Siempre hablamos de la importancia de trabajar la autoestima, e incluso hemos reconocido en nosotras mismas algunos -o muchos- rasgos del síndrome de la impostora, pero en general, no prestamos la atención que se merece la autoconfianza. Sí, en un primer lugar podría parecer lo mismo que la autoestima, y efectivamente tienen puntos en común, pero en realidad no son la misma cuestión. La autoconfianza tiene que ver con nuestra percepción de nuestras capacidades, de cuánto creemos que somos capaces de hacer y la seguridad que mostramos en nosotras mismas, por eso, tener una alta o baja confianza puede afectar a nuestro desempeño laboral o académico, así como a la consecución de nuestras metas u objetivos. La psicóloga Mariló Pérez García, de Grupo Laberinto, nos da las claves para identificar si este es nuestro caso y las pautas -con una guía ilustrada- para mejorar en este aspecto.
Tal como ya hemos dibujado al principio, no son exactamente lo mismo, aunque sí suelen estar relacionadas la una con la otra. Según explica la psicóloga, “la autoestima tiene que ver con la valoración que una persona realiza de sí misma, engloba todos los ámbitos de la vida y se relaciona con la imagen que formamos de nosotros mismos y con el grado en el que reconocemos y aceptamos nuestras virtudes y nuestros defectos. Mientras tanto, la autoconfianza en uno mismo consiste en la apreciación que tenemos de nuestras capacidades para alcanzar una meta y conseguir el éxito en un contexto determinado”. En resumidas cuentas, la primera “tendría que ver con cómo nos valoramos, con cómo nos sentimos con respecto a nosotros mismos, mientras que la segunda se relacionaría con aquello que creemos poder hacer a través de nuestras habilidades y capacidades”.
Seguro que la mayoría de las personas podemos trabajar un poco más en la confianza que depositamos en nosotras mismas, pero para identificar si realmente tenemos una falta de autoconfianza, hay varios indicadores claros: “Tener pensamientos negativos recurrentes sobre la propia capacidad para hacer las cosas, como por ejemplo ‘seguro que no me da tiempo a entregar el proyecto’, ‘voy a suspender’, ‘los demás lo hacen mejor que yo’, ‘no lo conseguiré’, entre otros”, señala la psicóloga. La comparación de nuestras habilidades y capacidades con las de otras personas o pensar que los demás son superiores son, asimismo, claras señales de una baja autoconfianza, mientras que “tender a pedir ayuda en exceso a los demás y, si se consigue un logro, atribuirlo ‘a la suerte’, en vez de a tu esfuerzo y capacidad”, pueden ser otros síntomas.
Podríamos pensar, por lo tanto, que una falta de confianza puede relacionarse también con el llamado síndrome de la impostora, aunque no son exactamente lo mismo. Tal como explica Mariló Pérez, “consiste en experimentar un malestar recurrente asociado a la creencia de no merecer el lugar o los reconocimientos que se te están otorgando, en el ámbito laboral, académico o social. Suele aparecer en profesionales exitosos o en estudiantes con excelentes notas. Por tanto, tiene que ver con el valor que la persona se otorga a sí misma dentro de un ámbito, con no ser capaz de reconocer sus virtudes y atribuirlas a sí misma, por lo que puede relacionarse con una baja autoestima y un pobre autoconcepto”.
Teniendo en cuenta que se trata de no sentir una seguridad sobre nuestras propias capacidades y aptitudes, es lógico que esta actitud o pensamientos negativos puedan repercutir en nuestro trabajo o estudios. La experta de Grupo Laberinto nos lo confirma, apuntando que “puede llegar a crear un círculo vicioso como el siguiente: mantengo la creencia de que ‘no podré hacerlo bien’, que influye en mi estado de ánimo y a su vez en las acciones que llevo a cabo, por ejemplo, implicándome o esforzándome menos de lo que lo haría si creyera que puedo hacerlo. Esto hace más probable que finalmente no logre lo que me propuse, por lo que mi pensamiento de ‘no podré hacerlo bien’ se habrá visto confirmado, minando aún más mi autoconfianza”. Asimismo, la especialista señala que nos puede afectar en otros campos, en especial a nuestro estado de ánimo, “generando sentimientos de inutilidad o inferioridad, pudiendo repercutir en la autoestima”.
Evidentemente, ningún sentimiento proviene de la nada, sino que suele estar provocado por nuestro entorno y nuestras experiencias desde una edad temprana. De este modo, lo más probable es que desde pequeños nuestra confianza se haya visto minada paulatinamente, pues “la forma en la que nos valoramos a nosotros mismos y a los recursos y capacidades de los que disponemos se asienta en las creencias que formamos sobre nosotros desde la infancia. Se van gestado en función de nuestras experiencias y de los mensajes que recibimos del exterior a través de las interacciones que tenemos desde que nacemos”, indica la psicóloga. La experta también confirma que en este sentido, todo cuenta, desde la forma en la que nos han hablado nuestros padres o profesores hasta nuestros amigos, o incluso “la mera forma en la que nos han mirado tiene una relevancia fundamental en cómo posteriormente nos hablamos y nos miramos de adultos”.
Así pues, si nos han hablado y tratado bien, dándonos mensajes de aliento o seguridad, interiorizaremos esas ideas y desarrollaremos una mejor autoestima y confianza. Por el contrario, la experta de Grupo Laberinto advierte de que “si nuestras figuras de apego nos han hablado con elevada exigencia, con dureza o incluso con desprecio, iremos formando la idea de que no somos valiosos y de que no tenemos los recursos suficientes como para ser personas competentes. Todos estos mensajes negativos sobre nosotros mismos los vamos interiorizando a lo largo de nuestro desarrollo, de forma que es posible que empecemos a hablarnos como nos han hablado, a tratarnos como nos han tratado y a darnos el valor que nos han dado. Si ocurre esto, es importante poder comprender nuestra historia de vida, y saber de dónde vienen para poder cambiarlos, lo cual puede realizarse a través de una terapia, consiguiendo un apego adquirido mucho más seguro”.
Mariló Pérez nos da algunas pautas que, además de acudir a un especialista, nos pueden ayudar a mejorar esa autoconfianza y proyectarla hacia el exterior:
Modula tu lenguaje corporal de forma que demuestre más confianza en ti misma. Trata de mostrarte erguida, con una postura relajada y abierta. Del mismo modo, empieza a comunicarte con asertividad en lugar de con inhibición. Utiliza un tono de voz adecuado, ni muy bajo ni muy elevado, evita usar muletillas como ‘eh’ o ‘mmm’, haz pausas que te ayuden a mostrarte serena y muestra tus ideas de forma clara y firme.
Identifica tus pensamientos negativos y trata de cambiarlos por otros más adaptativos. Por ejemplo, pasa del ‘no podré hacerlo bien’ al ‘intentaré hacerlo lo mejor que pueda’.
No te castigues si cometes algún fallo, tómalos como una manera de aprender. Por el contrario, reconócete y refuérzate con cada logro que consigas. Además, evita compararte con otras personas, cada uno tiene sus capacidades y limitaciones y, cuando nos comparamos, tendemos a magnificar las capacidades de los demás y minimizar las nuestras.
Practica y gana experiencia en aquel área que quieras desarrollar, ya que cuanto más competente te sientas, más confianza podrás tener en ti misma.
Si aún con estos consejos, no sabes por dónde empezar a trabajar tu confianza personal, la psicóloga recomienda dos ejercicios sencillos que puedes poner en práctica:
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Texto orignal publicado en la revista VOGUE
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