Y esos años en una clase éramos casi cuarenta alumnas, parecían todas de la misma edad, en quinto de primaria. Y yo casi que olvidé el castellano que había aprendido en Santo Tomás. Mi hermano nos estaba haciendo conocer, nos estaba haciendo repetir palabras, pero creo que por encontrar la ciudad grande, de ver luces, de ver semáforos y casas con dos, tres pisos, creo que todo eso invadió mi cabeza y olvidé el castellano que ya había aprendido. Y un día, un sábado, el primer sábado, mi hermano nos llevó al cine, porque nos decía, <<En el cine también vamos a escuchar castellano y eso les puede ayudar.>> Había un cine Huáscar. Mi hermano nos llevó con todo entusiasmo a las dos que recién habíamos llegado a Cusco, no a mi mamá, porque mi mamá no quería y no era necesario que aprenda el castellano. Y en el cine nos desesperamos. Uno, porque lo cerraron todo, apagaron luces, y empezó ese ‘brrrr’. Era una película mexicana, y mi hermano pensaba que nos iba a gustar porque en mi pueblo también hay canciones, la gente toca guitarra, un poco eso es la tradición de mi pueblo. Pero antes de que empiece, recién estaban dando los trailers, y ya nos estábamos desesperando porque veíamos que la puerta la habían cerrado y que estaba oscuro y de rato en rato, como la pantalla y esos sonidos que había. Era una película de mucho ‘tatatata,’ balas, todas esas cosas. Le dijimos a mi hermano que no, que no íbamos a aguantar el sonido, el ruido a nuestros oídos, la pantalla, a nuestra vista y no ver a nadie, solo la oscuridad. Había mucha gente pero no podíamos verlos. Mi hermano, prudente, pese a que habíamos pagado la entrada, nos sacó. Claro, afuera se molestó, nos dijo, <<Tienen que acostumbrarse, ¿cómo van a aprender castellano?, así se aprende, ustedes tienen que aprender a escuchar.>> Mi hermano estaba molesto y triste pero igual tuvo la paciencia de sacarnos y regresarnos a la casa. Eso era una frustración para nosotros de decir, ¿cómo íbamos a vivir aquí, si ni siquiera podemos permanecer diez minutos, media hora en esos ambientes? ¿Qué va a ser de nosotras? Yo decía esos ruidos, yo no voy a aguantar, porque yo estoy acostumbrada a caminar así en el silencio, en la paz, durante siete horas. Yo no voy a aguantar acá esos ruidos que hay. Si eso va a querer mi hermano que vayamos para aprender castellano al cine, yo no voy a aguantar, yo nunca voy a querer ir al cine porque me da miedo, de repente ahí ¿qué nos hacen?
Para nosotras castellano no había. Lo único era lo que escuchábamos en la calle y en la escuela. Ahora en la escuela, por supuesto que acá las chicas en la escuela hablaban solo castellano. Escuchabas casi nada de quechua, ya cómo se habrán esforzado y habrán aprendido. Las carpetas eran así de metal y de madera, y cada dos teníamos que sentarnos así en una carpeta. Como sea yo buscaba sentarme en la última carpeta o sino un poco en el medio, para que cuando mi profesora hable y diga, <<A ver, tú, tú,>> yo me ocultaba, yo no estaba mucho a la vista de la profesora. Porque yo no estaba entendiendo o si estaba entendiendo no podía hablar. Por suerte siempre las chicas que estaban delante de mi eran más grandes que yo, me tapaban, un poco ocultándome de la profesora. No buscaba que mi rostro choque con su rostro. Porque temía, de repente me va a preguntar y yo no voy a poder contestar y se va a dar cuenta de que yo no soy de Cusco. Y de repente no me va a recibir en la escuela, me va a decir, <<No, vete a tu pueblo.>> Yo temía eso. Decía, ¿cómo voy a hacer eso? Mis papás, tanto hemos sufrido, el viaje, el vómito, yo recordaba lo que había vomitado, mi cabeza todavía daba vueltas. Los primeros días en Cusco era como que todo estaba dando vueltas, como que estabas caminando pero que estabas montado en una rueda porque tantos días en camión. Y yo decía, qué pena va a ser, de repente la profesora va a decir, <<Ustedes tienen que regresarse a su pueblo, tú tienes que regresarte.>>
Acá estando en Cusco no jugábamos, porque para jugar en Colquemarca tú salías al campo y estabas ahí libre, correteando, jugando. Acá para jugar mi mamá nos decía, <<No hay que salir a la calle, porque en la calle hay carros, en la calle hay gente que no les conoce a ustedes y de repente como ustedes no hablan bien el castellano, las pueden engañar, las pueden llevar.>> Estábamos solo el círculo: mi mamá, mi hermano y nosotras tres. Nadie más. Entonces en la casa igual hablábamos quechua, desde que llegábamos a la casa, desde recibirle el platito de comida a mi mamá, añay en quechua. Y mi mamá igual. Pero creo también que ese mismo hecho de que mi mamá no nos estaba forzando, no nos estaba obligando a que hablemos el castellano en la casa, sino dejaba eso que lo aprendan en la escuela, también nos hacía sentir mejor, porque en la casa podíamos conversar, cantar, todo en quechua. Pero no jugar. Y en la escuela tampoco no jugaba yo, porque los juegos también eran en castellano. Entonces ¿qué hacía? Un poco como para que la profesora con los niños no se dieran cuenta de mí, me entraba, me sentaba en algún rinconcito y estaba escribiendo la misma cosa, o sea, escribía para que nadie me diga, <<¿Por qué no juegas?>>, como decir, <<Está haciendo su tarea o algo estará haciendo.>> Pero era la misma cosa que repetía así. Estaba haciendo con mi manito garabatos y tratando de escuchar algo, pero me decía, <<¿Cómo voy a jugar si yo no sé como ellos correr en castellano? Todas esas cosas, no sé, voy a perder en todo.>> Y cuidaba eso de no ser el blanco, porque si se van a dar cuenta que sé quechua, me van a hacer como el patito feo, y no quería eso.
Entonces en los recreos también me sentaba en algún rinconcito, y buscaba rinconcitos, no buscaba el patio libre, sino buscaba rinconcitos donde la gente casi no pasaba. Yo decía, <<Qué pena, ¿cómo no hay en mi pueblo una escuela para poder jugar? Una escuela así completa. ¿Por qué me han traído acá? Porque acá no estoy jugando, no estoy caminando.>> Solo era la ruta de la escuela a mi casa, nada más. Y creo que eso hizo de que mi carácter sea seria, hasta ahora soy seria. Y mis hijas me reclaman, me dicen, <<¿Por qué no te ríes más? ¿Por qué no te ríes más?>> Pero yo dentro de mí digo, mi seriedad tiene su razón, porque si me reía de repente las niñas me hablaban en castellano y no hubiera podido contestar. Cada vez me encerraba más, y eso creo que ha influido en mi carácter, de ser muy reservada y no reír, no reír. El juego me cortaron, me corté yo misma. Jugando es que gritas naturalmente, ríes naturalmente. Eso creo que me cortaron a mí y como que hasta mi rostro cambió. Todo mi desarrollo creó que se cortó. Eso era lo que extrañaba, yo decía, <<Qué pena que no juego, que no grito, mi voz ¿cómo va a ser si solo estoy hablando así, bajito no más, no estoy gritando como en Colquemarca, cómo va a ser después mi voz?>>
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