Creía que en épocas de la pandemia (covid-19) íbamos a gastar menos tinta en publicar noticias o hacer análisis sobre la corrupción, lo cual resulta al revés, pues, ahora la prensa escrita, la televisión, la radio, las redes sociales virtuales y los analistas están desbordados comprendiendo con asombro de indignación la serie de denuncias sobre actos de corrupción que, desde la óptica humana, no se compadecen con el dolor, el sufrimiento y la desesperación de las personas que, ahora, en diferentes escenarios y condiciones, tratan de poner todas sus fuerzas para combatir al enemigo invisible llamado Covid-19.
En el caso de la curva que registra el comportamiento del número de casos de corrupción, lamentablemente, no se aplana -ni en momentos de la emergencia sanitaria-, más bien sigue firme con una seria tendencia al alza en todos los niveles del gobierno y, por supuesto, en contubernio con malos actores del sector privado; lo cual, es un indicador “escalofriante” sobre el irrespeto al dolor humano sentido por todo un país que se debate en medio de la dura incertidumbre que representa estar en una situación de aislamiento social obligatorio. En definitiva, los corruptos sinvergüenzas no sensibilizan que cada dólar robado quita, de a poco, la vida de cientos de seres humanos que, con esos recursos si no fueran saqueados, mejorarían la posibilidad de acceder a atención médica, medicinas, camas y equipos en el momento que lo requieran; pero, como los corruptos son unos desalmados, eso les importa es nada.
Frente a esta situación que lleva a afirmar que, metafóricamente, la corrupción es más peligrosa que el mismo covid-19, surge la interrogante larga y compuesta: ¿No comprendemos, cómo estos delincuentes pueden ir a dormir tranquilos robando el dinero de todos los ecuatorianos y, luego, cuando usan ese dinero mal habido, tampoco sabemos cuál es la tranquilidad y felicidad con la que lo gastan en la compra de productos que, en la mayoría de casos, serán suntuarios para alimentar su ego de sentirse poderosos robándole los recursos a una sociedad que, ahora más que nunca, los necesita para afrontar la emergencia sanitaria y la crisis económica acumulada que está en evolución y pasando una gran factura en términos de aumento del desempleo y los niveles de pobreza?
Ahora claro, los mecanismos de control -expresados en el marco legal e institucional existente y poco efectivo- por más cambios que se han hecho todavía no encuentran la vacuna efectiva para acabar con esta lacra social denominada corrupción, parece que la creatividad de los corruptos incrustados -a la hora de negociar con dineros públicos- tanto en el sector público como en el privado se está imponiendo, pues, son capaces de concursar ideándose -pero claro con la venia de ciertos funcionarios públicos cómplices- formas que uno diría cómo no les identifican y sancionan.
Entre las que están saliendo a la luz -aunque desde épocas anteriores ya se sabían- están, por ejemplo: con una misma dirección domiciliaria dos empresas o más que, aparentemente, son diferentes concursan dudosamente por un mismo llamado; la noche a la mañana determinados proveedores -con giros de negocio diferentes al fondo de la expertise- ofrecen productos especializados al Estado -casos de “publicistas” que de repente se convierten en oferentes de insumos y equipos médicos- y, por supuesto, son tan hábiles y consentidos que, sobre el engaño, la maldad y la sinvergüencería, ganan los concursos con precios superiores 3, 4, 5, 7, 8, 9, etc., veces más de lo que normalmente cuesta el producto proveído en el mercado -se tiene el caso de protectores oculares que llegaron a costar un 9 mil por ciento más que, sobre la base del sentido común -sin mayores estudios-, eso es un tremendo robo descarado-.
Algo que se debe resaltar, dentro del asombro y desconcierto humano de lo que estamos analizando, es que, muchos de estos brotes preocupantes de corrupción, tienen que ver -como en varias entrevistas anteriores lo dijimos- con el hecho de que determinados mandos medios y autoridades recicladas de la época del cóctel -despilfarro, ineficiencia y corrupción- son las que vienen incidiendo en buena parte de la operación gubernamental central y local actual. De ahí, lo que está sucediendo parecería no ser una casualidad. Por supuesto, también hay que sumar a ciertos nuevos funcionarios que, ilusionados por el dinero fácil obtenido gracias a las capacidades que van aprendiendo en una especie de Escuela de los Atracos Públicos -que parecería está enquistada en varias instituciones estatales-, activan, en medio de la emergencia sanitaria, la indolencia; pensando, únicamente, en cómo ganar, ganar y ganar más dinero sobre la base, por un lado, de sistemas de control débiles, y, por otro, de lentos procesos judiciales que, al final, terminan arreglando -ya que no recuperan el dinero robado- las finanzas familiares futuras de estos corruptos, aunque sea a costo del dolor humano que se vive con esta tormenta llamada “pandemia (covid-19)” que todavía está en evolución, en medio de incertidumbres de todo tipo.
Como elemento adicional que, ahora, también lo han reconocido el Contralor General y la Fiscal General del Estado, está la creación de instancias estatales que más que ayudar, más bien, con la duplicidad de funciones que ejercen, parecería terminan estorbando y obstaculizando los procesos de investigación y control que se llevan a cabo. Un caso de estos es la denominada Secretaria Anticorrucpión que, más allá del impacto comunicacional generado con su creación, poco ha respondido a las expectativas que estuvieron detrás de su fundación; un indicador de ello, es el número de secretarios que han rotado en poco tiempo; algo pasa ahí, en donde no hay permanencia y continuidad con el trabajo anticorrupción que supuestamente realiza y, más bien, a decir de la Fiscal General del Estado, el protagonismo sobredimensionado en redes sociales virtuales ha terminado, en determinados casos -esperemos sin una intención premeditada-, alertando a los actores involucrados en los procesos investigativos sobre casos de corrupción.
Y, este tipo de instancias estatales, además de su poca efectividad, a su vez, son destinatarias -para su operación- de recursos públicos que pertenecen a todos los ecuatorianos y que, en circunstancias actuales de una crisis económica acumulada y potenciada por la pandemia, más bien, deberían ser redireccionados hacia la cobertura de necesidades que van surgiendo en el espacio de la salud pública y de la alimentación de cientos de ecuatorianos que, por diversas razones, han perdido su empleo o, desde antes del covid-19, ya tenían serias dificultades de encontrarlo y no les quedó más que enrolar las filas de los subempleados o empleados inadecuados que, al final, terminan haciendo trabajos de baja calidad y que son los que, con el aislamiento social obligatorio, no pueden generar un solo dólar cuando tienen que quedarse en su casa para, así, apoyar a la batalla contra la pandemia global; mientras los corruptos -con maletas repletas de billetes constantes, sonantes y sucios-, luego, por su padrinos políticos, caminan campantes con traje, corbata y autos de lujo.
De ahí, en este escenario oscuro de la historia nacional, es contraproducente que, de los bolsillos ilíquidos de la población, se busque sacar dinero bajo el rótulo de “Ley de apoyo humanitario”; cuando, en todos los noticieros, se resalta que la plata del pueblo es, descaradamente, robada por los MISERABLES, SINVERGÜENZAS, MALDITOS ……… y no quiero seguir con calificativos más duros -expresivos de mi indignación– corruptos hipócritas que, hábilmente, convencen en las campañas electorales -que, a propósito, ya mismo se activan para las elecciones de 2021- de que, con traje de ovejas políticas blancas, van a ser “buenitos y solidarios” con todos las personas que habitamos, este nuestro querido Ecuador; cuando, en realidad, son unos lobos depredadores capaces de robar al mismo necesitado.
Frente a todo esta cloaca de la corrupción organizada, es clave -para combatirla de forma integrada- reconocer que la ciudadanía juega, también, un rol fundamental; en donde las redes sociales virtuales podrían ejercer su papel, eso sí, siempre y cuando, las denuncias que se hagan sean debidamente sustentadas con evidencias fuertes y no caer en ese mal de la comunicación instantánea actual llamado “noticias falsas”, ya que ahí lo que se estaría es afectando negativamente a la confianza que debe estar detrás de cualquier forma de vigilancia activa de los ciudadanos en pro de ayudar al cuidado de los recursos que es de propiedad de todos los habitantes de un país.
Al actuar de esta manera se estará contribuyendo a la ruptura de esos viejos paradigmas -presentes todavía en la mente de varias personas- expresados en frases como: “no importa que roben, lo importante es que están haciendo obra”, las cuales, al final de cuentas -por la incidencia de la habilidad discursiva y el show mediático y publicitario de ciertos políticos irresponsables y corruptos- no hacen más que ayudar a justificar el despilfarro, las ineficiencias y, sobre todo, la corrupción que interactivamente funciona entre actores del sector público y de las empresas privadas que buscan hacer negocios con el gobiernos central y los gobiernos autónomos descentralizados (GAD).
Desde el ámbito de la investigación y las resoluciones de la acción judicial, también, es importante que el tratamiento -para todos los casos sospechosos de actos de corrupción- sea equitativo, pues, sería inaceptable que la aplicación del peso de la ley esté condicionado al peso del respaldo político que pueden tener los involucrados. En la coyuntura actual llama la atención que, en ciertos casos -como fue lo sucedido en la Secretaría de Riesgos- las autoridades competentes fueron “rápidas y furiosas”, mientras que en otros casos -incluso uno último, en donde se ven maletas repletas de dinero en efectivo-, parece que se les acabó la “gasolina de la rapidez y la furia” y, más bien, su comportamiento pasó a un estado de lentitud y compasión; ojalá nos equivoquemos sobre esta percepción que, al final, lo que busca es pedir que la justicia desde su fase investigativa sea imparcial, sin ningún tipo de distinciones que puedan provenir del respaldo de padrinos ubicados en el poder político y/o económico del país.
Finalmente, dentro del proceso de eliminación de paradigmas incrustados en el pensamiento de varios de los integrantes de la sociedad ecuatoriana, es importante comprender que, todo acto por pequeño o grande que sea -en términos de los impactos financieros o no financieros que generan al “hacer el bien a los demás” (postulado aristotélico incluido en las reflexiones filosóficas sobre la ética), en última instancia -a pesar de que, muchas veces, se les tiende a clasificar como parte de la “viveza criolla” y con ello justificarles como parte de las costumbres presentes en la vida de los pueblos-, también, son actos de corrupción que, al ser desapercibidos -por su supuesta magnitud pequeña-, se van convirtiendo, con el pasar del tiempo, en el punto de partida -porque la gente, justamente, se acostumbra- de actos mucho más grande como los que, ahora, a propósito de las compras de emergencia se han disparado en cuanto a su expansión y contaminación en varias instancias del quehacer público, en donde, como bien lo resalta en varias de sus publicaciones Joseph Stiglitz -Premio Nobel de Economía- confluyen actores tanto del sector público como del privado.
Por esa razón -pensando en los desafíos futuros que van dejando, para la nueva normalidad, las vivencias actuales de la pandemia global-, el trabajo anticorrupción debe ser enfocado hacia todos los frentes -público y privado- que intervienen en una determinada transacción, en donde lo que sí se está jugando es la integridad y buen uso de dineros públicos y, por lo tanto, dineros que son propiedad de toda una nación que, permanentemente, deben ser administrados con mucha rigurosidad y honestidad; evitando de que, con todos los controles que se requieran, esos dineros no sean robados, como ya se dijo, a todo un país y, sobre todo, no se vaya convirtiendo -esa mala práctica- en una de las causas principales del debilitamiento de las bases de la “esperanza” -valor clave que, para cualquier nación, es el gran motivador metido en la mente y el corazón de su gente para seguir adelante en pos de la búsqueda un futuro nacional más justo, equitativo, productivo, solidario e inclusivo-.
Vamos ecuatorianos adelante que, trabajando de forma sinérgica y proactiva, difícilmente podremos ser vencidos; pues, como país, más son las fortalezas que las debilidades que poseemos, en medio de un entorno mundial que cada día, eso sí, es más complejo e incierto y, por lo tanto, para su enfrentamiento requiere ahora “más que nunca” de la creatividad colectiva de los más de 17 millones de seres humanos que, en su mayoría, somos buenas gentes.
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