Cuando la incertidumbre y la desesperanza nublan cualquier intento de visualizar un futuro mejor, bien vale retornar a los valores que trazan la cancha para el ejercicio del poder y el funcionamiento del Estado, imponiéndose como fines innegociables de la sociedad; olvidarlos y negarlos nos condenaría indefectiblemente al atraso. El gobierno que próximamente dirija los destinos del país debe tenerlos muy claro.
Resulta interesante en este sentido recoger algo que Oskar G. Fischbach, jurista alemán, años antes de ingresar al partido nazi en 1933, exponía en su Teoría General del Estado: “El Estado es una situación de convivencia humana en la forma más elevada, dentro de las condiciones de cada época y de cada país”, “El Estado es una unidad teleológica (…) tiene que propulsar el interés común (bienestar colectivo) en contraposición a los intereses de los individuos o de determinadas clases”.
El Preámbulo de la Constitución de 2008 contempla que con profundo compromiso con el presente y futuro: “Decidimos construir (…) Una sociedad que respeta, en todas sus dimensiones, la dignidad de las personas y las colectividades”; el artículo 147.1., ordena que quien dirija el Estado tiene entre sus atribuciones y deberes: “Cumplir y hacer cumplir la Constitución, las leyes, los tratados internacionales y las demás normas jurídicas dentro del ámbito de su competencia”.
Esa filosofía y mandatos expresos trazan la ruta del próximo régimen, por esto la importancia de votar a conciencia en la segunda vuelta, y de elegir a quienes demuestren compromiso con los valores y normas fundamentales de nuestra comunidad política; que juren respetar la Constitución -que no es un simple formalismo ni una tradición democrática inútil-; recordemos cómo en el pasado reciente un mandatario de triste recordación no lo hizo, antoja pensar que temprana y osadamente anunciaba que las cosas se harían bajo el signo del despotismo, todo lo contrario a la democracia. (O)
Texto original publicado en El Telégrafo
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