La dos mujeres, levantadoras de pesas, lo hicieron con un colorido pañuelo, cintillo o turbante que recogía su pelo rizado. Un accesorio que más allá de la comodidad ha sido visto en Ecuador como un símbolo para reivindicar el éxito de las mujeres negras.
Tras el triunfo de Dajomes, la primera mujer en la historia en dar un oro a Ecuador, la única mujer afroecuatoriana en la Asamblea Nacional (Parlamento), Paola Cabezas, escribió en su red social lo que su sobrina le dijo al ver a Dajomes en Tokio: “Tía, la campeona tiene nuestro pelo”.
“El tuit tiene una historia”, le dice Cabezas a BBC Mundo desde Quito.
“Yo tengo varias sobrinas. Una de ellas hace aproximadamente tres años y medio, con 11 años, me dijo que no le gustaba su pelo y que le gustaba el mío. Yo en ese momento utilizaba el pelo laceado. Ese día decidí cambiar en la familia estos patrones de belleza vinculados a la forma en que nos vemos como mujeres negras”.
El domingo, su sobrina de 5 años, orgullosa, se jactó de ver una campeona olímpica con su cabello, y la asambleísta sintió que la decisión de hace algunos años había sido la correcta.
Para Cabezas, muchas mujeres afroecuatorianas no son aceptadas en su trabajo porque el afro es considerado antiestético, sucio y sinónimo de pobreza.
Esto va mucho más allá de un tema estético y se incluye en lo que Cabezas llama una discriminación sistémica:
“El sistema excluye a las personas negras, las empuja a sectores donde no hay agua, donde no hay luz, donde no hay acceso de transporte; las mujeres afroecuatorianas tienen a vivir en sectores urbano-marginales y -con la pandemia- son las que más se han quedado sin un empleo adecuado”.
La poeta afrodescendiente Yuliana Ortiz recuerda a BBC Mundo que ella no pudo trabajar con su cabello afro: “Cuando trabajaba como profesora de Literatura en un colegio de secundaria no me dejaban ir con el cabello suelto, porque para ellos era estar despeinada. A veces a una mujer negra no la dejan usar trenzas porque se asocia lo negro a lo festivo. Nuestros símbolos, que pertenecen a nuestra cotidianeidad, son siempre asociados con lo carnavalesco”.
Jaqueline Gallegos, del colectivo Afrocomunicaciones, que intenta llevar las voces del pueblo negro a los medios de comunicación, señala que es muy difícil encontrar a una mujer negra “con esa estética, con ese cabello” en dichos medios.
Para la asambleísta Cabezas, quien comenzó su carrera como periodista, que su sobrina menor vea su propio cabello afro en una campeona olímpica, puede cambiar estos patrones:
“La gente necesita tener nuevos referentes y los medios de comunicación en Ecuador quedan debiendo mucho en ese sentido; las niñas, por ejemplo, si quieren ser periodistas, se preguntan cómo van a ser periodistas con esa nariz, con esa boca, con ese pelo, porque se construyen estándares de belleza que deben romperse”.
El 3 de agosto, ante las repercusiones generadas por los moños, o cintillos, o lazos, o pañuelos que llevaron Dajomes y Salazar en las pruebas olímpicas, Gallegos escribió en Twitter que no se trataba de nada de eso, sino de turbantes.
Gallegos le dice a BBC Mundo desde Quito que el turbante tiene un significado cultural, estético e incluso de clase propio de la identidad de mujeres afrodescendientes: es un símbolo de resistencia y de “reexistencia”.
“Entonces démosle ese valor. Porque ahora veo en todos los medios que dicen que la niñita mestiza de 2 años estuvo frente al televisor y quiere usar el moñito. No hagamos de este símbolo un fetichismo: que todos vayamos a usar el moño sin conocer el trasfondo, este símbolo tiene un significado y esa niña de 2 años frente al televisor tiene el derecho a conocerlo”, añade Gallegos.
Para la poeta Ortiz, estas expresiones como el pelo o los turbantes pasan a ser parte del folclore, en el mal sentido de la palabra:
“No es una moda, es que la gente negra tiene símbolos, como los indígenas y otras nacionalidades del Ecuador, y a mí me preocupa la apropiación de estos símbolos y la descontextualización: compras un turbante sin saber toda la historia de persecución”.
“Las mujeres negras comenzaron a utilizarlos no por voluntad propia, hasta cierto punto, sino porque se le prohibía mostrar sus cabellos y sus trenzas”, añade Génesis Anangonó, periodista del medio ecuatoriano Wambra.ec. “Parte de la resistencia de las mujeres negras fue conservar estos turbantes: todo tiene un significado, hasta en la forma en que se anudan”, explica.
La periodista considera que es muy probable que pronto se vendan estos turbantes, pero teme que ni siquiera se los compren a las mujeres negras: “Seguramente serán las grandes corporaciones, las grandes marcas, en una producción masiva”.
La diseñadora de moda ecuatoriana María José Ordóñez, quien ha denunciado en el pasado la apropiación de elementos propios de las culturas ancestrales ecuatorianas por parte de grandes marcas, cree que el problema sigue estando dentro del país:
“En la industria de moda local se hace poco énfasis en la indumentaria de las comunidades amazónicas y afrodescendientes. Sería increíble ver iniciativas en que se les haga partícipes a las comunidades durante los procesos de creación y no sólo se los tome como referente o inspiración”, le dice a BBC Mundo desde Nueva York.
Tras la medalla de Dajomes, la periodista Anangonó priorizó la condición de la deportista de mujer afrodescendiente, hija de refugiados colombianos y de origen humilde.
“Yo soy periodista, pero también una mujer afrodescendiente que se nombra desde la negritud. No puedo contar esto separándolo de lo otro. Porque tenemos una primera medallista dorada en Ecuador, pero esa mujer también es negra“, le dice Anangonó a BBC Mundo desde Quito, y añade que pocos medios locales destacaron esta condición.
“Ninguno de los titulares de la prensa, y creo que tampoco el cuerpo de las notas, hablaban de que son mujeres negras, esta identidad se invisibilizó; sin embargo, estas identidades sí son retratadas en los medios cuando se trata de lo malo”, por ejemplo, en las páginas policiales de los diarios.
La pesista Tamara Salazar, quien logró una medalla de plata, proviene de un territorio ancestral que se llama Valle del Chota, en Pusir.
Pusir, le dice a BBC Mundo desde Quito la antropóloga Marisol Cárdenas, es “una comunidad ubicada en la provincia de Imbabura, está sólo a 3 horas y media de Quito, pero con condiciones totalmente desfavorables en cuestión de salud, educación y comunicación“.
La situación de provincias amazónicas como Pastaza, donde nació Dajomes, tampoco es muy diferente.
Jaqueline Gallegos, del colectivo Afrocomunicaciones, coincide en que la población afrodescendiente ha sido históricamente ignorada en Ecuador:
“Somos el pueblo con el menor acceso a la educación secundaria y universitaria, y a los trabajos formales. Si el índice de desempleo actual está en el 35%, las mujeres negras nos encontramos en el 50%”.
Para la periodista Anangonó, las dos medallas de las pesistas no cambiarán a la sociedad en su conjunto, pero tendrán una influencia dentro de la población afrodescendiente ecuatoriana, que supera el 7% de la población del país:
“Tenemos a las mujeres más fuertes del mundo. Y son mujeres negras las primeras en ganar medallas para el país que constantemente las discrimina”.
Yuliana Ortiz, por su parte, sostiene que Ecuador “siempre está ahí para celebrar porque es una estrategia política generar y fomentar la ecuatorianeidad”, pero que es muy difícil para las mujeres afrodescendientes identificarse con esa idea de país.
“Para nosotros tiene mucho más valor que simplemente contar las medallas y ver qué lugar ocupamos en el medallero”, dice la activista Jaqueline Gallegos, y añade:
“Lo que yo sé de mí y de mi cultura lo he tenido que aprender por fuera de todo este sistema de educación formal. Y cuando veo a Neisi y veo a Tamara, sé quiénes son: son esas mujeres que nadie va a someter y pienso que está en la sangre. Venimos de resistir todo el tiempo y tal vez no estaríamos hablando de esto si ellas no ganan una presea”.
Texto original publicado en la BBC
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