Es de elevada importancia considerar las tasas de suicidios en adolescentes que se han registrado antes de la pandemia. Según los datos de la OMS, Más de 800.000 personas mueren cada año por suicidio, y esta es la segunda causa principal de muerte entre personas de 15 a 29 años de edad (OMS, 2014) y según los datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) indican que entre 1997 y 2016, un promedio de 191 adolescentes murió por año (INEC, 2016).
La tendencia a creer que es posible un aumento de las tasas de suicidio en general, y, sobretodo, de los más vulnerables como los adolescentes y niños tras la pandemia, es debido a que el confinamiento y la emergencia sanitaria mundial traen de la mano la incertidumbre que provoca sentimientos de impotencia, angustia, depresión y malestar en general.
El escenario actual en el que nos encontramos por la emergencia sanitaria nos ha ido ubicado en lo que hemos atinado llamar una “nueva normalidad”, pasando por vicisitudes que, en un escenario normal, son difíciles de sobrellevar para cualquier persona, como, por ejemplo, la enfermedad y el fallecimiento de un familiar o de alguien cercano, habría que pensar cómo cada uno ha logrado ir manejando estos mismos eventos dentro de una situación de aislamiento con el imperativo de distanciarse del otro, en momentos cuando más se requiere del otro humano para hacer más llevadero un momento de angustia y de dolor.
Por otro lado, el mero hecho del aislamiento que nos separa de las personas, los lugares y actividades, que de alguna manera sostenían nuestro interés y nos proporcionaban placer, de un día al otro tuvieron que cerrarse y alejarnos.
Ahora bien, hay que imaginar ¿Cómo vive y cómo responde a este mismo escenario alguien quien ya atraviesa por una crisis interna dada por diversos cambios de índole psicológico, biológico y social, por la etapa en la que se encuentra cruzando, la adolescencia? ¿Con qué responde ante un evento traumático externo cuando él mismo está atravesando una etapa decisiva de la vida?
El adolescente está sometido a una continua crisis, una transición turbulenta desde la infancia hacia la adolescencia en la que experimenta grandes cambios durante todo el tiempo que dure la misma, por esta razón, se lo puede considerar como un ser alterado por todos los cambios que vive, se lanza alegre hacia adelante en la vida, luego de pronto se detiene agobiado, se siente aburrido, pero luego, arranca de nuevo llevado por el impulso de la acción.
Los cambios que experimenta devienen abruptos y sobrecargados de energía que su psiquismo no estaría preparado para afrontar, y no se trata de que hay alguna forma de estarlo, más bien se trata de una etapa importante del desarrollo de la sexualidad que se relaciona con el encuentro con el otro sexo: las mujeres, los hombres, situación que no se vivía en la infancia.
El adolescente estaría muy ocupado pensando cómo se aborda a una chica o cómo se aborda a un chico, interrogándose acerca de cómo ser mujer o cómo ser hombre, siendo víctima de los encuentros y desencuentros que el amor trae consigo propios de no tener una fórmula exacta para obtener la “media naranja” y sentirse completo de una vez por todas y para siempre.
Es esto lo central que ocurre en la Adolescencia, que nos lleva a pensar que todo adolescente se encuentra en crisis en la medida en que está desestructurando y reestructurando tanto su mundo interno como sus relaciones con el mundo exterior visto desde otra perspectiva.
Es obvio que para todos, sin importar la edad, el confinamiento ha traído los más devastadores momentos en que hemos sentido acrecentar nuestra angustia por algún motivo, consecuencia del aislamiento, sin embargo, como vemos, el adolescente se encuentra en un transitar turbulento desde ya ¿Cómo va generando respuestas ante estos vacíos que experimenta?
El adolescente tiene como respaldo a su grupo de amigos ya sean del barrio o del colegio para lograr interpretar y dar respuesta de lo que pasa con él y con ellos, su grupo de pares. En esta etapa, ya no es suficiente lo que desde el discurso de los padres puedan decir sobre lo que a ellos les pasa. ¡Mi mamá no me entiende!, ¡Mi papá no sabe nada!
Entonces recurren a sus pares que por medio de identificaciones logran armar sus propios ideales, a veces cuestionables en otras ocasiones más constructivos, pero en fin son los que atraen porque se ofrecen desde otro espacio: el social, lo que está por fuera de la familia.
Y aquí vemos un factor de riesgo importante para el adolescente, que todo este proceso que hemos llamado de reestructuración, que es el tener que arreglárselas con la carga de la energía sexual (libido) que sería lo nuevo en la adolescencia, lo hace justamente en el ámbito social, con sus amigos, en salidas, reuniones, fiestas, y lo más básico, asistiendo al colegio, y son estas vías las que están cerradas. Desde esta lógica, el confinamiento trae consigo un cambio más al que el adolescente desprovisto de responder a su propia guerra interna, debe responder a esta contingencia externa perdiendo su espacio por excelencia para la socialización con los otros.
Así como debe hacerse cargo de su libido, también se manifiesta una tendencia agresiva, que al no ser canalizada, puede dirigirse contra él mismo. Cuando se dice que el adolescente tiene un empuje a actuar, se hace referencia a que hay una preponderancia en el adolescente por el hacer que por el hablar, es bien sabido, que el adolescente no habla de lo que le pasa con facilidad, es más propenso a pasar encerrado en su habitación a puerta cerrada, con audífonos a alto volumen como pequeñas puertas para sus oídos. Es así que se ve lanzado a traducir su mal-estar en actos que en palabras, “un portazo, vale más que mil palabras”.
Por toda esta situación es necesario considerar que sus manifestaciones y síntomas no necesariamente responden a un problema de base, a un trastorno psiquiátrico, son propios de un intento por recobrar la homeostasis que ha tambaleado fuertemente, de un día al otro, cuando se ordenó aislamiento. El aislamiento considerado como un evento traumático que irrumpió el sentido de la vida, que ya el adolescente se encontraba resarciendo.
Un punto importante de comprender es que cuando algo se convierte en traumático, es porque de eso no se puede dar sentido con las palabras, no se puede hacer uso de los significantes, entonces todo el esfuerzo se encuentra allí, justamente en la impronta de tener que “velar” de ponerlo en palabras a aquello que ha devenido como una irrupción y ha dejado sin respuesta, sin sentido, y es allí justamente, donde no hay palabras, que aparece un acto.
Así como también, es necesario considerar que las formas en que el adolescente busca este equilibrio interno, es con lo que mejor puede responder, sus comportamientos y emociones se arman a partir de lo que tiene a la mano para sostenerse en una “nueva normalidad”, en la que aún no hay una fecha de finalización.
Tratar de patologizar, diagnosticar y medicar a manera de respuestas dadas desde protocolos como si se tratara de una generalidad, es cerrar el espacio para que cada adolescente tenga la posibilidad de elaborar lo que le está ocurriendo o le ocurrió, ofreciendo un lugar desde donde puedan poner en palabras su dolor y analizar las posibles formas de arreglárselas con ello. Recordemos que en casa podemos tener la crisis de la adolescencia y/o un adolescente en crisis, y en ambos momentos hay sufrimiento de pérdidas transitorias pre-pandemia. Lo que corresponde es lograr momentos y formas adecuadas para que el adolescente pueda canalizar sus energías y elaborar sus pérdidas y dolor.
El adolescente se encuentra tramitando un momento muy delicado, se trata del duelo por su infancia, lo que lleva consigo un desprenderse de la mano de los padres porque afuera, hay otras demandas y exigencias que él debe cumplir para ser aceptado en la sociedad y ya no solo por su grupo familiar, este proceso es necesario atravesarlo para que conquiste la madurez.
Llegar a la madurez es haber adquirido una nueva manera de aceptarse, amarse y aceptar a los demás, recordemos que en este delicado momento, la imagen corporal se desarma, se trastoca y es necesario lograr vías de reconstrucción de la misma.
Pasar del silencio a la palabra, es necesario para poder procesar los sentimientos y emociones, sin embargo, puede ser muy complejo, por lo cual, nuestra compañía podría ser suficiente para hacer un primer contacto.
Ya para este momento de la pandemia, el adolescente ha podido atisbar que todos sus espacios y oportunidades de relacionarse han sido coartados, que sus actividades diarias has sido modificadas y que ha tenido que reorganizarse de alguna manera para lograr adaptarse a lo nuevo.
Para lograr rescatar algo de eso lugares y espacios se puede realizar el arreglo de un espacio físico para el adolescente que no sea su habitación, compartir actividades que se puedan realizar dentro del hogar, profundizar en aficiones que el día a día no permitía (dibujar o escribir).
Es importante recordar que el concepto de “distanciamiento social” en realidad se trata de un distanciamiento físico, que lo social se lo puede rescatar haciendo uso de los recursos tecnológicos para crear espacios de encuentros, ya sea con reuniones por medio de las plataformas virtuales, esa es una manera distinta de pasar el confinamiento.
Respetar y permitir que pueda expresar su enojo, su ira, su angustia, depresión, su malestar en general, de tal manera que lo pueda canalizar fuera de él, logrando abrir espacios para que el adolescente sienta que puede hablar de su malestar, de su dolor, de su transitar por la adolescencia. Espacios de palabra, de la palabra de él, lograr que su dolor se tramite por medio de las palabras ya sea escrita o hablando, ayuda a que el adolescente pueda manejarse con nuevas formas de hacer.
Referencias bibliográficas:
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