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Costos económicos y en vidas de la revolución del 9 octubre de 1820

Juan de Althaus Guarderas
Universidad Casa Grande
martes, marzo 9, 2021
Los costos de la revolución son una revelación, tanto económica como en vidas. Es algo importantísimo para la crónica de la revolución de octubre, porque, primero, la hace más real y humana. Y, segundo, la convierte en un acto totalmente factible
Tiempo de lectura: 10 minutos

Entrevista por Juan de Althaus al Arq. Melvin Hoyos

El Arq. Melvin Hoyos[1]* ha contribuido de manera relevante a esclarecer los hechos históricos de la independencia de Guayaquil. Con ocasión del Bicentenario de independencia de la Perla del Pacífico, accedió a una entrevista para Ventanales, que reproducimos a continuación.

¿Qué nos puedes decir sobre los costos de los acontecimientos de la independencia de Guayaquil?

He obtenido en los últimos diez años una cantidad interesante de información que nos permite aseverar, ahora sí, sin ninguna duda, que la independencia de Guayaquil fue lograda gracias a que se pagaron los sueldos de los soldados realistas que quedaban impagos desde hace ocho meses, por culpa del virrey de Perú, Manuel Joaquín de la Pezuela, lo cual mantenía un estado de zozobra y desasosiego en el puerto.

Entonces, al enterarse los patriotas guayaquileños de esa particularidad, utilizaron los recursos de las arcas del cabildo, entregándole a Gregorio Escobedo cinco mil pesos de oro para pagar esa deuda que los soldados necesitaban desesperadamente; pero Escobedo se negó hasta saber cuál sería el desenlace de toda la situación. Finalmente, encontramos que, efectivamente, después del 9 de octubre de 1820, se les entregó el dinero, pero con la modalidad de bonos, y dependiendo de la jerarquía que tenía cada uno de los militares involucrados.

Ahora, ¿cómo se produce este hallazgo? Se inicia al leer un libro de Jerónimo Espejo, uno de los hombres fuertes de San Martin, quien estuvo en la batalla del Pichincha. Jerónimo era muy hábil escribiendo y publicó su libro en 1875, en Buenos Aires; en el cual descubrí un relato sobre estos 25 000 pesos que les debía el virrey del Perú a los soldados criollos. Aquí no estaban incluidos los militares españoles, lo que indica que el criollo era considerado de tercera categoría, y el español, nacido en la península Ibérica, de primera.

De esta manera, se produce esta fermentación social dentro del mismo ejército. Hay un libro que completó la información, siendo el hallazgo mayor. Forma parte de la colección de publicaciones que se imprimen en Perú, como homenaje a la batalla de Junín; compuesto de más de 92 tomos publicados entre 1975 y 1980. En Guayaquil, ni siquiera a Julio Estrada se le había ocurrido que podía existir allí información importante que nos concierna.

Esto sucedió, no porque se les durmió el diablo, sino debido a que Guayaquil dependía totalmente de los militares del virreinato de Perú, y en lo administrativo, del virreinato de Santa Fe (hoy llamado Colombia). Nunca se investigó esa documentación en el Perú. En todo caso, de los 92 libros que integran la Colección de libros y documentos referentes a la historia del Perú, 37 hablan de Guayaquil. ¡Esto sí es una locura! Yo descubrí dos, y cuando me di cuenta de que había la posibilidad de que hubiese más, me fui a Lima. Como tengo muchos amigos allí que también son coleccionistas de monedas, y algunos de cómics, me ayudaron a buscar en las librerías de publicaciones antiguas. Encontré los 92 tomos de la colección y me los compré. En ellos hay todo lo que tú no te puedes imaginar. Por ejemplo, hallé la transcripción del documento que se le hizo firmar a Gregorio Escobedo, en el cual acusa el recibido por la entrega del dinero, el 3 de octubre de 1820.

Entonces, hay dos tipos de costos de la revolución: el económico y en vidas. Lo anterior no está en ninguna narración que hayamos conocido en el pasado, ni siquiera en los últimos estudios que hizo Julio Estrada Icaza en los 80. Debido a eso, escribí algo para las Memorias porteñas (suplemento del diario Expreso); pero este tema lo he tratado más que nada en charlas y conferencias dictadas en estos últimos 30 días.

Los costos de la revolución son una revelación, tanto económica como en vidas. Es algo importantísimo para la crónica de la revolución de octubre, porque, primero, la hace más real y humana. Y, segundo, la convierte en un acto totalmente factible. Hay que recordar que Guayaquil intentará independizarse de España, teniendo un ejército de más de 1200 soldados acantonados en la ciudad, donde solo vivían unos 15 000 habitantes; y no poseía más que 200 hombres en el batallón de milicia; realizar un levantamiento hubiese sido un suicidio.

Buena observación lógica…

Ahora se logra entender qué sucedió. También encontré en aquella colección un documento que explica la razón por la que expulsaron a los tres militares del ejército realista: Urdaneta, Febres Cordero y Letamendi. No fue por qué eran simpatizantes de la idea libertaria, eso es mentira. En el tomo 27 descubrí que los despidieron debido a que habían estado liderando una rebelión en el batallón Numancia, ya que no les pagaban. El mismo problema sucedió con los Granaderos de reserva.

Estos costos económicos nos permiten ver por qué los Granaderos de reserva se inclinaron a favor de la emancipación de octubre, haciéndonos percibir que los acontecimientos sucedieron de manera más real, humana y factible. De este modo, desaparece un poco ese romanticismo de la revolución de octubre que estaba inserto en todas las crónicas sobre las cuales hemos venido hablando y escribiendo a través del tiempo. Obviamente, ese romanticismo se ha basado en la crónica de Villamil, que es más o menos copiada por Fajardo y Roca. Estas son tres historias, casi testimoniales, de la época de la independencia, pero no cuentan, por alguna razón que no se entiende —quizás por el deseo mal entendido de que se vea más épica la cosa—, del pago a los soldados para que estén a favor de la independencia.

Ahora sí tienen sentido los hechos de la independencia porque si no, debíamos seguir creyendo, de manera romántica, que Escobedo se dirigió a los soldados y los convenció para que escogieran luchar a favor de la libertad de América. Esto siempre me sonó excesivamente lírico y fue lo que me empujó a revisar los libros viejos y encontrar algún documento que señalara algo vinculado a cómo Escobedo aborda a los oficiales españoles de los grupos armados que llegaron acá desde Perú. Y, sorpresivamente, encuentro lo de Jerónimo Espejo y luego ir a buscar en los libros peruanos.

Pero, me faltaba una pieza del rompecabezas: ¿en qué momento les dieron la plata? Esto lo encontré también de manera fortuita mientras buscaba otra cosa en el libro La lucha de Guayaquil por el Estado de Quito, escrito por Estrada en los 80. Allí narra que la tropa se la reunió el 9 de octubre de 1820, a las once de la mañana, afuera de la casa del cabildo, para darles un reconocimiento por su ayuda, entregándose 100 pesos a los comandantes y capitanes; y bajando a 50 pesos para los de menor rango, hasta, finalmente, 20 pesos para la soldadesca. Haciendo un simple cálculo numérico, te da la cifra que le estaban adeudando a los soldados.

¿Ese dinero provino de los fondos del cabildo?

Claro, del dinero arrojado a las arcas del cabildo.

Pero el cabildo, en ese momento, estaba en manos de los españoles…

Sí, pero había existido un aporte de los guayaquileños, por lo cual, el 3 de octubre de 1820, ya le dicen a Gregorio Escobedo que la plata estaba lista. Esto ocurrió porque en las arcas del cabildo ya había 150 000 pesos que no se podían tocar sino hasta que se adueñaran de la ciudad los rebeldes. Después ese bono lo reponen de las arcas de cabildo, devolviendo la plata a quien dio el dinero. ¿Dónde encuentro el dato? En el libro de Camilo Destruge, La revolución de octubre, en el cual firmó con un seudónimo y lo llevó a ganar un concurso que convocó la Municipalidad.

Entonces, esa ficha que faltaba estaba en un libro que hemos leído todos durante años y nunca caímos en cuenta, por los antecedentes que estaban haciendo falta. Con eso quedó resuelto el tema del costo económico de la revolución.

Ahora, el costo en vidas es otro problema que se me hacía difícil de digerir. ¿Cómo es posible que hubiese muerto solamente una persona, el comandante Joaquín Magallar? Si bien es cierto que la mayor parte de los soldados en Guayaquil eran peruanos, también había militares españoles en grados de mayor rango.

En el 2010, Enrique Muñoz Larrea, bibliotecario de la Academia Nacional de Historia, encontró el archivo militar que contenía un documento sobre un consejo de guerra contra un soldado de apellido Salgado; porque este es uno de los firmantes de la independencia. Salgado no se quedó en América, se fue a España, donde alguien lo delató. Lo apresaron y le hicieron un consejo de guerra, sin embargo, tenía un aliado en Segovia, el comandante Francisco Martínez de Campos, segundo al mando con Elizalde, de la tropa de Granaderos de reserva; también estaba con Benito García del Barrio, comandante de Granaderos de reserva, habitando en su casa. Martínez es utilizado como testigo de descargo.

El testimonio que da Francisco Martínez de Campos de la revolución de octubre fue algo totalmente desconocido. El documento es de más o menos unas 24 páginas y lo descubren en el archivo militar de Segovia. Enrique Muñoz Larrea lo transcribe, lo trae a Guayaquil y lo hace imprimir por medio de la Academia Nacional de Historia.

Cuando leí con detenimiento el testimonio, descubrí algo que siempre había supuesto: que cuando Benito Gracia del Barrio iba a ser apresado, hubo una balacera en la que mueren más o menos unas 15 personas, tanto de un lado como del otro.

Es lógico que hubiera soldados españoles que no estaban al tanto del complot. A esos militares, por supuesto, Escobedo nunca les dijo que les iban a pagar sus sueldos atrasados, porque a ellos no les adeudaban ni un peso, solamente a los criollos. Lo mismo sucede cuando van apresar a Joaquín Magallar en el cuartel de caballería, donde también hubo bastantes heridos. Al final, la cuenta de muertos entre los dos lados ascendió a 28 hombres. Entonces, hay también un costo en vida.

Por lo tanto, los costos de la revolución, tanto económicos como en vidas humanas, son totalmente distintos a los que hemos venido leyendo, escuchando y viendo desde hace décadas.

En consecuencia, con este descubrimiento se hace la revolución de octubre mucho más real y, a mi juicio personal, más épica.

¿Por qué? Pues, si se perdió un poco de ese carácter épico al saber que se les pagó a los soldados de Granaderos de reserva y a los de la Brigada de artillería, también se ganó en ese carácter cuando supimos que no solo hubo un muerto, sino muchos. De esta manera, es interesante, porque le da un matiz totalmente distinto a esta historia.

¿Eso significaba que en 1820 la crisis de España era bien grave, ¿no?

Gravísima.

No tenían ni recursos para pagarle a su ejército…

Para nada. Estuve en un Zoom entre historiadores internacionales que fueron parte de un ciclo de conferencias que organizamos en la Dirección de Cultura de la M. I. Municipalidad de Guayaquil, cuando todavía yo era director, y allí participó el historiador Carlos Ortiz Otelo, de Perú, quien dijo que no solamente hubo este caso que yo había descubierto, que le complicó la vida terriblemente al virrey Manuel Joaquín de la Pezuela, sino también hubo otras deudas, entre ellas, a los administrativos. Obviamente, les pagaban solo a los españoles y a algunos de los colaboradores más cercanos de Pezuela.

Las deudas fueron generando malestar en los criollos, lo que condujo al fracaso de Pezuela, a quien destituyeron en 1821. Pensándolo bien, el no tuvo mayor culpa, pues no tenía los fondos para pagar.

Al principio, América apoyó a Fernando VII contra la invasión de España por los ejércitos de Napoleón Bonaparte. El movimiento del 10 de agosto de 1809 no buscaba la independencia, fue un apoyo a Fernando VII. Luego, el rey Fernando VII abandonó totalmente a América cuando volvió al trono, después de ser derrotado el hermano de Napoleón.

Entonces, este abandono del rey de todos los pueblos americanos, más el incremento de la carga de impuestos de una manera excesiva, terminó con el apoyo americano a la corona.

Los impuestos y toda una serie de medidas acumuladas desde las reformas borbónicas de 1780.

Por supuesto. Y, en vez de facilitarles la vida a sus súbditos y permitir, por lo menos, que siga funcionando la Constitución de Cádiz (1812), la rechazó completamente e irrespetó a quienes la aprobaron. Eso fue letal para América y para el poder de España sobre América.

Sí, porque si se hubiera mantenido la Constitución de Cádiz, los americanos hubieran tenido más libertad y autonomía, y no se hubieran planteado separase de España.

Así es, era una constitución muy bien estructurada, justa; una constitución liberal, típicamente francesa. Pero este rey, por el odio de no haberse salido con la suya en todo lo que pensó y lo que fraguó en contra de su propio padre, le salió el tiro por la culata. Ahí comienza toda la desgracia para el español entre 1815 y 1816, y el imperio se derrumba.

Es un asunto curioso la ceguera de Fernando VII…

Totalmente. Era ese tipo de reyes que realmente se sentía tocado por Dios, y creía que todo lo que manifestaba estaba bien dicho y que debía ser aceptado.

Por otro lado, eso favoreció en última instancia a la independencia.

A la independencia, solo Dios sabe cuándo nos hubiésemos independizado. A lo mejor, como Cuba, allá en el siglo XX.

Retomando el hilo, ¿la inversión que hicieron los criollos guayaquileños fue recuperada con los fondos del cabildo?

Claro, porque también existe un documento —en la publicación Colección de libros y documentos referentes a la historia del Perú— en el que consta que ellos entregan el dinero el 3 de octubre. Se sobrentiende que, al final, el dinero salió de las arcas del cabildo para devolverles.

Eso había que mantenerlo en secreto también.

Exacto. Creo que quienes tenían que entregar el dinero el 3 de octubre a Gregorio Escobedo, fue con la seguridad absoluta de que la plata iba a ser devuelta por el cabildo, y que él podía seguir diciéndoles a todos los soldados que se les iba a pagar ese dinero si peleaban a favor de la independencia.

También sabían que, de alguna u otra manera, San Martín ya estaba en Lima, ¿no?

Claro, es interesante cómo San Martín se entera el 11 de octubre que Guayaquil se independizaba, quien recibió la noticia de parte de Villamil, en la goleta Alcante. San Martín y Cochrane abandonan la idea de independizar a Guayaquil, puesto que este último relata en sus memorias de Lord Cochrane que tenían programado entrar a sangre y fuego a Guayaquil el 30 de octubre. Y le dicen al virrey Abascal: “Nosotros venimos con el poder de fuego intacto. Le sugerimos que se den por vencidos”. O sea, la amenaza era para presionar con el objetivo de firmar un armisticio, porque si no ocuparían Trujillo [situado en la costa norte del Perú] por las armas. Como consecuencia, el ejército realista acantonado en dicha ciudad se dio por vencido, sin pelear, a finales de noviembre de 1820.

Historiadores trujillanos me han dicho que, como consecuencia a la independencia de Guayaquil en octubre de 1820, sin ayuda de San Martín, es que luego él llegó con todo su poder de fuego a Trujillo, y les dio un ultimátum a los españoles que la ocupaban; y así independizó a Trujillo.

Todo este asunto esta concatenado; todas las revoluciones de América, básicamente las de la costa del Pacífico, unas son consecuencia de otras.

Claro, pero en ese momento San Martín no sabía lo que estaba pasando en Guayaquil.

No, nadie lo sabía. Todo fue mentalizado desde adentro.

Eso es interesante, porque no conozco otro caso parecido en toda América Latina.

No lo hay. Guayaquil es el único caso en América Latina, en la costa del Pacífico.

Es como si hubieran estado bien seguros, porque tampoco es que había mucha comunicación en esa época.

Así es, absolutamente, pero aquí convergieron las estrellas. Es una cosa de locura el hecho de que Escobedo le diera a conocer a los próceres guayaquileños que se adeudaba esa plata a los soldados. Ahí estaba la salvación, de lo contrario, no se hubiera podido independizar Guayaquil. Es decir, se hubiese tenido que esperar a San Martín y a Cochrane para que vengan y entren a punta de cañón, y murieran justos y pecadores, y la ciudad se independizaba, indudablemente. Iban a arribar con cuatro barcos, con gran capacidad de fuego y muchos soldados, como para que fuera una muy cruenta batalla, pero al final se hubiera liberado a Guayaquil. El costo hubiese sido elevadísimo.

Tomaron decisiones hábiles y oportunas ¿no?

Así fue.

Y les salió bien.

Si.

[1] Miembro de la Academia Nacional de Historia, de la Academia Nacional de Historia Marítima y de la Junta Cívica de Guayaquil. Fundador y presidente de la Confraternidad de Historiadores Camilo Destruge; miembro de numerario de la sección de Historia de la Casa de la Cultura, Núcleo del Guayas; exdirector de la Biblioteca y Archivo Municipal, del Museo Municipal y del Museo de la Historia del Deporte Ecuatoriano, reinaugurado por el Servicio Nacional de Gestión de Riesgos y Emergencias (COE) en 1999. Actualmente, director de la Unidad de Coordinación Histórica y Cultural.

Texto original publicado en el N.17 de Ventanales, revista de la Universidad Casa Grande:

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