Un video se ha hecho viral en las redes sociales: una mujer reclama al repartidor del gas por el ruido. No estaría demás el reclamo, por la contaminación acústica que tienen sus causas en el tráfico automovilístico, el tráfico aéreo, las obras de construcción, la restauración y ocio nocturno, los animales, entre otros. Aparte de la bulla generada por los parlantes que se encienden hasta en las urbanizaciones privadas y sus fiestas clandestinas.
Lo viral del caso es que la señora que reclama airadamente al conductor le dice que no está en La Marín (centro de Quito), Guajaló o Guamaní (sur de la ciudad). Una especie de menosprecio a esos sectores, solo porque vive en una urbanización privada. El sur es el principal foco de actividad económica de la ciudad, donde se levantaron industrias que son icónicas no solo de la capital, sino del país, y donde sus industriales y empresarios se sienten cómodos. No es nada raro verlos en el parque Las Cuadras todos los fines de semana compartiendo con la gente.
La calle J es única en la ciudad, muchos cierres de campaña de las últimas elecciones presidenciales tuvieron su eje ahí, al igual que el centro donde su punto nuclear está en La Marín, desde donde se transportan día a día miles de personas desde la Estación de Transferencia.
El desprecio a sectores de la ciudad, solo con el afán de menospreciar a un carro repartidor de gas, dice mucho de la clase de sociedad que estamos construyendo. No hay el respeto al otro.
La canción del gas que acompaña a los carros repartidores, además, sirve más a las urbanizaciones privadas que lo necesitan para sus calefones. Y es preferible escuchar esa melodía a la del tráfico vehicular. Es preferible despertarse con ese sonido, que es un medio de subsistencia de muchas personas, que con las noticias de los reclamos airados de personas de urbanizaciones privadas que creen tener más derechos que los otros.
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