Luego de varios meses de confinamiento, el mundo está tratando de retomar varias actividades y las artes escénicas no son la excepción. El primer concierto con distanciamiento social se celebró en el Virgin Money Unity Arena, en New Castle, Reino Unido, donde se presentó Sam Fender. Los asistentes contaron con su propia plataforma, con una capacidad de hasta cinco personas. Se ocuparon 500 plataformas metálicas.
En Ecuador, también se ha autorizado la apertura de cines, teatros y otros espacios con un determinado porcentaje de aforo. Pero, ¿qué tan factible es la propuesta? Las medidas pueden funcionar en cualquier lugar del mundo, lo que se debe medir o tener en cuenta son dos cosas: cuál es el nivel de respuesta del público y cuán rentable resulta para una institución cultural organizar un evento. Probablemente, en un entorno en el que el público responde, porque considera a la cultura como un consumo válido, podría ser rentable. Sin embargo, en otros espacios en los que el consumo cultural no es tan valorado, la misma medida sería contraproducente. Lo ideal sería medir cuál sería la respuesta y en qué medida es rentable, para las instituciones culturales con el fin de reactivar el proceso.
En el cine poco a poco se puede dar esta reactivación, porque su consumo es más habitual, mucho más masivo y menos caro. El valor de la entrada es más económico que la del teatro, además tiene mayores espacios, lo cual hace posible su reactivación. En las artes escénicas se tardaría más, por los gastos y procesos, que hacen menos viable una recuperación inmediata, tal vez para el 2021 todo esté bien, pero en lo inmediato a las artes escénicas les tomará más tiempo recuperarse. El teatro implica una movilización personal, en que el actor, el técnico y todo el personal deben juntarse de forma sincrónica con el público, al momento de producir la obra. Eso no ocurre en el cine, porque solo se necesita al personal operativo y logístico de la sala para interactuar con el público.
Para la sociedad en general esta pandemia ha significado un golpe muy fuerte a nivel simbólico. Cuando pensábamos que la última gran epidemia era la gripe española y la peste negra era una reminiscencia medieval, una simple pandemia nos puso en una situación de vulnerabilidad como sociedad y como especie, al no estar preparados para una situación como la que hemos vivido y por lo tanto, ha sido necesario aprender aceleradamente a lidiar con ella. Eso ha desencadenado en casos de violación de los protocolos de bioseguridad, no solo en el Ecuador, sino en todo el mundo, pero poco a poco nos hemos dado cuenta de que para subsistir es necesario acoger las medidas. Ha sido un proceso de aprendizaje muy duro, donde la ruptura del metarrelato de la superioridad humana se contradice con la noción más inmediata de la vulnerabilidad. Esta pandemia ha tenido un impacto global, lo cual ha obligado a la sociedad a repensar y replantearse cuáles son los paradigmas para subsistir y eso nos ha llevado a conocer, aprender y respetar ciertas normas.
El otro gran problema de esta epidemia, además del problema real que ha sido la pérdida de miles de vidas, es que desde el punto de vista simbólico nos ha destrozado. De alguna manera tenemos que empezar a redefinir una nueva normalidad, para sobreponernos emocionalmente a todo lo que ha implicado el Covid-19. Las condiciones a nivel de salud implican un cierto distanciamiento, por ello con el anuncio del Gobierno de implementar planes piloto para el retorno progresivo a las aulas, no sé si se dispongan de aulas, para recibir a los estudiantes, que permitan respetar la distancia señalada y la serie de normativas, para cumplir los protocolos de bioseguridad. Pero sí es el momento de pensar en la posibilidad de ir retomando de a poco, la vida con cambios. Incluso suponiendo que todas estas vacunas que han anunciando la Universidad de Oxford, Rusia, China y más funcionen, hasta lograr inmunizar a todos, como se lo ha hecho con otras enfermedades, tomará un buen tiempo, por la complejidad del proceso.
El sector del entretenimiento la ha pasado muy mal. Varios actores y actrices han tenido que reinventarse y hacer otras cosas para sobrevivir. Sin embargo, uno de las aspectos positivos de las crisis, es que se convierten en oportunidades de desarrollo y eso es muy válido. Hubo obras que durante la pandemia, se transmitieron en streaming por medios digitales, son soluciones, alternativas y nuevas maneras de entender el fenómeno, pero no pueden ser permanentes, porque en el caso del teatro y la danza se perdería todo, la presencialidad y la simultaneidad. La pandemia ha permitido explorar nuevos caminos y lo interesante será, una vez que finalice, de qué manera las reinvenciones a las que nos hemos visto obligados en esta época, van a ser incorporadas en el futuro. Eso es lo que causa curiosidad, porque habrá un campo de posibilidades enormes, por ejemplo, en un aula de clases en Guayaquil, Quito o cualquier otra ciudad, un maestro dando clases desde Rusia, o cinco actores ensayando y un director dirigiéndoles por streaming o zoom desde Madrid. Van a pasar muchas cosas y sería interesante, si todo esto que hemos tenido que hacer, porque nos ha obligado las circunstancias se incorpora en el futuro cómo prácticas rescatables. Las obras de teatro por WhatsApp tal vez empiecen a abrir un campo del discurso transmedia al teatro y puede ser que en un par de años se reincorporen al proceso habitual de las artes escénicas.
La tecnología ha sido la tabla de salvación, la vía de comunicación que ha permitido llegar con el arte en medio del confinamiento. Es un elemento del que nos hemos tenido que sostener para sobrevivir. Hay que usar la tecnología no solo para resolver el problema del momento, sino como aquello que nos permitirá construir un discurso de mucha más complejidad.
Hay que ser optimistas y sentir que las cosas están mejorando. Y lo más interesante y que causa expectativa es ver como todos estos aprendizajes se van a incorporar en el futuro, cómo se va a modificar el discurso de las artes escénicas y la industria del entretenimiento en general, cómo será su relación con el espectador, a partir de todas las experiencias que se han venido generando en estos días. Se trata esencialmente de considerar, prever y madurar, una vez superada esta contingencia; lo que dejará de positivo en los futuros desempeños de las artes escénicas.
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