A poco más de un año de vivir en pandemia por el Covid-19, la población no se acostumbra todavía a las restricciones y a los cambios en el estilo de vida que esta enfermedad ha ocasionado. Los Gobiernos tanto estatales como locales se han esforzado por implementar disposiciones que de alguna manera frenan la propagación del virus, a pesar de ello poco a poco se ha logrado enfrentarse a la desobediencia ciudadana de muchas fiestas y reuniones clandestinas, que incumplen las normas de distanciamiento establecidas para evitar contagios.
La pandemia es algo totalmente nuevo, sin precedentes para la población joven, quienes son los que en su mayoría han infringido las disposiciones de no hacer reuniones o fiestas. Las personas mayores de 60 años, por su parte, han vivido otra realidad y posiblemente pasaron situaciones graves, como enfrentar algún otro tipo de pandemia o de confinamiento en años anteriores, lo que contrasta a las nuevas generaciones de entre 18 y 25 años. La mayoría de las personas que asiste a este tipo de lugares donde hay mayor aglomeración son adolescentes y adultos jóvenes.
Es una situación repentina, que va en contra de la naturaleza humana, el hecho de que no puedan salir libremente a donde desean y reunirse con quienes escogen. Si bien es cierto que crecen en una sociedad y están obligados a obedecer normas y hábitos, la naturaleza humana radica en el hecho de que las personas anhelan su libertad y que no les gusta cambiar su modo de vivir por requerimiento de otros.
Los seres humanos somos seres de costumbres y en los últimos años hemos vivido en una aparente libertad y con la capacidad de decidir a qué hora salgo, a dónde voy, con quién me reúno; ahora ese tipo de costumbres son reguladas por una autoridad, era común en el caso de los niños y adolescentes que esta regulación venga de sus padres, o alguien de su entorno familiar, pero no por agentes externos al círculo familiar. Se presenta naturalmente una resistencia del ser humano al cambio, porque no es agradable para las personas modificar sus hábitos.
Al inicio de la pandemia se establecieron medidas estrictas para frenar el avance del virus a escala mundial, se sometió a las personas a una cuarentena forzada y posteriormente a medidas muy restrictivas que debían incorporarse a la vida diaria y esto presentó resistencia no solo en Ecuador, sino en todos los países.
Muchas personas no acataron las disposiciones en Latinoamérica; esto quizá ocasionado por características propias de los latinos, como el hecho de sentir la cercanía de sus pares con abrazos, besos, entre otras muestras de afecto. En Norteamérica y Europa podría decirse que fue más sencillo que cumplieran con las normas de restricción debido a sus características culturales, lo que les pudo ayudar a manejar más fácilmente este cambio del distanciamiento.
En medio del brote del Covid-19 atacó también una ola de desinformación y fake news, lo que causó desconcierto en las personas; ni el Ministerio de Salud ni la Organización Mundial de la Salud fueron capaces de informar claramente la situación vivida.
En el Ecuador el rango de edad de la población que realizan fiestas es desde los 18 a 25 años; buscan organizarse en grupos con sus pares y salir de la rutina implementada. Lamentablemente no hay una entidad confiable para informar sobre la situación; debido a sus contradicciones perdieron credibilidad. Eso empeoró el nivel de confianza y dejó a los jóvenes y adolescentes sin la forma de enfrentar este miedo natural a lo desconocido. No se pudo canalizar el miedo natural de las personas a la pandemia. No existió una campaña de socialización ni acompañamiento en la capacitación.
Así como en las empresas, se necesitan personas expertas en la gestión de cambio que presenten varias estrategias para sus empleados, en el ámbito público es necesario replicar este modelo; la población debe involucrarse, para no ser parte del problema sino de la solución.
Si bien los expertos trataron de manejar la situación, esta se salió de control y afectó incluso a los mismos expertos, por esta razón no se trató de forma adecuada la situación y provocó este tipo de comportamientos. Por ejemplo, en la bahía de Guayaquil las personas se aglomeraban para realizar ventas, pasa algo similar en lugares públicos y malecones. En los servicios de transporte público es normal observar aglomeración de personas ya que esto forma parte de la cultura y de la vida cotidiana.
Es necesario ofrecer alternativas a las personas obligadas a permanecer de alguna forma en las aglomeraciones, como los comerciantes que viven al día vendiendo sus productos en las bahías o mercados, o jóvenes que buscan reunirse para hacer deporte o alguna otra actividad.
En otros países se ofrecen eventos virtuales, para que a la gente joven no le sea tan difícil acatar las disposiciones biosanitarias.
La información que circuló en el transcurso de la pandemia fue confusa. Los jóvenes imaginaron que el virus afecta solo a mayores de 65 años, luego se afirmó que las personas afectadas van de 50 años en adelante y hasta se dijo que el Covid afecta más a hombres que a mujeres. Toda esta información generó un impacto en la población. La información fue incongruente y generó inestabilidad.
Es necesaria la consistencia en las informaciones dadas por las autoridades y organismos de control. La población necesita ver seriedad en el control ejercido de forma igualitaria en la ciudadanía, sin distinción de clase social o económica, no por si vive en un lugar privilegiado económicamente o en su opuesto. La implementación de sanciones económicas a los organizadores de eventos o a los dueños de las casas en las que se hacen las fiestas son clave.
Las medidas para detener la expansión del virus por parte de los gobiernos locales no han sido bien recibidas por la población, un caso es el del alcalde de Quito, quien ha propuesto a las personas someterse a un confinamiento voluntario, pero esta alternativa no tiene muchos adeptos.
Las regulaciones no deben ser tan restrictivas y tampoco permisivas en la realidad; se debe procurar no ir a ninguno de los dos extremos; no es prudente dejar a la voluntad de las personas porque serán pocas las que cumplan y por otro lado restringir demasiado al punto de evitar las salidas y la circulación vehicular tampoco ofrece una garantía para el cumplimiento de estas disposiciones.
Como se vio en tragedias anteriores, como es el caso del terremoto de abril de 2016, el gobierno falló en su función de paliar las necesidades y reaccionó tardíamente; se pudo apreciar como organizaciones y grupos de voluntarios jóvenes unieron sus esfuerzos, tomaron iniciativas propias y se pudo proporcionar el oportuno socorro a las personas afectadas; de esta forma se puede involucrar a las instituciones públicas y privadas en propuestas para diseñar planes de emergencia.
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