Fue un día soleado de marzo que apareció la peste invisible. Se pensaba que allá se quedaría, en el lejano oriente, pero llegó arrastrada por el viento y comenzó a tocar las puertas de las casas. Muchos decían que nada tenía que ver con ellos, pero el coronado se multiplicaba rápidamente, allí, donde se encontraban los cuerpos parlantes en las horas festivas; cuando las carcajadas resonaban, el calor del beso estremecía, la palmada y el abrazo acogían los afectos de bienvenida.
Los planes, los sueños, las esperanzas que anunciaban un futuro acariciado de satisfacciones, se desplomaron en un abrir y cerrar de ojos, en un tris. La debacle se extendió por aquí y por allá, y sin duda, los no privilegiados se llevaron la peor parte.
Los grandes ideales que sostenían el combate en las grandes guerras, habían tocado la retirada hace tiempo atrás. La escasa solidaridad cambió de sentido por la pragmática que la condiciona, aquel “te ayudo para yo salvarme”. La inercia gozante de los fantasmas imposibilitaba consentir a las advertencias de la ciencia, y así se inundó el mundo del desborde de la palabra “incertidumbre”, ejerciendo la angustia su reinado de certeza. ¿Se puede hablar de un “incert-hom” hoy?
La incertidumbre baila entre lo simbólico e imaginario. La certidumbre, del lado de lo real. Hay la certeza que la vida de cada uno llegará a su fin, aunque se crea que será en un futuro incierto. Hay quien se siente absolutamente concernido de sus delirios paranoicos. La fijeza absoluta del adicto en cualquier cosa, repitiendo siempre su acto. El perverso no se queda atrás con la certeza inamovible del goce de sus objetos fetichistas y el satisfacerse con la angustia de los otros. No está demás decir que se constata con certidumbre que nunca se logra decir todo, siempre queda algo que no se logró enunciar.
La incertidumbre está del lado de los semblantes, del parloteo lenguajero, de las imágenes, de la música de los sonidos. En las civilizaciones y culturas de larga duración, el orden humano se lo sentía mucho más estable. Ya no es así. Las grandilocuentes identificaciones de la humanidad han enterrado la pica en Flandes. El “mundo líquido” de Zigmundt Bauman, la “era del vacío” de Giles Lipovetsky, la velocidad exponencial de los cambios tecnológicos, la proliferación de las religiones, el utilitarismo sin sentido, el hiperindividualismo, presentan un escenario de confusión y relativismo.
Pero detrás del escenario de las incertidumbres, se oculta una certeza: la angustia, que surge por momentos. Tal como lo señalaba Jacques Lacan (Lacan, 2006), es la que corona la excepción de los afectos y “emociones”. Es el único afecto que no engaña, ya que todo objeto común y corriente se le escapa, y entra en el campo de la certeza. Los elementos imaginarios, sustituibles al infinito, recubren la angustia, así como todo tipo de ficción subjetiva. Para Freud (Freud, 1974) era lo siniestro del inconsciente, como un huésped extraño, un alien enigmático. Puede originarse en base a la pregunta “¿qué es lo que el Otro quiere de mí?”, pero va más allá. Es un afecto a la deriva, no es producto de la represión. Es un presentimiento, en el sentido que está antes que cualquier sentimiento.
Lacan insiste en que la angustia está en el fondo del pozo de la subjetividad, es la vía regia hacia lo real, cuando “la falta viene a faltar”. La falta está ligada al significante, al deseo que se necesita realizar, al amor, como intercambio de ‘faltas’ (como dicen las canciones: “Tú me haces falta”). Pero en lo real, no hay carencia; a lo real no le falta nada.
La angustia es señal de la existencia de lo real imposible de decir, aquello que no deja de no escribirse. En el caso del niño, se presenta el malestar cuando la madre está omnipresente, no cuando se escabulle. Entre un hombre y una mujer, hay un fondo de angustia, porque no cuadran el goce y el deseo de cada uno.
La angustia perturba, ya que, cuando se levanta el telón, se siente que no hay nada, es como una señal de la desaparición del sujeto. Pero sí hay un objeto vacío que descarta a todos los otros objetos. A ese objeto, que no tiene nombre, Lacan lo logificó como objeto “a”, una constante lógica algorítmica que causa el deseo, que lo mueve, a partir de ese vacío que se intenta ilusoriamente colmar. En la angustia, el sujeto se identifica con el objeto “a”. Por eso, a partir de la angustia, se puede tomar cualquier orientación. Y esa es su verdadera sustancia: la función de causa.
Un acontecimiento externo traumático puede hacer tambalear el síntoma y los fantasmas del sujeto, como dejándolo desnudo de sentido y significaciones, abriendo la puerta a la angustia. Pero esta le sirve al sujeto para responder. Los esfuerzos para evitar esa pesadumbre se realizan siempre mediante engaños. Se actúa para evitar la certeza de la angustia, que muestra que los semblantes, la ley paterna y cualquier objeto sustitutivo, queda por fuera.
Si fuera puro vacío, el sujeto se hundiría en la parálisis y la muerte, pero como ese vacío es el objeto “a”, es una señal de que el movimiento del deseo es posible. El individuo se defiende, no contra la angustia, sino de aquello indefinido ante lo cual este malestar radical opera como señal de peligro. Luego, entra en la escena la emoción y el pasaje al acto o la acción, dando señas que un deseo es posible. Es un fenómeno de borde, cuando el “yo” se ve amenazado por algo que no debe aparecer. Así, se busca salir del pozo, usando alguna cuerda que lo anude, aunque sea un delirio.
En este sentido, como señala Jacques Alain Miller (Miller, 2007, pp. 89 y 92), la angustia lacaniana es activa, productiva. Así, en la psicosis, se trata de debilitar las certezas; y en las neurosis, envueltas en la duda, haciendo trabajar la incertidumbre dentro del marco de una certeza que atañe al síntoma, como modalidad de goce singular, la cual se constituirá en una certeza hipotética al final del análisis.
Como añadidura, cabe la pregunta: ¿estas consideraciones pueden ser de alguna utilidad para la pedagogía de las incertidumbres?
Referencias
Freud, S. Obras completas (1974). (Tomo VIII). Editorial Biblioteca Nueva.
Lacan, J. (2006). El seminario. La angustia. (Libro 10). Editorial Paidós.
Miller, J-A. La angustia lacaniana. (2007). Ediciones Paidós.
Publicado en el número 17 de la revista Ventanales de la Universidad Casa Grande:
https://www.casagrande.edu.ec/revista-ventanales-ucg/
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