Fue un acto de honestidad y sinceridad. Un mensaje que el Presidente Lenín Moreno transmitió al Presidente electo Guillermo Lasso en su primera reunión en el Palacio de Carondelet en Quito. No había las condiciones para dejar en cuatro años una mesa servida, luego de recibirla vacía. Pero al menos puso las bases para desmontar un Estado donde el Presidente se creía el dueño de todas las funciones del Estado, incluida la justicia, utilizada para perseguir y amedrentar en el anterior Gobierno.
Las relaciones con los organismos multilaterales dieron un vuelco de tuerca, al igual que las negociaciones comerciales para abrir nuevos mercados y consolidar lazos con los principales socios comerciales del Ecuador. No se podría decir que fue un trabajo fácil. Lo fácil habría sido mantener el continuismo de diez años de odio, de venganzas, de revanchas, de aniquilar al otro porque piensa distinto.
No puede haber una mesa servida en un país que vivió diez años de polarización; de un engorde del aparato burocrático del Estado para garantizar una fiesta de 24/7, con un endeudamiento galopante pese a tener precios del petróleo hasta de $150 el barril; la mayor bonanza económica.
Uno de los primeros pasos del nuevo Gobierno será encaminar al país a un reencuentro con la democracia, con la consolidación de un modelo donde no se apunte a vigilar y castigar, en palabras de Michel Foucault. Un país donde los concursos de méritos no se conviertan en un concurso de amigos y familiares; donde la ética y la moral del gobernante no se convierta en un dogma para los ciudadanos.
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