos visibles desde la carretera. A primera hora de la mañana se los puede ver alzándose, con sus tres metros de alas desplegadas, trazando círculos en el aire en busca de alimento. El Antisana regala también la oportunidad de observar con relativa facilidad otras dos especies andinas, el venado de cola blanca y el lobo de páramo.
La Panamericana atraviesa a continuación las ciudades de Latacunga y Ambato y, de nuevo, se rodea de dos gigantes volcánicos. Al este se alza el Tungurahua, «garganta de fuego» en quechua (o quichua). Al oeste, el colosal Chimborazo, un volcán de 6263 m. A sus pies está Riobamba, ciudad donde Baltasar Ushca lleva más de 60 años vendiendo el hielo que extrae de los glaciares de la montaña. Se le puede ver en el mercado de la Merced. Aquí, entre el sonido de fondo de alguien que toca la clásica zampoña andina, unos ofrecen una variedad asombrosa de frutas tropicales, otros deliciosos platos locales.
El célebre Tren Crucero para dos veces a la semana en la estación de Riobamba. Se trata de la única línea férrea de Ecuador y ahora tiene un uso principalmente turístico. Atraviesa el país de norte a sur en un singular viaje de cuatro días, desde Quito hasta Guayaquil, la gran ciudad de la costa del Pacífico. No es necesario recorrerla toda. El tramo más espectacular es el de la Nariz del Diablo, 60 km al sur de Riobamba, entre las localidades de Alausí y Sibambe. La fuerte pendiente del terreno –500 m de desnivel– obligó a trazar zigzags en lugar de curvas. El resultado es un viaje de 12,5 km de vértigo.
Cuenca, ciudad de artistas con un centro histórico Patrimonio Cultural de la Humanidad, es una población tranquila que invita a pasear por los verdes parques que rodean los ríos Tomebamba, Yanucay, Tarqui, Machángara y Milchichig, entre edificios de estilo colonial y republicanos. Los primeros recuerdan a los pueblos andaluces, como las casas coronadas con tejas anaranjadas, paredes encaladas de blanco, balcones de madera o forjados y amplios patios interiores. Durante el periodo de la primera República (siglo xix) se construyeron algunos edificios con fachadas de ladrillo, como la neorrománica catedral. Entre las decenas de museos de la ciudad destaca el del sombrero de paja toquilla, más conocido como sombrero Panamá porque se elaboraron en grandes cantidades para los obreros del canal panameño, a principios del siglo xx.
La selva amazónica ofrece el mayor contraste al paisaje del altiplano. Resulta fácil desplazarse de Cuenca a Quito y de la capital a la selva de Cuyabeno o la de Yasuní. Estas áreas protegidas están atravesadas por los caudalosos Aguarico y Napo, respectivamente. Ríos que son como caminos que descienden de los Andes y que conducen a los poblados o hasta alojamientos escondidos bajo el dosel verde, como el complejo en el que me albergo en Cuyabeno, gestionado por una comunidad quichua.
Durante la jornada se realizan salidas guiadas en barca o a pie por el bosque en busca de especies animales y vegetales curiosas. Cuando el motor se apaga, solo queda el silencioso zumbido de la selva y el chapoteo de los remos. Cerca de la canoa, una nutria gigante (Pteronura brasiliensis) de casi 45 kg y 1,8 m de longitud comparte su pesca en comunidad, mientras que un delfín rosado (Inia geoffrensis) saca la cabeza del agua de vez en cuando. Ante la canoa el espacio se amplía por sorpresa. La lámina de agua de la laguna se extiende e, inmóvil, refleja perfectamente las palmas, las nubes rosadas del amanecer o el arcoíris de la tarde.
Texto original publicado en National Geographic
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